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Americanos y europeos reprocharan a Japón sus prácticas comerciales y financieras

Enric González

En su primera cumbre (Rambouillet, Francia, 1975), los siete países más desarrollados de] mundo hablaron de dos asuntos: la crisis del petróleo y la estabilidad de los tipos de cambio. En la decimoséptima (Londres, a partir de mañana), el G-7 manejará una gruesa agenda de extrema complejidad. La ayuda a la URSS, la estabilidad de los mercados financieros y de las divisas, la caída de¡ ahorro internacional, los tipos de interés, los desequilibrios presupuestarios y el marasmo del Tercer Mundo son algunos de los temas a discutir, cada uno de ellos aderezado con delicadas implicaciones políticas. Poco podrán apretar las potencias económicas en esta reunión, según todos los analistas, dado lo mucho que pretenden.

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Si no se esperan grandes resoluciones, sí se prevé un importante protagonismo de Japón. A la superpotencia económica oriental, representada por su primer ministro, Toshiki Kaifu, le lloverán las críticas por su proteccionismo comercial y sus irregularidades financieras.De los siete grandes, cuatro (Alemania, Italia, Francia y Reino Unido, los miembros de la Comunidad Europea) quieren mostrarse abiertamente cariñosos con Mijaíl Gorbachov, el presidente soviético, cuya presencia en la jornada de clausura concede a esta reunión un carácter de auténtica cumbre mundial. Los americanos (Estados Unidos y Canadá) no se mostrarán tan cálidos, pero no escatimarán su apoyo -moral por el momento- a la perestroika. Sólo uno de los siete, Japón, parece dispuesto a negarle el pan y la sal a Gorbachov, a causa del contencioso soviético-japonés sobre cuatro de las islas Kuriles, que la URSS se anexionó en 1945.

Nadie espera que el respaldo a la URSS sea financiero, ya que las peticiones de Moscú -un caudal de tres billones de pesetas al año, durante un quinquenio- quedan fuera de programa. Moscú se contentaría con una carta de recomendación para el ingreso -con estatus especial- en el Fondo Monetario Internacional y una declaración inequívoca de apoyo a Gorbachov.

La cuestión nipona

El japonés Toshiki Kalfu no sólo jugará a la contra en la cuestión soviética. También tendrá que dar explicaciones, y soportar una seria regañina, por los desórdenes de sus mercados financieros. Desde que comenzó su explosivo crecimiento, las finanzas niponas se han basado en el principio de que cada año hay más dinero que el anterior. En la Bolsa de Tokio, cuyas estructuras son neofeudales, esto no es un principio, sino un vicio: los bancos contabilizan como recursos propios la mitad de las plusvalías potenciales de sus carteras de valores -dado que la bolsa no puede caer- y los grandes operadores compensan a sus buenos clientes cuando sus inversiones en acciones no han sido, como el año pasado, lo bastante rentables -dado que en la bolsa siempre debe ganarse dinero-

Estas prácticas han dejado de ser pintorescos exotismos orientales conforme Japón se ha convertido en el primer inversor mundial y de su estabilidad bursátil depende, en gran medida, la tranquilidad financiera del mundo. Aunque Kaifu ha intentado demostrar esta semana que este peligroso folclorismo debe pasar a la historia sancionando simbólicamente a las cuatro mayores firmas bursátiles de Japón -es decir, del mundo-, norteamericanos y europeos pretenden exigir garantías de que Japón manejará su dinero, desde ahora, con la más estricta ortodoxia.

No acaban aquí los agravios occidentales contra Japón. El tercer gran problema es el proteccionismo y el fracaso de la Ronda Uruguay del GATT (Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles). EE UU y la CE están enzarzados en una agria disputa sobre subvenciones agrarias y competencia desleal, mientras Japón mantiene -por ejemplo- totalmente prohibida la importación de arroz, su producto alimentarlo básico. Y practica el proteccionismo más descarado en sectores tan importantes como la distribución. Norteamericanos y europeos, en bloque, parecen decididos a exigir un poco de formalidad a Tokio, que ha invadido los mercados internacionales mientras Washington y Bruselas se tiraban de los pelos por unas toneladas de maíz o por unas hormonas vacunas.

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