"Demasiao p'ál cuerpo"
Valverde / Campano, Mondéjar, BenitoToros de Valverde, excelentemente presentados, de bella estampa y juego desigual. Luis Miguel Campano: aviso y algunos pitos; silencio. Antonio Mondéjar: silencio; aviso y pitos. Rui Bento Vasques, que confirmaba la alternativa: aviso y palmas; silencio. Plaza de Las Ventas, 14 de julio. Menos de media entrada
cheft y posmoderno, un espectador: "Es demasiao plal cuerpo de estos chavales".
Las ovaciones restallaron con justicia al salir de chiqueros varios de los cuajados, badanudos, enmorrillados y serios toros del mencionado sacerdote, Césareo Sánchez, y se repitieron en el arrastre. Toros que acudieron con alegría a los percherones, donde casi todos, romanearon y cumplieron, pese a la lefia que los hulanos les atizaron, sin que los bichos se cayeran ni trastabillaran nunca.
En su comportamiento en el último tercio hubo de todo, como en la vifia del Señor, cosa lógica si se trata de animales propiedad de uno de sus teóricos representantes en este valle de lágrimas. Con todo lo expuesto se explica que las figuras no quieran torearlos, pues, acostumbradas al toro bobo, igual les daba un perterre. al verlos enfrente.
Enemigo imprevisto
Rui Bento tuvo, además, otro enemigo no previsto en el toro de la ceremonia: el ventarrón en que se transformó el remusguillo de la tarde. El portugués le echó ganas, pero no se acopló a la geniuda casta de su rival. Como le aconteció en el último, de similares características, y que se creció tras arrollar dramáticamente, aunque por fortuna sin más consecuencias que el palizón, al subalterno Curro de la Riva. Cundió el pánico y Rui Bento lo despenó con rapidez.
A Mondéjar le correspondió un lote relativamente manejable, de atesorar el murciano mayores arcanos taúricos. Si su primero se distraía era en parte por la falta de sometimiento; y algo así ocurrió con el quinto, por la faena insustancial que recibíó. Mondéjar estuvo fatal con los aceros, que utilizó 22 veces.
Luis Miguel Campano también engorrinó con la tizona la valentísima lidia que aplicó al peligroso segundo. Antes de que Joselito Calderón se jugara la vida para sacar a su jefe de entre los pitones en una de las múltiples veces en que entró a matar, Campano tragó, aguantó gañafones y extrajo algunos bellos redondos. Y antes todavía se lució con los rehiletes otro de sus subalternos, Gitanillo Rubio. El encastado cuarto exigía un torero de calidad que Campano sólo acarició levemente.
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