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El nuevo orden europeo y los soviéticos

La cuestión de la ayuda a la Unión Soviética -o la de invitar a Mijaíl Gorbachov a la reunión del Grupo de los Siete en el mes de julio para que pida ayuda- es mucho menos complicada que la de las relaciones de seguridad de la Unión Soviética con el resto de Europa.La ayuda está relacionada con el problema de la seguridad, por supuesto. Una Unión Soviética en situación de revolución tanto económica como política pone en peligro la seguridad de sus vecinos. Una Unión Soviética insegura, creyéndose amenazada, buscará para la seguridad unos remedios que los países occidentales y los vecinos de la URSS considerarán amenazadores.

Rumania suscribió recientemente un tratado de seguridad con Moscú en el que Bucarest aceptó no entrar en relaciones de seguridad que la Unión Soviética pudiera interpretar como potencialmente hostiles. Checoslovaquia ha rechazado explícitamente el mismo acuerdo. Hungría y Polonia no lo van a aceptar. El acuerdo es interpretado por ellos, lo mismo que por Washigton, como un límite a la soberanía del Estado que lo firme. Una versión nueva y más moderada de la doctrina Breznev, adaptada al nuevo orden mundial.

La Unión Soviética ve los problemas de manera diferente. Durante muchos meses ha habido conversaciones en Occidente, y en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, sobre la extensión de las garantías de la OTAN a la Europa oriental. A los Ojos de los soviéticos, esto significa extender el poder militar de Occidente hasta la misma frontera soviética. Es evidente que Moscú reaccionaría en contra de esto.

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Esta perspectiva se refleja en los sectores más sensibles de la vida soviética, entre los militares, que ven en ello una franca pretensión occidental a la victoria sobre el Ejército soviético y sobre todo lo que ese Ejército ha llevado a cabo desde 1940, y entre aquellas fuerzas conservadoras de la sociedad soviética ya desoladas por los violentos desórdenes que Mijaíl Gorbachov ha provocado.

La cláusula rumana, destinada a ser incluida en los acuerdos con todos los países del Este europeo, constituye el intento de los líderes soviéticos de resolver tanto esas presiones internas como el problema estratégico a que se enfrenta la Unión Soviética, que es bastante real. Crearía un cordón sanitario de Estados que, aunque hayan dejado de ser aliados de Moscú, se habrían comprometido a no aliarse con Occidente.

Por desgracia, esto es exactamente lo que temen los europeos orientales. No tienen el menor deseo de vivir en un limbo estratégico entre el Este y el Oeste, con su propia seguridad dependiente de la buena voluntad de ambos. Y desde luego no desean esto mientras siga en curso la revolución soviética que nadie puede saber dónde y cómo acabará. Una forma en la que podría terminar, claramente, es con un Gobierno en Moscú de nuevo beligerante y revisionista, e incluso revanchista. Los europeos orientales quieren protección.

Existe aquí una situación evidentemente comprometida. Las buenas relaciones de Occidente con Moscú, con ayuda para Rusia, pueden ser interpretadas en los Estados europeos orientales como algo que los pone en una situación de aislamiento. Su obsesión por la seguridad, su nacionalismo destructivo, se ven reforzados por dichas relaciones. El motivo por el que desean pertenecer a la OTAN, o estar garantizados por ésta, es que están asustados. Pero si estos Estados se cobijaran bajo la OTAN, los que estarían asustados serían los rusos.

Es ésta una objeción fundamental a la idea de acuerdos de "seguridad negativa" para los Estados de la Europa oriental, en los que ellos mismos se responsabilicen de que en su territorio no habrá fuerzas extranjeras permanentemente estacionadas. Esto les situaría en una diferente categoría de seguridad respecto a la URSS y a la Europa occidental, implicando, inevitablemente, su neutralización geopolítica, aun cuando ésta no sea la intención. Dichos Estados no son en absoluto neutrales.

La política exterior se ha convertido en una cuestión interna en la Unión Soviética, lo que antes nunca había sucedido. Las rigideces de la guerra fría, con la dominación soviética de la Europa del Este y de media Alemania, permitieron al pueblo soviético suponer que la seguridad nacional estaba asegurada. En la actualidad parecen estar amenazadas tanto su seguridad interna como la exterior. Esto es algo muy desestabilizador.

La evolución del debate político occidental sobre la seguridad europea tiene que ofrecer sin embargo, un papel responsable a la Unión Soviética. Dicho debate aísla a la URSS, aunque no se tenga la intención de hacerlo. Eso no puede ser una buena idea.

Existe una tensión geopolítica fundamental entre Rusia y Occidente, totalmente aparte de la rivalidad ideológica de las últimas ocho décadas. Esta tensión está originada por las discrepancias existentes en poder y riqueza entre Rusia y Europa occidental. Es un resultado de la tensión cultural que siempre ha existido entre la Europa bizantina, y específicamente Rusia -que posee una tradición de pensamiento mesiánico, de la sagrada Rusia como portadora de la redención de la humanidad- y Occidente.

De igual modo, existe un conflicto entre el individualismo anárquico de Occidente, y el capitalismo que es su producto, y un cierto comunalismo o colectivismo que formaba parte de la tradición rusa mucho antes de la llegada del bolchevismo. Esta tradición rusa sigue siendo hoy un obstáculo para la reforma económica de mercado.

Hay que encontrar un camino para alistar a la Unión Soviética con un papel positivo en un nuevo sistema de seguridad. La necesidad de hacerlo así es el mejor argumento para tratar de conseguir que la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) llegue a acuerdos sobre un sistema de seguridad de alguna clase. Censurable en otros aspectos -por la actual regla de la unanimidad de la CSCE, en primer lugar-, ésta parece, sin embargo, una solución que puede complacer a ambos lados sin poner a la Europa oriental en una situación de resentimiento.

Un sistema de seguridad basado en lo que hasta ahora se ha llevado a cabo en las reuniones de la CSCE no debe, en principio, ser incompatible con los nuevos acuerdos de seguridad particulares de Europa occidental ahora en preparación, ni con la reforma de la OTAN. La ventaja que dicho sistema ofrece es la universalidad, y esa debería parecer una cualidad indispensable para un nuevo orden en la seguridad que reconcilie en lugar de dividir.

William Pfaff es experto norteamericano en temas de política internacional. Copyright Los Ángeles Times Syndicate, 1991. Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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