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Tribuna:LA DESINTEGRACIÓN YUGOSLAVA
Tribuna
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'L'imbroglio' yugoslavo

La intervención de los Doce, aunque no tenga un éxito total, no habrá sido en vano. Croatas, eslovenos y serbios tendrán tres meses para intentar conciliar sus puntos de vista sobre el futuro de Yugoslavia. También los occidentales tendrán tres meses para armonizar su postura sobre "el polvorín de los Balcanes".A mi entender, sus dudas -por no decir divisiones- frente a la pugna entre Belgrado y las dos repúblicas independentistas de la federación se basan en un malentendido.

Varios países de la Comunidad Europea, temiendo un contagio del separatismo en su propio suelo, se han mostrado obstinadamente aferrados a la fórmula de la unidad yugoslava y han considerado a croatas y eslovenos como unos aguafiestas asimilables a los terroristas. No se ha tenido en cuenta que Yugoslavia no es un Estado nación comparable a los occidentales, con una unidad consagrada por la historia, y una legitimidad, por estructuras gubernamentales eficaces.

En efecto, creada tras la guerra de 1914, Yugoslavia -en parte formada por un conglomerado de restos de la monarquía austro-húngara y del imperio turco- es una formación multinacional reciente que jamás ha conseguido unir democráticamente a sus partes y que sólo se ha podido sostener gracias a la dictadura real y después a la comunista. El conflicto actual no es un conflicto entre un Gobierno federal de reconocida legitimidad y unos nacionalismos separatistas, extremistas e irresponsables, sino que ha surgido entre unos dirigentes nacional-comunistas serbios que controlan el Ejército y la policía federales -de hecho serbios-, decididos a someter a unos eslovenos y unos croatas que se han otorgado Gobiernos democráticos, se orientan hacia Europa y que, para continuar participando en el Estado, proponen su transformación en una confederación.

No se puede ignorar que ha sido la negativa de los serbios de Belgrado la que ha decidido a las dos repúblicas a dar el paso hacia un status de independencia. Así, el conflicto actual es, como demostraremos, ideológico, nacional, político y económico.

Inconsecuente

En estas condiciones, Occidente, aun comprendiendo su tendencia a mantener el statu quo territorial, sería inconsecuente -sobre todo tras haber proclamado con tanto entusiasmo el fin de la dominación comunista en Europa Central- si tendiera hoy su mano para mantener a dos repúblicas democráticas bajo el yugo comunista.

Para entender mejor la situación actual, debemos retroceder al pasado. De todos los países de la Europa central y suroriental, Yugoslavia, una vez considerada modelo del socialismo independiente y relativamente liberal, ha sido la más gravemente afectada por la crisis general del sistema comunista. Y ello porque a la crisis económica y social se añadían tensiones de orden nacional, como ocurre en la Unión Soviética, modelo de Tito.

En el origen del conflicto se encuentran divergencias económicas. Estaba en juego el control de los fondos de desarrollo gestionados por Belgrado y teóricamente destinados a nivelar las grandes desigualdades existentes entre el norte y el sur. Eslovenia y Croacia, que disponían de economistas de nivel europeo y de estructuras más desarrolladas, se consideraban dañadas por la importancia del porcentaje que debían aportar a los fondos federales y que les impedía efectuar inversiones con vistas a hacer su economía más competitiva.

Por otra parte, los serbios -la nacionalidad más numerosa- se sentían en desventaja tras la aplicación de la última Constitución de Tito, la de 1974, cuyas medidas de descentralización habían dispersado a gran número de serbios en las otras repúblicas (600.000 en las regiones de Knin y de Krajna en Croacia, los serbios de Kosovo -10% frente al 90% de albaneses-).

La frustración de los serbios era hábilmente explotada por el joven y fogoso dirigente comunista serbio Milosevic, que veía en ella un instrumento eficaz para la salvación del régimen comunista y se hacía portavoz de un nacionalismo a ultranza. Comenzó por meter en cintura las regiones de Kosovo y Voivodina y por reprimir brutalmente, a pesar de la protesta de las otras repúblicas, a los autonomistas albaneses. En 1990 tuvieron lugar las elecciones legislativas que dieron en Croacia una gran mayoría al partido democristiano de Franjo Tudjman, mientras en Eslovenia llevaron al poder a un comunista reformador, Milan Kucan, quien se identificó totalmente con el movimiento independentista.

El conflicto se incuba

Durante varios meses, la crisis se fue incubando. El boicoteo por parte de los dirigentes serbios a la elección como presidente de la federación del delegado de Croacia, Stipe Mesic, llevó al paroxismo el desacuerdo entre las repúblicas.

El jefe del Gobierno federal, Ante Markovic, un croata de sensibilidad unitaria y que tuvo el mérito de estrangular la hiperinflación en 1990, intentó una mediación a través de un proyecto que, conservando el status federal del país para los asuntos extranjeros, las finanzas y la defensa, proponía una ampliación de las competencias de las repúblicas. Sus tentativas fracasaron por la intransigencia de unos y otros. Las repúblicas eslovena y croata respondieron poniendo en marcha su intención ya anunciada de proclamar su soberanía, manteniendo su propuesta de creación de una confederación de Estados soberanos.

Estas declaraciones fueron, sin embargo, recibidas en Belgrado como una provocación. También fueron deploradas por Washington y los Doce. El Estado Mayor del Ejército reclamó enseguida la proclamación del estado de excepción.

Los principales incidentes violentos estallaron en los dos enclaves serbios de Croacia, donde la población, armada por los nacionalistas de Belgrado, se declaró independiente del poder de Zagreb, expulsando a los policías croatas y poniendo barricadas en la carretera turística que lleva al Adriático. Acto seguido, el Ejército sacó sus carros blindados y sus helicópteros de los cuarteles de Eslovenia para hacer entrar en razón a los independentistas. Da la impresión, sin embargo, que subestimó la voluntad y capacidad de resistencia de los eslovenos. Los golpes dados por las milicias, las deserciones masivas de soldados federales y la confusión reinante en Belgrado parecían llevar a Milosevic y a los jefes del Ejército que le eran fieles a una valoración más realista de la situación.

Intervención de los Doce

Recordamos que fue en ese momento cuando los Doce decidieron intervenir. Era una buena ocasión para reparar la molesta impresión de impotencia dada por Europa durante la guerra del Golfo. Esta vez se trataba de arreglar un asunto europeo. A primera vista, los tres emisarios enviados por la CE parecieron tener éxito: persuadieron a los serbios para que reconocieran a Mesic como presidente y a las dos repúblicas para retrasar tres meses su independencia. Pero el alto el fuego sólo fue respetado durante algunas horas, especialmente en Croacia, donde serbios y croatas se enfrentaron con creciente violencia. En cuanto a los eslovenos, pusieron en libertad a los numerosos prisioneros serbios, pero se negaron a entregar las fronteras con Austria e Italia.

La segunda misión de la CE parece haber tenido más éxito. Pero una vez más, el resultado parece precario. Incluso si los dirigentes serbios del Ejército federal se abstuvieran realmente de cualquier nueva intervención contra los eslovenos, es posible preguntarse si manifestarán la misma contención respecto a los croatas, a los que acusan de atacar a sus compatriotas y con los que tienen viejas cuentas que saldar.

Compromiso

En el caso de que el conflicto se desplazara a Croacia y si los serbios se contentaran con restablecer su control de esa república, ¿cuál sería la actitud de los Doce y de los americanos? ¿Cuáles podrían ser, además de las sanciones a Yugoslavia en su conjunto, las medidas a tomar para sentar a los adversarios a una mesa de negociaciones? ¿Podría hacer una elección clara entre la prioridad que ellos dieron al mantenimiento de un statu quo, por otra parte delicuescente, y el derecho a la autodeterminación de dos naciones que, frente al comunismo, han optado por la democracia y por Europa?

Sea cual sea el curso que tomen los acontecimientos, la única alternativa a la guerra civil y a un estallido general parece, hoy igual que ayer, un compromiso que permita la transformación del Estado federal en una confederación de Estados soberanos que se comprometan a cooperar pacíficamente. Y habría que hacerse una última pregunta, si dicha solución es posible sin que la república serbia, que tiene en sus manos la llave de la situación, pase a la democracia.

François Fejtö es historiador de origen húngaro y autor del libro Réquiem por un imperio difunto, sobre los últimos años del Imperio Austrohúngaro.

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