El alquimista excéntrico
Para quitarse el sombrero. Joe Jackson ofreció en Madrid un recital de esos que reconcilian con la música; que dan sentido a un género; que demuestran que el rigor, la creatividad y la inspiración no son palabras vanas, olvidadas en un tiempo en el que la música es más importante cuanto más rentable. Joe Jackson es una de las escasísimas excepciones en las que la música popular urbana tiene valor por sí misma.A punto de cumplir 37 años, este cantante, compositor y pianista británico ha ofrecido mucha música desde que publicó su primer disco en 1979. Pop, jazz, rock, acercamientos a lo latino y a lo sinfónico, bandas sonoras para películas... Nada le ha sido ajeno a este músico de formación clásica, un tanto áspero de carácter y con un sutil sentido del humor. Su recital, con una calidad de sonido pocas veces escuchada en Madrid, fue un compendio de su universo musical, de su peculiar forma de enfrentarse a la composición, de su enorme personalidad artística.
Joe Jackson
Joe Jackson (voz, teclados), Edward Roysendal (teclados, violín), Graham Maby (bajo, coros), Tom Teeley (guitarra, teclados, coros), Daniel Hickey (batería), Susan Hadjopolous (percusión, batería, teclados, coros), Melinda Jostyn (coros, violín, guitarra, armónica). 1.800 personas. Precio: 2.800, 3.000, 3.200 y 4.000 pesetas. Palacio de Congresos y Exposiciones. Madrid, 20 de junio.
Sentado ante un teclado que sonaba como un Steinway, Joe Jackson comenzó solo su actuación. Poco después, en la canción Right and wrong (Bien y mal), fue introduciendo paulatinamente a su magnífico quinteto acompañante, como apoyo al texto de una canción característica del británico, de ritmo seco, síncopa precisa, enriquecida con acordes disonantes y con un texto de enfrentamiento ("Creo que oigo al presidente, / flautista de Hamelín de la televisión. / Va a simplificar, / lo tiene todo planeado e ilustrado con caricaturas / demasiado complicadas para la gente inteligente").
Memorable
Era el comienzo de una actuación para conservar en la memoria . Acompañado de unos músicos capaces de intercambiar instrumentos con absoluta garantía -el guitarrista a los teclados; el teclista al violín; la vocalista a la guitarra, el violín y la armónica; la percusionista a los teclados; todos a los coros-, las canciones de Joe Jackson se sucedieron con esa naturalidad que convierte lo complejo en sencillo, lo elaborado en elemental, lo imaginativo en natural. Y cuando el británico dejó el teclado para ejercer de cantante, el recital aún ganó en vitalidad, energía y vistosidad.Entonces se convirtió en ecologista con Obvious song ("Si las estrellas mirasen hacia abajo, / a través de un agujero en el cielo, / y si pudiesen ver, / es obvio que llorarían"), de su último disco Laughter and lust, en tiempo de rock y con dos baterías, antes de enfadarse con un teclado de mano que se negaba a sonar, sustituirlo por una melódica, lanzarla con furia hacia atrás, estar a punto de partir la cabeza de Edward Roysendal, su teclista y coproductor, y acabar la canción como si nada, ante el estupor general.
El genial cascarrabias continuó con When you're not around, donde la percusión del cencerro marcando los tiempos del compás -como en Stranger than fiction- significó uno de los ritmos clásicos utilizados por un músico que, rítmicamente, se caracteriza por su riqueza y su precisión en los tiempos de amalgama. En The other me mostró su enorme lirismo y su talento para estructurar las canciones en tonos menores para desarrollar el estribillo en mayores, o viceversa, logrando composiciones que dan al mismo tiempo sensación de clasicismo y contemporaneidad. Todo con un sentido esencial, alejado de lo superfluo, y con la impresión de que nada de lo que estaba pasando en el escenario era gratuito.
Su afición a lo latino quedó patente en Jamie G., que sonó después del clásico Oh well, y antes de que Melinda Jostyn y Edward Roysendal consiguieran con dos violines sonar como un cuarteto de cuerda, y conseguir una tímbrica clásica. Nada parecía estar vedado a Joe Jackson, que, al final, regresó al teclado que sonaba como plano de cola para cerrar el recital y la noche como empezó: con una demostración de la lógica de lo aparentemente ilógico; con la sensación de haber asistido a una actuación memorable de un creador libre que legitima la música popular; con la maravillosa locura de un alquimista excéntrico.
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