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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las amenazas a Sadam Husein

PARECE EXISTIR, al menos en las intenciones de los presidentes de Estados Unidos y Francia y del primer ministro del Reino Unido, una fina línea divisoria entre la tentación de derrocar a Sadam Husein y la conveniencia de disciplinarle para que cumpla con los compromisos impuestos tras su derrota en la guerra del Golfo. Y aunque tal vez les gustara que el castigo impuesto al dictador significara su caída, no quieren hacer realmente nada que permita suponer que utilizan contra él procedimientos de desestabilización directa.Ésta es claramente la filosofía existente detrás de la seria advertencia formulada el pasado domingo por los presidentes Bush y Mitterrand a Sadam Husein. Si el dictador de Bagdad no deja de intentar fabricar la bomba atómica; si, contrariamente a las obligaciones impuestas por el acuerdo de alto el fuego del Consejo de Seguridad, no es absolutamente sincero al desvelar a la misión de la ONU el emplazamiento de sus plantas de enriquecimiento de uranio, y si se empecina en perseguir a los shiíes y kurdos iraquíes, los aliados atacarán de nuevo.

La amenaza de castigar a Sadam Husein si sigue violando los derechos humanos de sus minorías es un elemento nuevo, fruto, sin duda, del ingenio político de François Mitterrand. No se trata ya solamente de destruir los emplazamientos nucleares iraquíes, como quiere desde hace semanas Bush. Se trata de dar una vuelta de tuerca a la idea de destruir la capacidad ofensiva de Sadam, apercibiéndole de que hay crímenes de lesa humanidad que los aliados no están dispuestos a tolerar. Lo malo es que esta inopinada condición plantea un problema de logística: ¿qué se bombardea en el caso de que un Sadam Husein acobardado sea sincero con su información, pero asesino en su persecución de kurdos y shiíes?

Lo importante de la amenaza aliada es que, por primera vez en la historia del derecho internacional, promete el uso de la fuerza para amparar los derechos humanos violados en otro país. Si las democracias se toman en serio esta idea habrá Caído por tierra la acusación de que la prohibición de injerencia en los asuntos internos ha impedido tradicionalmente a los países libres acudir en defensa de las víctimas de las dictaduras.

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La intención de la coalición (que se componía, no se olvide, de contingentes militares de varios países -no sólo de EE UU- y contaba con el apoyo de la mayoría de los miembros de la ONU) al imponer el bloqueo e iniciar las subsiguientes operaciones bélicas fue obligar a Sadam Husein a retirarse de Kuwait y asegurarse de que no le quedaban fuerzas para nuevas aventuras expansionistas, no el hacerle pagar por sus crímenes en el interior.

El de Sadam Husein no es el primer ejemplo de un jefe de Estado que, tras ser derrotado en una guerra que ha provocado él, consigue mantenerse en el poder. Sería el primero, sin embargo, en volver a asegurarse en su silla con la ayuda, al menos pasiva, de sus enemigos. Un dilema dificil de resolver. Tal vez la verdadera justicia habría querido. la caída del tirano. Pero estas cosas no suceden así. Las revoluciones políticas son siempre movimientos de arranque interno. Es indiscutible, por otra parte, que la guerra contra el líder iraquí no se debió a su comportamiento en el interior. Ha llevado mayor miseria a su pueblo, pero no puede echarse la culpa a los aliados. ¿Qué habría costado en bombardeos, muerte y desolación perseguir a Sadam, encontrarle y destruirle? ¿No estaba justificado esperar que los movimientos internos de oposición -los shiíes, en el sur; los kurdos, en el norte; los partidos democráticos afincados en Siria- fueran los que acabaran con el dictador? Tal vez la única acción legítima que los aliados no emprendieron habría sido desarmar completamente al derrotado Ejército para aliviar la situación interna.

El verdadero problema es que el presidente Bush nunca mostró capacidad de distinguir entre lo que es castigar al líder iraquí y lo que es derribarle. Sus titubeos -permitir o prohibir a Schwarzkopf seguir hasta Bagdad, animar a kurdos y shiíes a rebelarse, esperar secretamente que Irán y Siria se decidieran a asestar el golpe de gracia y luego echar marcha atrás en todo- han contribuido a confundir a todo el mundo. Nunca debió desviarse de la línea inicial de desalojar Kuwait. Le hubiera bastado desde el primer momento con decir, como el domingo. pasado, que no toleraría además violaciones de derechos humanos en Irak (y en Kuwait, claro). Puede que ahora su declaración conjunta con Mitterrand contribuya por fin a poner las cosas en su justo lugar.

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