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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Adiós a todo eso?

LA CRISIS del Golfo, la subsiguiente guerra de Kuwait y el rebrote de la cuestión kurda han puesto sobre la mesa una cuestión que, aun siendo teórica, podría tener repercusión definitiva en el futuro de la comunidad Internacional: la forma de conjugar los límites de la soberanía con la capacidad de acción de los organismos internacionales para asegurar lo que, desde el final de la guerra fría, hace poco más de un año, ha sido conocido como nuevo orden internacional.A lo largo del siglo XX se han realizado continuos esfuerzos para construir una sociedad de Estados (encarnada hoy en la ONU) regida por una ley internacional eficaz y obligatoria, y en la que las actuaciones de aquéllos pudieran ser enjuiciadas, y en ocasiones, corregidas por mayoría. La teoría se apoya, naturalmente, en la necesidad de limitar el concepto de soberanía, ese término que, acuñado por Bodino y refinado por Maquiavelo y Hegel, se utiliza para describir la facultad que asiste a todo Estado de mandar sin limitaciones en su interior, rechazando, por tanto, cualquier actuación foránea como injerencia en los asuntos internos, y de enfrentarse a los demás en condiciones de igualdad.

Este principio igualitario de los Estados, reconocido en el artículo 2 de la Carta de la ONU, chocó desde el nacimiento de ésta con la realidad política: los miembros de las Naciones Unidas podrían ser iguales, pero había algunos que eran más iguales que otros (por ejemplo, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -EE UU, URSS, Reino Unido, Francia y China-, que, además de ser los vencedores de la II Guerra Mundial, disponían del derecho de veto sobre los temas más importantes). Se consagraba el principio de "un país, un voto" para todo menos para las cuestiones graves de la paz, cuyo tratamiento quedaba encomendado al Consejo de Seguridad y, por tanto, condicionado por los enfrentamientos entre los miembros permanentes de éste. El orden mundial quedaba así sesgado por la guerra fría y lejos de la imparcial aplicación de un código suscrito por todos los países.

No es de extrañar que la caída de los muros y el fin de la guerra fría hicieran concebir esperanzas de una nueva era en las relaciones internacionales. Al encontrarse la ONU con la agresión iraquí a Kuwait, la aplicación de la Carta se ha llevado a cabo en condiciones nuevas, surgiendo sobre la marcha problemas imprevistos que han puesto de relieve la necesidad de introducir, dentro del nuevo orden internacional, el principio de la limitación de la soberanía.

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Se trata, en el fondo, de llevar la realidad cotidiana al área de los principios, y de conducir éstos a sus lógicas consecuencias. Las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados, e incluso entre países del primer grupo, han demostrado en las últimas décadas que no puede hablarse de soberanía económica cuando las economías nacionales han alcanzado el actual grado de interdependencia.

Por otra parte, la presión continuada en pro del respeto del individuo como sujeto de derecho internacional ha sido, especialmente desde la firma del Acta de Helsinki en 1975, el principal enemigo de la soberanía interior de los Estados. Hace años que la defensa de los derechos humanos ha dejado de ser considerada como injerencia para convertirse en patrimonio universal.

Faltaba la extensión del nuevo concepto al área de las relaciones entre Estados. Puede que ello haya ocurrido en el tratamiento de la cuestión kurda por la ONU. Aunque la Carta manda que no se intervenga en cuestiones "esencialmente domésticas" (como lo sería el tratamiento dado a los kurdos por Irak en el interior del país), el Consejo de Seguridad decidió, correctamente y por primera vez, que la situación constituía una "amenaza para la paz", lo que permitía la actuación del órgano supranacional. Ello implicaba, a su vez, que la ONU debería haber asumido la responsabilidad de la protección de la población kurda, limitando en ese caso la soberanía de Irak en una parte de su territorio. En realidad, han sido algunos miembros de la ONU -EE UU, Reino Unido, Francia- los que han impuesto esta limitación. El camino lógico para preparar el nuevo orden hubiese sido la introducción de cascos azules en el área y su ocupación en tareas de protección a los kurdos y de control al régimen de Bagdad. Un concepto totalmente impensable por el momento. El papel de la ONU se ha centrado en la declaración del derecho, no en su aplicación, lo que suscita reservas comprensibles en muchos sectores. ¿Nace por ello muerto el nuevo orden internacional? En absoluto. Lo que ocurre es que las esperanzas puestas en su rápida asunción eran utópicas. El debate no ha hecho más que empezar.

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