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Las últimas horas

"Bajó del coche; un minuto después estaba muerto, despedazado por la explosión"

En camino hacia su último mitin, 40 kilómetros al suroeste de Madrás, Rajiv Gandhi viajó en el asiento delantero, con la ventanilla abierta. Una luz fluorescente especialmente instalada en el salpicadero del automóvil iluminaba su rostro para que la gente pudiera verle. El público lanzaba flores con enloquecida felicidad. Las mayores sonrisas de la India viven en el gentil sur. El devolvía las guirnaldas junto con los pañuelos y mantones que le ofrecían en las paradas a lo largo del camino. En uno de estos lugares se detuvo para saludar a una mujer tímida zarandeada por la multitud. Le puso un pañuelo alrededor del cuello y habló con ella. La mujer se cubrió la cara con las manos y se arrebujó en el pañuelo.

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En la anterior campaña electoral, Gandhi recibió muchas críticas por mostrarse reservado, demasiado separado de la gente. Esta vez, decidido a llevar directamente su mensaje, se sometió a castigadores viajes diarios, con paradas en villorrios donde estrechaba manos y pedía el voto como si fuera un candidato a concejal."¿Qué más puedo hacer?", dijo en la última entrevista de su vida, mientras el coche se alejaba de Poortamallee, uno de los pueblos del camino. Le preguntaban docenas de veces cada día si sentía miedo por este nuevo estilo de campaña. Se le preguntó de nuevo el martes por la noche, cuando llegó al aeropuerto de Madrás. "Había hecho campañas así antes de ser primer ministro", dijo. "Ahora no soy primer ministro, así que hago otra vez la campaña de esa forma".

"¿Qué debo decir?"

Cuando su caravana entró la pequeña población de Sriperumpudur, le preguntó a un candidato local a quien había venido a apoyar: "¿Qué tengo que decirles aquí?". "Hable acerca del desarrollo del pueblo", respondió Maradadam Chandrashekhar, el candidato, mientras ambos descendían del automóvil blindado a la cálida noche tropical.

Un minuto después, Rajiv Gandhi estaba muerto, despedazado por una explosión.

"¿Adónde se han llevado el cuerpo?", preguntaban los periodistas a la policía. "No ha quedado nada", respondió alguien mientras la multitud sollozaba. Las luces de verbena que iluminaban el escenario del mitin se encendían y apagaban grotescamente sobre un campo de muerte. Los cuerpos estaban esparcidos por la zona.

El dispositivo de seguridad de Gandhi había sido casi inexistente el martes por la noche. Alguna de las manos que a centenares se habían introducido en el coche para saludarle podía haberle apuñalado o disparado.

"He estado en la calle 23 horas diarias casi cada día desde el 1 de mayo", había dicho durante el viaje. "Al final, me llevo cortes y moratones. Aquí y en Kerala existe esta costumbre de pellizcar la mejilla. Y a veces, en los barrios musulmanes, me besan. Ya sabe: una, dos, tres veces, una especie de abrazo".

Sólo cinco minutos antes de llegar Gandhi había hablado en el automóvil con esta corresponsal. El sur era territorio amigo, y él esperaba que en esta zona tendría un buen resultado su Partido del Congreso.

El coche se había detenido a tina veintena de metros de la tarima levantada en un parque público. El jefe de prensa de Gandhi, Suman Dubey, hablaba conmigo acerca de si había tenido tiempo suficiente para conversar con el ex primer ministro y si podía ya ceder el turno a otros periodistas. Mientras, Gandhi andaba por delante de nosotros hacia las escaleras de la tarima.

Explosión y humo

De repente, se produjo un ruido que sonó como un petardo y luego un gran ¡bum!, una explosión y una nube de humo que puso en fuga a la multitud. Todo terminó en unos segundos. La gente se quedó helada un instante y luego se desató la estampida.

El chófer de Gandhi me empujó, con otros dos periodistas, al interior del coche y condujo velozmente hacia Madrás. Una vez estuvimos fuera del pueblo nos comentó que había temido que alguien atacara al automóvil, fácilmente identificable por la matrícula.

Nos detuvimos en el Instituto de Ciencias Médicas de Tanarai, donde habían sido trasladados los restos de Gandhi y las personas heridas. A lo largo del camino hasta allí. sin embargo, nadie había oído hablar del asesinato. A las agencias de noticias indias les costó casi una hora empezar a decir al pueblo indio que Gandhi había muerto.

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