Hacia el desarme
EL TEMA del desarme vuelve a ser de actualidad. En Lisboa, el secretario de Estado de EE UU, James Baker, y el ministro de Exteriores soviético, Alexander Besmértnij, han llegado a un acuerdo para aplicar el Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa, firmado en París en noviembre de 1990, un acuerdo que establece la drástica reducción del armamento convencional -básicamente soviético- en los escenarios de la OTAN y del extinto Pacto de Varsovia. La resistencia del estamento militar soviético -que intentó burlar lo acordado con diversas triquiñuelas- puso en peligro la puesta en práctica de una decisión trascendental para Europa. Felizmente las aguas han vuelto a un cauce de consenso y cabe esperar que, en plazos no lejanos, se pongan en marcha los sistemas de control cuyo funcionamiento reforzará en gran medida la seguridad de todos los países.Después del acuerdo de Lisboa, la preparación del Tratado START sobre misiles nucleares estratégicos se va a acelerar. Y posibilita la cumbre de Moscú entre Bush y Gorbachov, aplazada desde principios de año a causa de las dificultades internas en la URSS. En los avances en el camino del desarme consta el hecho de que la URSS, y personalmente Gorbachov, dependen hoy más que nunca de la ayuda de Occidente. La degradación de la situación económica en la URSS ha convencido a casi todos los sectores de que es imprescindible buscar la cooperación con los países capitalistas para salir del abismo. Esa convicción debilita a los conservadores dedicados a atacar a Gorbachov acusándole de que acepta una "derrota estratégica" en la escena internacional.
Al mismo tiempo, la guerra del Golfo ha subrayado el peligro de la política de venta incondicional de armamentos practicada por numerosos países industrializados. La propuesta de Bush sobre desarme en Oriente Próximo tiende a poner las bases, aprovechando el momento presente, de una política tendente a eliminar las armas químicas y bacteriológicas, a impedir que se desarrollen las armas nucleares y, en términos más generales, a reducir y controlar la venta de armamentos. Por positivas que sean algunas de sus propuestas, será dificil que este plan salga adelante por el clima de enfrentamiento que sigue reinando en esa región. La experiencia demuestra que el desarme puede progresar si hay un clima político de confianza mutua: puede ser la coronación de ese clima con medidas prácticas, difícilmente lo contrario.
Por otra parte, el presidente Mitterrand, partiendo de preocupaciones semejantes a las de Bush, ha presentado un plan de desarme amplio y ambicioso, que será examinado en París en una conferencia de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: EE UU, URSS, Reino Unido, Francia y China. La destrucción de las armas químicas y bacteriológicas -sobre la que existe un amplio acuerdo-, la reducción al mínimo de los arsenales nucleares y el establecimiento de un "registro internacional de las ventas de armas convencionales" son puntos esenciales de dicho plan. El dato de que los cinco países controlan el 85% de la venta mundial de armas explica que sólo una clara voluntad política puede superar las consideraciones de índole económica.
En todo caso, Francia ha decidido adherirse al Tratado de No Proliferación Nuclear. Ello significa un viraje en la política francesa, anclada hasta ahora en una arrogancia nacionalista que la llevaba a rechazar el que su armamento nuclear fuese analizado en negociaciones int ernacionales. Este ejemplo de Francia debería estimular pasos semejantes. El esfuerzo en pro del desarme debe ser elemento fundamental del. nuevo orden internacional, precisamente cuando se perfilan nuevas contradicciones en el horizonte.
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