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FERIA DE SAN ISIDRO

Toreo del bueno

JOAQUíN VIDAL, A la quinta fue la vencida y, al fin, se vio torear. No se dice que, a la quinta, los toreros dieran pases. Se dice que hubo toreo, toreo del bueno, el toreo auténtico. Su artífice, Juan Mora.

Es curioso que un torero tan frágil de ánimo como es Juan Mora, un torero de espejo que ha pasado por las ferias de principio de temporada con unos aires de afectacción que le ponían al borde del ridículo, haya sido, precisamente, quien se decidiera a ejecutar el toreo auténtico. Fue en el quinto de la tarde, un toro de poco peso y mucho trapío, inválido por más señas, y además dificultoso. Se trataba de uno de esos toros de casta que acuden prontos a los engaños pero que al menor descuido te pegan una cornada en la ingle y se quedan tan frescos. Juan Mora, que se dobló muy toreramente a dos manos, estuvo a punto de sufrirla. Después de unos derechazos en el centro del redondel aguantando tarascadas diversas, se entretenía en dar naturales de frente cuando el toro le enganchó, levantándole los pies del suelo.

Cebada / Mendes, Mora, Cámara

Toros de Cebada Gago, muy bien presentados excepto 2º (chico), inciertos, inválidos, tres devueltos al corral por este motivo. Sobreros, todos con gran trapío: 2º, de Palomo Linares, manso; 3º, de El Pizarral de Casatejada, manso e incierto; 6º de Román Sorando, manso y reservón. Víctor Mendes: dos pinchazos, estocada y cuatro descabellos (silencio); pinchazo bajo, estocada corta y rueda de peones (silencio). Juan Mora: bajonazo escandaloso y rueda de peones (bronca); estocada (oreja). Fernando Cámara: pinchazo y estocada perdiendo la muleta (ovación y salida a los medios); estocada (palmas). Plaza de Las Ventas, 14 de mayo. Quinta corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Estos toreros de espejo y frágil ánimo son una pura paradoja. Sentía Juan Mora el pitón desgarrándole la taleguilla, el cuerpo en vilo, y lejos de tironear para librarse de la cogida, poner cara de sobresalto, huir de allí, se quedaba tan tranquilo, como si estuviera en el sastre probándose los pantalones. De manera que, sin mirarse para nada los desperfectos, despejó el ruedo de cuadrillas que habían acudido presurosas al quite, y siguió toreando. Al natural otra vez, pero mejor aún por redondos, desde la hondura y la ligazón, abrochando las tandas con trincherillas solemnes o largos pases de pecho marcados al hombro contrario.

El toro tomaba codicioso la muleta que le presentaba adelantada Juan Mora, o no la tomaba pues pretendía colarse por donde olisqueaba al muletero, y el muletero resolvía el compromiso llevándole más toreado aún; es decir, más templado, más embebido en el engaño. Y eso es torear. Exactamente eso: dominar al toro; hacer que vaya por donde no quiere ir. Los grandes maestros de la tauromaquia sabían hacerlo como quien lava y nada importaba si luego no poseían el don del arte para ejecutar con gusto las faenas de dominio, lo cual solía ocurrir, por cierto. Pero es el caso que a Juan Mora el donde del arte le sobra, y por eso pudo aportarlo a esa faena dominadora y emotiva, que alcanzó momentos de enorme belleza. Y, además, dio los pases justos. Dibujaba ayudados en el tercio cuando el toro pidió la muerte. Y se la dio allí mismo, hundiendo todo el acero por el hoyo de las agujas, que el toro había dejado al descubierto al quedarse cuadrado, ya sin ánimo de pelea, pues se había rendido al dominio del maestro muletero.

Brega parecida de poder a poder hubo entre Fernando Cámara y el tercer toro, aunque con distinto planteamiento y resultado adverso. Fernando Cámara también planteó la cuestión hegemónica del toreo en el centro del redondel, y estuvo valiente, pero cometió el error de ceder terreno, y el terreno perdido se lo apropiaba el toro. Este es un ejemplo de por qué ligar las suertes no es norma arbitraria de la tauromaquia sino fundamento del arte de torear. Fernando Cámara daba un pase -demasiado corto, por cierto-, perdía un paso o varios para iniciar el siguiente en terreno distinto, y el toro, que tenía genio y aspereza, no se le acababa de entregar. El toro nunca fue por donde no quería ir, en ningún momento se sintió sometido al dominio de un maestro muletero.

Víctor Mendes, muy desigual y poco lucido en los tercios de banderillas, trasteó decorosamente sendos toros derrotones, uno de los cuales estaba, además, inválido. El imponente sobrero de palomo Linares debió de asustar a Juan Mora, que no estuvo con él ni dominador ni artista, mientras el asimismo imponente sobrero cle Román Sorando acabó reservón y Fernando Cámara le desafió junto a los pitones, sin poder sacarle partido.

En realidad los sobreros eran mansos, pero tuvieron mayor interés que los toros titulares, cuya invalidez generalizada hizo que tres de ellos fueran devueltos al corral y el misrio camino debió seguir la corrida entera. Claro que, entonces, a lo mejor no se habría visto el, toreo puro de Juan Mora, pues se lo hizo, precisamente, a uno de los inválidos titulares que permanecieron en el ruedo. La aflición se preguntaba, si, con toro distinto, Juan Mora habría hecho un toreo igual de bueno, e intentando resolver esta duda le dieron las tantas.

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