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Convoyes en un camino fantasma iraquí

Vehículos militares aliados se cruzan con 'enemigos' en los alrededores de Zajo

Aviones y helicópteros rompen el silencio de los valles. Los convoyes militares de los aliados se cruzan con soldados iraquíes que tienen más tristeza en sus rostros que armas con munición, pero que aún protegen dos palacios de Sadam Husein.

Los pueblos siguen semiabandonados, y sus habitantes, aún en las montañas. En la franja norte de Irak - 150 kilómetros de oeste a este, entre Zajo y Surriá, y 30 kilómetros de profundidad hacia el sur- se ha creado una zona de seguridad para favorecer el regreso de los kurdos.A las afueras de Zajo, en dirección este, los paracaidistas españoles controlan la carretera con eficacia. Un poco más allá, a la altura de su cuartel general en la zona, los peshmergas saludan con alegría a los convoyes aliados que se dirigen hacia Amadiyah, o, más allá, a Surriá. "Nos sentimos seguros mientras ellos están aquí", explica con incertidumbre el jefe guerrillero local, Hamid Haski.

Los pesados vehículos militares de los aliados comparten la carretera del este con los refugiados que han decidido acabar el exilio en la montaña. Los kurdos viajan en camiones y tractores abarrotados de mujeres y niños. Los hombres van por fuera, sostenidos en difícil equilibrio. "Los aliados no están ayudando a pagar los transportes", afirma Aref Sale, mitad peshmerga, mitad enfermero, que viaja en un remolque.

Los más privilegiados regresan en el coche que quedó aparcado sobre la carretera. Muy pocos lo encontraron con ruedas, pero casi ninguno pudo evitar el tiro de gracia sobre los parabrisas, dicen que disparado por los iraquíes sobre los coches kurdos vacíos.

La carretera alterna arena y asfalto hasta llegar a Amadiyah, ciudad encaramada sobre un risco. En las inmediaciones se levantan dos palacios de Sadam Husein: el de invierno y el de verano. Soldados iraquíes y la guardia republicana protegen esos recintos de altas vallas.

Desde aquí hasta Surriá la zona está bajo control francés. Abundan los destacamentos militares. Aviones antitanque A-10 y helicópteros patrullan continuamente entre las montañas.

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Un destacamento holandés hace volar un depósito de explosivos hallado junto a la cuneta.

En el pueblo de Aradina, las huellas del éxodo siguen frescas. Unos cinco kilómetros después de Shiladiza, donde los militares españoles han instalado un hospital de campaña, un destacamento peshmerga controla el camino hacia el sur, y el que conduce a la frontera con Irán. Son una veintena de hombres alojados en la carpa. Disponen de fusiles Kaláshnikov y de una vieja ametralladora con manivela que limpian con esmero.

En Surriá, Alain Marty, un médico francés que acaba de bajar de la montaña, intenta que alguien le lleve más lejos. "Los americanos están trabajando muy bien arriba y yo no hago falta allí", Se siente pesimista. Ha visto morir a demasiada gente.

Camino a Bagdad

Como en la ruta del este, en la del sur la guerra ha dejado también una estela de coches y camiones convertidos en revoltillo de hierros. La carretera que une la frontera turca con Bagdad, a poco más de 500 kilómetros, tiene mucho tráfico. Los aliados controlan el tramo entre Zajo y Sumail, 30 kilómetros oficialmente y algo más de 40 por el marcador del coche. En Sumail, los policías iraquíes impiden la entrada a los extranjeros.

En el primer control a la salida de Zajo, ahora ocupado por los españoles, los marines tenían izada antes la bandera norteamericana. "Éste es territorio ocupado", explicaban.

No lejos hay un destacamento militar iraquí. Hay derrota y resignación en su mirada. En los poblados, los habitantes árabes, que no huyeron, acusan a los kurdos de haber cometido atrocidades. Las casas de quienes partieron tienen los cristales protegidos por adobes. Por encima de todo ello los aviones caza F-14 prosiguen su vuelo.

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