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Mayo funesto

Deben de ser las flores. Algo tiene el mes de mayo que no se contenta con alborotar los campos, y sólo finge ser florido para mejor ocultar su intrínseca desgracia. En mayo se dibuja la tragedia. Que se lo pregunten a los toros de Las Ventas, a los valientes del Dos de Mayo en la Puerta del Sol fusilados en la Moncloa el día 3, al espíritu de sangrado de Joselito y a los insensatos que se atreven a casar se en este mes. "Bodas mayales, bodas mortales", dice un refrán de mi tierra. "Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo", añaden los rnás precavidos. Todo son av'sos. Contra una mala boda o contra una mala gripe. Debe de ser por culpa de las flores. Tanta fuerza del mundo subterráneo, tanto po der genésico fraguado en abril, esconden un misterio y encierran una contrapartida. Con lo visible, la naturaleza enmascara lo invisible. Noviembre es un mes esquelético y jocoso, de tibias y calaveras. Mayo es el mes de los muertos en todo su es plendor. (Considerando los acontecimientos históricos a mi parecer cargados de alguna significación compruebo que el naufragio del Titanic no tuvo lugar en mayo, sino en abril, con lo cual se me escapa la posibilidad de incluirlo en la lista de desgracias representativas de este mes mortal. Esos espíritus que han encontrado una tumba submarina a 4.000 rnetros de profundidad no se rnartifiestan en las flores. Acaso empleen el lenguaje de las algas, como Ofelia. Un batiscafo equipado con los más modernos instrumentos de exploración oceánica bajó a su encuentro hace unos años y subió cargado con la caja fuerte del barco. Ya se ha dicho que el naufragio del Titanic es un símbolo de nuestro siglo. Los audaces investigadores llegan al corazón de la tragedia y se vuelven con el dinero y las joyas para amortizar la operación).Según una. etimología antigua y no sé si de fiar, mayo viene de maior y es el mes de los antepasados, de nuestros mayores. Los días 9, 11 y 13, impares y falta, tenía lugar el rito de la lemuria nocturna. Se llaman lémures a los espíritus errantes de los muertos, y Ovidio, que describe los ceremoniales con precisíón, nos habla de los minuciosos protocolos que hay que observar si se quiere estar en paz con ellos. Lógicamente, el tiempo que tendremos que pasar con nuestros muertos es muchísimo más largo que el que nos es dado pasar con nuestros vivos, de forma que más vale desde ahora conservar las buenas relaciones. Todas las precauciones son pocas. Por consiguiente, llegada la noche del día 9, cuando han callado los perros, coja el oferente un puñado de habas negras y arrójelas de espaldas sin volver la vista atrás. El espíritu más allegado las cosechará. Se procede antes a una serie de operaciones lustrales, y terminado el rito se acude de nuevo al agua de manantial. Los lémures agradecen la ofrenda. No sé si la ceremonia vale para propiciar a los espíritus amables o para aplacar a los que nos odian. Cuando se vuelve la vista por encima del hombro, las sombras fugitivas se han escurrido. En realidad, como nosotros ya no creemos que los muertos anden por la vida recogiendo habas negras, comprobamos con alivio que nadie se ha llevado las alubias, o al menos la apariencia material de las alubias. De la ceremonia de contacto con el mundo subterráneo sólo nos queda un breve escalofrío, porque en esta época del año las noches todavía son frescas en los panteones, y porque el roce con los muertos, aun cuando el rito se degrade en juego, no pierde su misteriosa calidad.

Pienso en tumbas floridas y me viene a la memoria el cementerio de Prince Street, en Edirriburgo. Las sepulturas se hallan distribuidas en un vergel que al llegar mayo, con el retraso debido a la diferencia de latitud, se carga de flores. Su aspecto es encantador y algo empalagoso. Me pregunto quién cosecha la fruta y en qué labios terminan las cerezas que se nutren de ese suelo rico en fósforo.

Pienso en la tumba de Jim Morrison, en el cementerio del Père Lachaise, donde acuden los nostálgicos a fabricar flores de humo azul con un buen porro y donde los guardianes recogen cada madrugada una cosecha de jeringuillas.

La tumba de Ezra Pound en San Miquele es una losa que hubiera convenido a un gigante. La vi estéril, abrumadora, sin una flor. La de William Faulkner, en Oxford, Misisipí, es una tumba doméstica, familiar, que precisamente en mayo recogía la ofrenda de las azaleas.¿Y un gran enterramiento vegetal? El lugar donde se halla sepultado santo Tomás de Aquino es una iglesia de ladrillo, alta de bóvedas, resonante de murmullos. Posee la fascinación de los espacios donde se intuye que cada medida, cada ángulo, cada proporción, encierran un mensaje. Siete columnas poderosas dividen la nave en toda su longitud. Nadie duda de que se trata de los siete pilares de la sabiduría, el último de los cuales se abre en el ábside desplegando un extraordinario ramaje que inmediatamente recuerda a una pa,Imera. El camino iniciático de los justos conduce a ese árbol. Así figura en las iluminaciones medievales y así se le descubre en el diminuto santuario de San Baudeli o, en la provincia de Soria, rodeado de las sombras fantásticas que habitan la piedra desconchada. El tronco es a menudo una teoría de corazones imbricados, y la alcachofa del cogollo, un lugar secreto de actividad creadora. En su clasificación botánica, Linneo bautizó a una de las más hermosas variedades de palmera con el nombre de phoenix, supongo que como símbolo de resurrección. ¿Quién no desearía una palmera a su lado en lugar de un siniestro ciprés? La tumba en el oasis posee unas características de paz, de amenidad y de olvido que ningún otro lugar ofrece.

Ya veo que este artículo va siendo uno del género llamado miscelánea. Se barajan las tumbas y las lápidas como en una mano de póquer, una buena mano, todo figuras. Arrojo sobre el tapete la efigie de un amigo mío, muchacho de buena planta, que murió hace muchos años el día 23.

Se ha estudiado la melancolía de pnirnavera como un fenómeno causado por la exuberancia vegetal, como si un lazo reuniera la opulencia y el humor lánguido. Lo mismo se dice de la melancolía que sigue al coito, provocada por el despilfarro de flores de almidón en un vientre acogedor. Los italianos poseen un vocablo de inapreciable poder de evocación para ceñir ese sutil estado de ánimo: la morbideza. Lo natural en primavera es estar triste. En medio de tantos signos de grandeza se percibe la catástrofe. No es raro que descargue una tormenta. El amor se deshace en nuestras manos y de nada sirve acudir a la ciencia. La psicoterapia aconseja fatigas y ejercicios respiratorios.

Se levantan castillos en el aire, se arruinan fortalezas en el crepúsculo, y a la vista de mi enciclopedia puedo afirmar que el 29 de mayo se produjo la caída de Constantinopla.

Manuel de Lope es escritor.

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