Vidas paralelas
Ambos vienen de lejos. Uno de la dehesa y otro de su finca. Uno de pacer por los campos apenas cubiertos de rocío y otro de recorrer su hacienda a lomos de un caballo jaquetón. Uno de pastar la tierna hierba que la primavera hizo brotar en los ribazos del río y otro de ordenar a sus gañanes que lo tengan todo a punto para la siega.Ambos llegan de lejos. Uno en el cajón oscuro de una camioneta y otro en un Mercedes blanco. Uno vapuleado por el traqueteo de los caminos de tierra y otro nervioso porque el ascensor del hotel no funcionaba o porque el tráfico a punto estuvo de hacerle llegar tarde.
Uno entra en la penumbra del chiquero sin más compañía que su negra soledad y otro en el patio de cuadrillas, donde sus hombres se ajustan la corbata, se arreglan las taleguillas o bromean bajo el sol para disimular el temor al destino.
Uno busca una salida tanteando a ciegas la mazmorra asignada y otro mira por la embocadura un gentío que le exigirá una hazaña memorable.
La hora exacta. Comienza a caer la tarde. Silencio. Suena un pasodoble que siempre rememora la misma historia. Mientras uno se pasea con su capote bordado y una medalla en el pecho, otro espera apartado y solitario que alguien le abra la. puerta del chiquero.
Ambos vienen de lejos y ambos se encuentran a solas, frente a frente, en silencio, en la plaza de la vida, en el redondel de la muerte. Uno lleva en la frente las astas que acarició el viento de la campiña y otro en la mano un trapo color de sangre que pespunteó una muchacha al compás de una copla.
Comienza la fiesta de la geometría: un círculo perfecto para marcar los tiempos y otro de albero para dirimir la suerte, una armónica arcada para cobijar al público expectante, una banderilla, una pica y una espada.
Se inicia un rito regido por la más pura aritmética: seis toros, tres toreros, tres cuadrillas, tres tercios, tres puyazos, tres avisos, tres banderilleros y tres banderillazos.
El sacrificio exige su vestuario. Uno va de negro zaino y otro de verde y oro, medias rosas, zapatillas aladas y una montera que al caer indicará el sino de la fiesta.
La coreografia es acompasada. Todo se ajusta: el ritmo y el tanteo, el quite y los envites. Uno extiende el capote al aire y otro embiste persiguiendo una nada que al instante se evapora entre los pliegues rojos y gualdas.
La música va rriarcando los cambios de tercio. Uno aguarda en el centro de la arena mientras otro ejecuta a su alrededor una danza de amor y de muerte. Uno busca y otro encuentra. Luego, los dos solos, enfrentados un segundo, sin que ninguno sepa quién vencerá en este duelo hermoso y paralelo.
Al fin, ambos salen por la puerta. Uno al trote de las mulillas y otro rodeado de sus hombres, que lloran o aplauden según fuera la tarde.
Juan Rey es profesor de la Facultad de Ciencias de la Inforrna-jión de Sevilla y premio Andalucía de novela.
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