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'Colgados' de la ciudad

Podadores, limpiadores de fachadas y navegantes de globos, empleos de 'altura' en Madrid

Podadores encaramados a las ramas, rodeados de nada. Limpiadores de cristales que en la plaza de España miran 40 metros por encima del hombro a Don Quijote. Navegantes de globos y dirigibles publicitarios que atraviesan el aire de Madrid de parte a parte. Son, entre otros, los trabajadores de más altura en la capital, aunque su sueldo lleve implícito el riesgo de cortarse, tocar un cable eléctrico o caer sobre un matadero con el globo desinflado. Pero prefieren andar por las ramas o sobrevolar espacios abiertos a seguir prisioneros del suelo.

Viven en el suelo y trabajan en el cielo. Pasan inadvertidos al peatón concentrado en llegar a tiempo al trabajo o al automovilista enterrado en un atasco. Pero están ahí arriba, encaramados en edificios, farolas, árboles, y hasta subidos en globo."Cuando voy a podar a una zona alta de Ventas veo hasta la corrida de toros, pero no me puedo entretener mucho, porque a lo que subo es a trabajar", comenta Jesús Ors, de 28 años, podador de una de las empresas que presta esa actividad al Ayuntamiento de Madrid. Sin embargo, dice que no puede evitar mirar a su alrededor y que ha disfrutado también de una particular visión desde los árboles de la calle de Alcalá.

Para podar, Jesús se introduce en una plataforma automática que le eleva 20 o 21 metros sobre el suelo. Ors recuerda que hace 10 años los podadores trepaban a los árboles "a mano", y podaban con hacha porque pensaban que la motosierra era perjudicial para el árbol, pero explica que eso está superado, porque aplican cicatrizantes a las ramas.

Miedo en la plataforma

Jesús entiende que el peligro de su trabajo no es la altura, "porque las plataformas son seguras", y que el riesgo es cortarse o tocar un cable. Reconoce que pasó "algo de miedo" cuando subió las primeras veces a una plataforma, pero precisa rápidamente que fue porque se trataba de prácticas que hacían en una explanada y se veía en el aire, rodeado "de nada". Parece que el miedo repite cuando el viento cimbrea la cesta desde donde trabaja, pero a Jesús le gusta su trabajo y hace tiempo que considera normal "andarse por las ramas".Tomás, de 33 años, ha trabajado siempre por las alturas. Desde hace siete años es limpiador de cristales, y pasó otros seis subiendo a diario a una grúa que le situaba a más de 20 metros para realizar el mantenimiento del aparato. Como cristalero se mueve normalmente a esa misma distancia del suelo, pero trabaja también en cumbres más elevadas, como la de un edificio de la plaza de España que le ha permitido mirar 40 metros por encima del hombro a Don Quijote.

Prefiere trabajar en las alturas más que en las profundidades, porque le gustan los espacios abiertos y elevados, "donde todo se ve bastante mejor y más bonito que en el suelo". Tampoco considera que su actividad laboral sea peligrosa, y manifiesta que en siete años no se ha producido ningún accidente de cristaleros en su empresa. Según Tomás, hay gente que se queda mirando cuando trabaja, "pero no dicen nada, son como los mirones de obras".

Las cestas utilizadas para mantenimiento del alumbrado se han integrado en el paisaje urbano y no parece, en cambio, que llamen la atención de nadie. "Es que sólo estamos a 10 o 12 metros", puntaliza un técnico. Su trabajo está, desde hace 20 años, en las farolas, pero trabaja igual o más "por los suelos".

Muy por encima de los que se ocupan del alumbrado, los árboles crecidos o los cristales de los edificios altos, trabajan los colgados más colgados de todos, ocupados en pasear publicidad en avioneta e incluso en globo.

Javier Tarno, de 35 años, constituyó hace ocho una empresa de publicidad con globos y dirigibles que sobrevuelan Madrid cuando el viento es favorable.

Empezó con un globo de segunda mano y recibiendo los avisos en su casa, y ahora tiene oficina y cuatro globos que guarda en la Escuela Deportiva de Villanueva del Pardillo, donde da clases. Los guarda allí "porque en la oficina no entrarían por la puerta". El globo doblado es una pelota de un metro de diámetro. llinchado, alcanza 20 metros de alto y posee 2.200 metros cúbicos de capacidad.

"Madrid es impresionante a 300 metros. Además se hacen descubrimientos, como los jardines interiores de algunos edificios", comenta Javier. Explica que en las dos horas de autonomía de vuelo, a pesar de estar pendiente del quemador, tiene tiempo para contemplar el paisaje.

Para este aeronauta de vocación, el único peligro real del globo es el aterrizaje, porque, aunque la velocidad que se suele alcanzar es de unos 18 kilómetros por hora, a veces, al tomar tierra, el globo va a unos 50 y se zarandea mucho la barquilla. Por eso Tarno terminó su trabajo un día en el cementerio y otro en el matadero. Afortunadamente, su mujer, Paloma, hizo el rescate, pues le sigue como puede en el coche, comunicado por ra.dio con el globo.

Javier, que no tiene inconveniente en jubilarse como piloto de globos, explica que a pesar de la altura se puede oír bastante bien desde el globo. Sonríe cuando recuerda el ruido de atasco que le llegaba el día que participó con su globo en la campaña Madrid sin coches.

Viento de Este

A diferencia de las avionetas, los globos no van donde quieren, sino donde les lleva el viento que sopla en Madrid, del Este por las mañanas y del Suroeste por las tardes, explica Javier Tarno, piloto de globos de aire.Ésa es la razón por la que los itinerarios de la empresa publicitaria de Javier se reducen, generalmente, a los comprendidos entre M-30 y la Casa de Campo, en el primer caso, y la Casa de Campo y los nuevo recintos feriales de Hortaleza, en el segundo.

El clima de Madrid restringe el horario de vuelos en globo en verano porque el calor genera turbulencias que zarandean el globo y lo deshinchan. Sin embargo, el buen tiempo propicia la comunicación desde el globo, pues permite a Javier hablar con la gente que se encuentra en terrazas y azoteas cuando vuela bajo. Los vecinos le saludan y le desean buen viaje desde tierra firme.

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