Bernard Kouchner
El apóstol rebelde del Gobierno francés
"Lamento que Bernard Kouchner no haya respetado la necesaria solidaridad gubernamental", acaba de declarar Philippe Marchand, ministro francés el Interior. Marchand se refería a los comentarios de Kouchner, secretario de Estado para la Acción Humanitaria, acerca de la expeditiva expulsión de Francia del opositor marroquí Abdelmumen Diuri. Ante las cámaras de Antenne 2, Kouchner se proclamó contrario a esa medida y la calificó de "torpe" y "precipitada".No es la primera vez que Kouchner se distancia de la política de su Gobierno. En realidad, puede decirse que ése es su papel. Kouchner no es miembro del Partido Socialista francés. Si en 1988 entró en el Gobierno socialista fue como representante de lo que el entonces primer ministro, Michel Rocard, llamaba "la sociedad civil"
Kouchner se ocupa de los desdichados entre los desdichados de este mundo, pero personalmente lo tiene todo para ser feliz. Sus ideas triunfan. El "deber de injerencia humanitaria" que predica desde hace dos décadas ha pasado a la jurisprudencia internacional gracias a la decisión sobre la ayuda a los kurdos adoptada por la ONU. "Espero", dice Kouchner, "que lo ocurrido en Irak enseñe a los regímenes totalitarios a pensárselo dos veces antes de masacrar sus propios pueblos".
Para la media de los políticos franceses, Kouchner es todavía joven, 51 años, y, sobre todo, guapo. Las mujeres le envían besos en los restaurantes de París; los medios de comunicación atribulan a su secretaria con peticiones de entrevistas; Kouchner, además, está casado con una de las estrellas de la televisión francesa, la inteligente Christine Ockrent. Por todo eso, Kathleen Evin escribió la pasada semana en L' Evenement du Jeudi: "En Estados Unidos, Kouchner estaría ya en la nómina de la Metro-Goldwyn-Mayer, o quizá en alguna multinacional deseosa de dar un suplemento espiritual a sus malas acciones".
Kouchner apenas para en París. Se le ve, en pantalón corto, rescatar del agua a un damnificado de Bangla Desh; dar el biberón, con el torso desnudo y sudoroso, a un bebé etíope; penetrar sin visado en territorio iraquí para dar una mano a los fugitivos kurdos; sonreír bajo los flashes en medio de un diluvio de fuego en Beirut.... "Pura autopropaganda de un tipo vanidoso", dicen sus múltiples detractores.
Médico de profesión, Kouchner tuvo su primer encuentro con la "insoportable miseria" del Tercer Mundo en Biafra, en 1968. Aquel complicado conflicto africano no interesaba entonces a la izquierda occidental, donde él militaba. Sin embargo, para él representó la revelación de que no hay muertos buenos y malos, y de que todos los hombres son iguales en el sufrimiento.
Tres años después, Kouchner participó en la creación de Medecins sans Frontieres (MSF), movimiento con el que rompió en 1979 para fundar Medecins du Monde. A diferencia de sus antiguos compañeros de MSF, Kouchner piensa que "el alivio del sufrimiento humano no es propiedad de las organizaciones no gubernamentales".
El actual sueño del secretario de Estado francés es que los Estados occidentales creen variantes pacíficas y humanitarias de las fuerzas de acción rápidas que se apresuran a constituir para hacer frente a los problemas creados por la pobreza, la superpoblación y la desesperación del Sur. Pero Kouchner también piensa que la acción humanitaria debe empezar en casa. De ahí su oposición a la expulsión del marroquí Diuri.
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