...y Cagancho, sin venir
JOAQUÍN VIDAL El sartenazo que le pegó Niño de la Capea al primer toro, para que mereciera el perdón del dios de todas las tauromaquias y la madre de todas las lidias, el tal Niño de la Capea tendría que haber sido Cagancho. Otro sartenazo, no tan alevoso y tabernarlo, le pegó Fernando Lozano al tercer toro, y lo mismo habría cabido decir de este coletudo sarteneador, si no fuera porque el sexto le pegó a él una cornada, y las cornadas redimen a los toreros de todas sus culpas. Cagancho tenía un perdón en caso de sartenazo, vamos al decir, pues no iba por la vida presumiendo de legionario ni de maestro; en realidad no iba presumiendo de nada, porque era un artista genial y eso saltaba a la vista. Además, si Cagancho pegaba un sartenazo al estilo de los mencionados, le cogían los guardias y le llevaban al cuartelillo. Se publicó en la época un dibujo que tuvo enorme resonancia. Aparecían dos ratoncillos tras los barrotes de una cárcel, y uno le decía al otro: "Qué raro; las nueve de la noche y Cagancho sin venir".
Fernández / Niño de la Capea, Joselito, Lozano
Cuatro toros de Atanasio Fernández (dos fueron rechazados en reconocimiento), mal presentados, sin trapío, impresentable el 5º, mansos en general, encastado el 6º; dos de Aguirre Fernández Cobaleda, uno devuelto por inválido, 3º terciado, flojo y noble; lo sobrero de Juan Andrés Garzón, gordo, manso y topón. Niño de la Capea: pinchazo y bajonazo infamante (bronca); seis pinchazos bajos -aviso- , rueda de peones y descabello (bronca). Joselito: pinchazo y estocada caída (silencio), estocada perdiendo la muleta (división y también bronca y gritos de "¡becerrista!", cuando sale a saludar). Fernando Lozano: pl nchazo y bajonazo descarado (silencio); pinchazo hondo trasero, pinchazo y dos descabellos (palmas); cogido por el 6º, sufre cornada en un muslo de pronóstico grave. Plaza de Las Ventas, 17 de mayo. Octava corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
El chiste famoso figura en todas las antologías taurinas y podría valer para un estudio comparado de las más recientes edades de la tauromaquia. En las pretéritas, pegar un sartenazo era peor que delinquir. No hace tanto que cuando a un torero se le iba la mano y metía el espadazo por un costado, el público reaccionaba como si le hubiera mentado a la madre. Los tiempos cambian y ahora, por sartenazos, hasta dan orejas. No ocurrió así en esta corrida, desde luego, que era la de reaparición en Madrid de Niño de la Capea. En esta corrida de reaparición, Niño de la Capea, en lugar de orejas se ganó broncas.
Y se las ganó a conciencia. Nadie en su sano juicio le habría pedido que pegara derechazos a su primer toro, un animal incierto y probón, pero sí se le podía exigir un toreo de dominio, para cuyo conocimiento no hace falta ni siquiera ser maestro en tauro maquia, según dicen que es; con la veteranía basta. Sin embargo Niño de la Capea trapaceó durante 45 segundos de reloj, y sin más miramientos montó la espada. Es decir, montó la sartén. Al cuarto, en cambio, sí quiso pegarle pases y le salió una dubitativa, atropellada, inconexa faena, que también remató pésimamente con la espada.
El público se puso de uñas con el Niño de la Capea y no sólo por los sartenazos y trapaceos varios. Al público le pareció demasiada coincidencia que la corrida de su reaparición fuera, precisamente, la única chica de la feria. No obstante, cuando vio que tanto para para Joselito como para Fernando Lozano habían reservado torejos con cara novillo y tipo chotuno, entendió que allí las responsabilidades estaban compartidas, y que se había producido un oscuro concierto de intereses con anuencia de la autoridad.
En justa correspondencia, a los prestintos responsables el público les dijo de todo. El público estaba indignadísimo. Y los toreros, lejos de contentarle con alguna aproximación al toreo, aprovechando que hubo tres toros -tercero, quinto y sexto- de suficiente boyantía, se pusieron a pegar pases como enloquecidos. A Fernando Lozano, hasta se los contaban. Joselito los dio a cientos y ninguno le salió bueno; también tiene mérito. El sexto camparleó malamente a Lozano, y aunque el torero estaba herido, continuó la faena con evidente pundonor, y el rasgo mereció un respeto. Joselito salió a saludar cuando media plaza le estaba pitando, y, por esa intemperancia hubo de oir un broncazo y gritos de "¡Becerrista!". Demasiado poco fue. En otras épocas un torero perpetraba semejante provocaclon, y lo de los sartenazos eran juegos florales al lado de la que le armaban, el público primero, la autoridad después. Por menos metieron muchas veces a Cagancho entre rejas, como saben bien los ratoncitos. Claro que si a Cagancho le diera por venir del más allá y sacudirse una zapatilla, derramaba más torería que cuanta hayan soñado tener jamás todos estos juntos.
Babelia
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