Malas brujas
Benavente clasificó esta obra como "novela escénica" (no lo encuentro respetado en el programa actual). En su momento (1903) la calificación tenía un sentido, hoy perdido: quedan, un poco, las ideas de "novelería" o "novelesco". El sentido era el de la acumulación de acontecimientos, los cambios de ambiente, las situaciones exageradas, y una cierta voluntad del autor para manejar los personajes para arrancar emociones. Aquí, de los salones de la realeza semidesterrada en una "estación invernal" se pasa a las tabernas de marineros, tras una aproximación al circo, gran recurso de la fantasía de la época. La virgen vendida, la mujer que camina de la nada al trono, los amores eternos y sublimes, el príncipe perverso y homosexual, el escritor cínico, la mendiga que fue casi reina... En manos de los venezolanos, sería un formidable culebrón para la televisión.
La noche del sábado
Jacinto Benavente. Intérpretes: Gemma Cuervo, Francisco Valladares, Cándida Losada, Queta Claver, Enrique San Francisco, Pilar Bardem, José Cerro, Nicolás Romero, Enrique Cerro, Gaspar Cano, Pepa Ferrer, Felipe Jiménez, Alfredo Cembrero, Anabel Mateo, Francis Portillo, Gemma Romero, Jesús Cisneros, Vicente Parra y Juan Carlos Naya. Música de Gregorio García Segura. Escenografía de Francisco Sanz.- Dirección: Mara Recatero. Teatro Español. Madrid, 18 de mayo.
Tosquedad
Ésta es la consecuencia que se puede obtener viendo la obra ahora: toscamente puesta en escena, con unos decorados no sólo pobres, sino feos y temblorosos, y una interpretaciór, de la que sólo habiendo visto a los actores en otras obras se puede decir que son muchos buenos, o algunos regulares; no habiéridolos visto, parecen malos, como pasa con la debutante Gemma Romero (menos, con el debutarite Jesús Cisneros). Siempre me ha parecído que el teatro debía ser sobrio y barato en estas circuristanclas; y que los teatros institucionales debían dar algún ejemplo. Gustavo Pérez Puig lo hace así, y gana, además público, y eso es elogioso. Trabaja un teatro municipal como si fuera de su empresa privada. Pero debía cuidar, como empresario, de que lo pobre no fuese feo, y de que un reparto barato cuadrara, por lo menos, con los papeles encomendados; que la terminación del espectáculo fuese digna y que la dirección fuese cuidada. Por lo menos, que comprendiera el sentido de la obra y que hiciera lo posible para que saliese adelante, cosa que no sucede con la directora Mara Recatero, que no ha trascendido del culebrón.En esa obra se vieron en su tiempo muchas más cosas. Un cierto sentido estético de inoda un reflejo del teatro eduardiano, un cosmopolitismo, un posible modernismo. Se vio una oposición entre la aristocracia decadente y el pueblo (incluso la persistencia de la mezcla con el pueblo como fortalecedor de la nobleza) mantenida por el todavía rebelde hijo del famoso doctor Benavente, hombre de sociedad. Tenía entonces cerca de 40 años, era un hombre culto y viajado, y tenía por el circo, con el que a veces convivió, una atracción que algunos vieron reflejada en un especie de amor por la Bella Geraldine, que no recuerdo si era trapecista o acróbata. Conocía muy bien el idioma inglés y era muy capaz de transmitir en castellano ese diálogo de "alfilerazos" -titulo de una de sus obras- de Wilde. Es cierto que parte del posible encanto, de la posible alusión política de la época o de la trascripción de "gente conocida" -que fue otro título suyo- se ha perdido con el tiempo; quedaría su condición de obra antológica por su importancia en el transcurso del arte dramático, y quedaria, si se hubiese hallado, la belleza privada de la obra si se hubiese resaltado. No es así. Está el folletín, la desfachatez "novelesca" -hay que ver con qué soltura, con qué desvergüenza escénica, mata a un par de personajes para que su favorita, Imperia, pueda encaminarse hacia el trono, aunque sea como favorita- ; y la representación gritada y exagerada de la que es el peor ejemplo Gemma Cuervo, o cursi como la de Vicente Parra tambien está transida de cursilería, para el gusto de hoy, la obra entera-; aunque haya ejemplos de contención y de seriedad, como el de Cándida Losada, que ha sido durante toda su vida una gran actriz y no parece dispuesta a dejar de serlo.
Si aceptamos todavía la idea histórica de que el Teatro Español es el primero del mundo de habla española, este espectáculo resulta impresentable.
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