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El amor real y el amor sublimado

Los que aman buscan un abrazo total que los integre: "El amor real es un impulso místico de ser Uno", afirma Christa Wolf en su ensayo La sombra de un sueño. ¿El amor puede cumplirse por el cuerpo, sensual y críticamente, o por la palabra dialogante, conjunción de espíritus afines?El amor sensual tiene su origen en la concepción filosófica del materialismo anglo-francés, que define al hombre como una materia movida por una pulsión básica, Lebensgeist de Jakob Böhmes, que busca el goce, la plenitud de la satisfacción física. En su obra De l´homme. Helvetius sostiene que el placer y el bienestar individual son el fundamento de toda moral. Igualmente Locke señala que en los sentidos está el origen de todas las ideas y sentimientos. Es, pues, el cuerpo el único protagonista de la sensualidad al descubrirla en la propia carne. En este sentido, el amor real sólo puede nacer del ejercicio voluptuoso de los sentidos corporales. Al amor espiritual se llega por la comprensión recíproca de los amantes. Es la Geseligkeit de Schleirmacher, diálogo transparente con un Tú, realizando el ideal romántico de armonización entre los sujetos espaciados y separados.

El amor parece escindirse entre un sensualismo corpóreo y un espiritualismo sentimental. Sin embargo, ya los románticos intuyeron la unidad del erotismo y el sentimentalismo. Así, en un arrebato entusiasta, confiesa Gründerrode: "No hay dos, ni tres, ni mil, no hay cuerpo y espíritu separados, uno en el tiempo, el otro en lo eterno, sólo hay Uno que se pertenece a sí mismo". Pero este ideal romántico de unidad absoluta en el amor no se pudo lograr nunca totalmente y permaneció como el sueño posible de una ensoñación. En nuestros días leemos en La serpiente emplumada, de Lawrence, que el diálogo amoroso aísla, encierra a los amantes, y solamente el cuerpo sensual, activo, crea su unión verdadera. Por el contrario, André Gide, en La tenlative amoureuse, exalta la riqueza de los sentimientos espirituales que nacen del ensimismamiento amoroso de los amantes, que no necesitan abraza rse y ni siquiera verse para unirse a través de las sombras del yo opaco. Ahora bien, ¿el amor sensual físico y el espiritual sentimental son realidades totales por sí mismos? Veamos lo que sucede.

El éxtasis carnal, sin duda alguna, crea una felicidad intensa y radiante, pero como está escondida en las sombras del cuerpo, los amantes no se ven con claridad en la noche de su fusión corporal y nunca amanece para ellos. Se han unido, y aunque se sienten vibrar en su mutuo placer, cada uno ignora lo que es el otro. Lacan ha llegado a sostener que es imposible saber qué siente el Otro en su pasmo o instante placentero, permaneciendo un abismo separador en esta unión corporal de los amantes. Al no existir un diálogo constante y profundo entre ambos, acaban distanciándose progresiva y lentamente. De aquí proviene esa tristeza otoñal que sucede a la exaltación violenta y entusiasta de los cuerpos abrazados.

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El amor espiritual es comprensión e inteligencia recíproca, armonía feliz, tranquila pasividad en la unión. Sin embargo, esta unidad espiritual, que Hegel afirma es identidad en el Todo de las diferencias individuales, tampoco puede realizarse, porque en las particularidades rabiosamente afírmativas subsiste el Yo odioso y establece fronteras invisibles, pero sólidas y duraderas. El amante, como individuo, siente necesidad de hacer suyo al otro que ama, dominarlo, y después de poseerlo, el amado se convierte en una propiedad. No hay en el amor sentimental una auténtica entrega de sí mismo. Esa totalidad del Espíritu del amor que concibió Hegel, es una abstracción, un fantasma idealizado del sentir, y no una realidad encarnada del hombre. Para que el amor de los espíritus sea posible es necesario previamente que el individuo, esa criatura de carne y hueso, alcance la universalidad concreta humana a la que se llegará cuando dejemos de sentir deseo posesivo por los otros y renunciemos a nuestras ambiciones de propietarios. El amor, "monstruosa contradicción" (Hegel), todavía busca en el otro la realización del propio yo, olvidando su existenel a original e independiente.

Vemos que tanto el amor sensual como el espiritual fracasan en la suprema aspiración de lograr una identificación entre los amantes. Pero como el deseo prosigue su camino de necesidad ansiosa, encuentra dos vías para realizar el amor: la idealización- o la sublimación del amado. La primera mantiene la pulsión sexual originaria, sólo cambia su destino, y conserva el sensualismo y materialismo de la pasión. Pero su intento de descubrir el objeto amoroso aumenta las exigencias del yo, agotando paulatinamente el deseo. Por el contrario, la sublimación cambia el rumbo de la pulsión, y el deseo lo transmuta en amor hacia esa persona a la que quiere semejarse. A este respecto. la historia de Abelardo y Eloísa es muy significativa. Debido a la mutilación sufrida, Abelardo se siente libre de su violenta pasión carnal, pero seguirá amando a Eloísa. Pero se asombra de que ella se resista a esta conversión de su amor-pasión, señala agudamente el filósofo Etienne Gilson. -Abelardo en su correspondencia se esfuerza en demostrarle que su amor, no menos ardiente e intenso que antes, debe ser completamente diferente. Eloísa es joven, está llena de vida y sufre atrozmente en su intento de transfigurar su amor. Leyendo sus cartas vemos que acepta amar a Abelardo como si fuese Dios; en vez de amar a Dios por Abelardo, una forma de amar a Abelardo contra Dios para llegar a la esencia de la sublimación: el amor puro.

Freud explica claramente que se puede amar sin pasión sexual: "La transformación de la libido objetal en libido narcisista implica el abandono de los fines puramente sexuales, una desexualización; es decir, aquí comienza la sublimación". El objeto amado se instala en el yo, como en la melancolía, y permanece como Sujeto siempre presente, pero ausente. Entonces se logra la identificación, es decir, el yo amante contempla en el amado la perfección o un modelo ideal al que intenta semejarse. Lo expresa Eloísa en una de sus cartas: "Jamás; Dios lo sabe, que no he buscado en ti más que Tú mismo, no mi concupiscencia". La esencia de este amor es un desinterés que nada reserva para sí, y se entrega absolutamente a Abelardo, convencida de que la identificación amorosa es fruto del olvido del deseo propio ante la realidad del Otro. Por este amor sublimado, el amante aparece en toda su resplandeciente figura, como valor total: "La identificación ha sustituido a la elección de objeto" (Freud), para lograr ser como el otro es.

La alienación amorosa hace posible vivir la sublimación del deseo sexual: -Mi querido Armin, ¡si supieses lo que te amo por tí mismo!" Bettina Brentano por ti mismo, escribe Brentano. Son éstas las mujeres sublimes que cantó Rilke, por la infinita donación de sí mismas sin esperar nunca ser correspondidas, satisfechas con el amor que sienten, ya que han renunciado al -instinto de propietario-, y piden sólo amar. Ideal al que se abrazan y consumen en un fuego inextinguible. Es por esta sublimación que el amor se interioriza, y al sumergir el objeto sexual en las tinieblas íntimas se alcanza el desdoblamiento de la conciencia de sí. De esta experiencia de la sublimación amorosa deduce Abelardo, en su obra Scito te ipsum, que el amor es renuncia a toda apropiación gozosa del deseo y sólo se busca en sí mismo la recompensa. Luego, es por la intención misma que se justifica el amor-pasión y si se vive con un sentimiento puro será completamente inocente. Es la gran verdad teológica que le enseñó Eloísa a Abelardo, primero como amante y más tarde esposa lejana e ideal lo amó siempre sin esperar nada de él. La sublimación del amor nos prueba la continuidad invisible de la potencia vehemente del Deseo.

El amor sublimado, no obstante, crea múltiples sufrimientos, pues la introyección del objeto amoroso ahogado en el corazón amante, desencadena quejas desesperadas: "Yo existo solamente porque amo" (Julie Lespinasse). Esta soledad interior, aunque parezca radiante, atormenta, pues el buen amor necesita la comunión auténtica de los seres, y no se satisface con la idealización del objeto amado, por generoso y admirable que sea. Recordemos el dolor que encierran estas palabras de la religiosa portuguesa, amante excepcional: "J' écris pour moi plus que pour vous".

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de La melancolía.

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