Un hombre bueno
Ha muerto un hombre bueno, el periodista de la concordia. Su larga y dolorosa enfermedad, la soledad espiritual y las incomprensiones de aquellos a los que siempre fue fiel en la verdad del evangelio, no consiguieron apartarle ni un solo día de su afán de informar, de comprender, de explicar y de criticar las actitudes de incomprensión. Vivía la comunicación como una forma de practicar la caridad. El domingo le vi por última vez en la tele. Murió agotado en el trabajo diario. No ha tenido tiempo de despedirse de sus amigos, de sus compañeros de redacción, de sus superiores jerárquicos a todos dio ejemplo de laboriosidad, de rectitud moral, de inocencia casi infantil y de sensibilidad profética. Vivió su profesión como expresión de su sacerdocio. Siempre estuvo construyendo puentes de comunicación, acercando riberas, encauzando energías, dando testimonio de su fe.Nos queda su imagen viva en la pequeña pantalla, demacrado, optimista, incapaz de la mezquindad que se hubiera perdido en el universo cósmico de su espíritu. Vencedor de la tristeza, abanderado del discurso de la esperanza. La Iglesia y la democracia española le deben cientos de páginas, docenas de conversaciones que han ido dejando la huella de sus pasos en la fría nieve de su soledad aceptada.
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