Mucha alforja, poco viaje
Amigos y enemigos gustan de definir a Estados Unidos bajo dos parámetros aparentemente opuestos: tierra de mestizaje racial y cultural, por un lado, y sociedad incrustada en el con servadurismo, por el otro. Como una más de las manifestaciones culturales allí fraguadas, la música -cierta música- asume ambas propuestas y se configura así el standard, ese modo de hacer que abarca a cualquier género y en el cual los elementos diferenciados se integran en un establishment de tipo rodillo que anula personalidad y voz propia.¿Quién no recuerda la serie Fama y el millón de canciones miméticas que se pasearon por sus capítulos? Gloria Estefan, la cubana de abuelos asturianos emigrada a Miami, habría superado con éxito las terribles pruebas de selección que, según cuentan, congregaban a miles de aspirantes a protagonistas de la serie. Ella aportaría el exotismo de postal de un Caribe intuido al sur de La Florida: deslices percusivos y frases en castellano bien integradas en el armazón armónico, ciertamente complejo, que constituye muchas de sus canciones, y mediante el cual Gloria se pretende compositora en la tradición del musical norteamericano.
Gloria Estefan & Miami Sound Machine
Gloria Estefan (voz), Jorge Casas (bajo, guitarra), Clay Ostwald (teclados), John de Faria (guitarra), Robert Rodríguez (batería), Rafael Padilla (percusión), Randy Barlow (trompeta, teclados, percusión), Mike Scaglione (saxo, flauta, bajo, teclados, percusión), Teddy Mulet (trombón, guitarra), Jon Secada, Anita Green, Rodney Wilson y Cynthia Calhoun (coros). 7.000 personas. Precio: 3.000 pesetas. Palacio de los Deportes. Madrid, 9 de junio.
Retazos del soul que en los setenta fue música disco, guitrras de tonalidades apuntaladas con la garra del heavy domesticado, cadencias armónicas que derivan en el previsible cambio de tono orquestado con ampulosidad... Por otro lado arpegios de salsa en el piano percusión de samba, un bolero... Como si al sur de Miami todo fuera lo mismo y ella Gloria, su representante legítima en aquella escuela de arte donde transcurría el serial
Hasta cuatro baladas seguidas interpretó sentada en un taburete, mientras por las gigantescas pantallas aparecían mensajes relativos al sida, los sin hogar, el medio ambiente, la droga, unos niños jugando en un parque... La banda era técnicamente irreprochable. Los bailarines recorrían los distintos niveles del escenario con un sentido milimétrico del ritmo.
Cuatro coristas superdotados complementaron la voz de tesituras medias de la estrella.
Bien efectuado, el standard consigue que se nos antoje conocido aquello que escuchamos por primera vez. Ante tal despliegue de sonido, movimiento e imagen, el numeroso público sobreactuó en consecuencia.
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