_
_
_
_
_
OVEJAS NEGRAS

El Churra y El Suso

Jesús Garcia, 'El Suso', dejó la bebida, pero su inseparable compañero, El Churra, se gasta en 'priva' (alcohol) todo lo que gana: son dos de las muchas ovejas negras de la metrópoli

Francisco Peregil

Jesús García, El Suso, tiene 40 años y lleva su cabeza de platino debajo de una gorra negra. Desde que se estrelló, hace 20 años, cuando montaba la Derbi que ganó a las cartas, la gorra no le abandona ni para ingresar en los quirófanos. Ella oculta un pequeño accidente geográfico en su cráneo, como el que deja la primera cucharada en un yogur. Los 40.000 vecinos de Orcasitas saben que desde el accidente, El Suso pasó de temible a temeroso. La chupa de rockero, las gafas de: sol, el walkman y las estampas de Vírgenes en la cartera ya las llevaba desde antes del accidente. Visitó varias veces la cárcel de: Carabanchel, donde llegó a beber colonia, y otras tantas veces el Psiquiátrico Provincial (antes hospital Alonso Vega).La bebida la dejó hace dos años, pero antes ya hubo varios avisos para que le dieran los santos óleos. Cuando salió la última vez del Alonso Vega, su amigo de toda la vida, El Churra, quiso hacer el amor con la compañera sentimental que trajo del psiquiátrico, y se la ahuyentó. "Le saqué una navaja a la tía en plan de broma, salió corriendo y no la volvimos a ver por Orcasitas", cuenta El Churra. El Suso asegura que el único que se ha atrevido alguna vez a quitarle la gorra y dejarle el platino al aire libre es El Churra.

A los 11 años, El Churrita vendía churros y lo que ganaba se lo gastaba en priba (alcohol). Ahora tiene 47 años, una cirrosis "de caballo", y un récord de seis meses en su haber como máximo tiempo sin pillarla.

Un navajazo tuvo la culpa

Como en los malos cuentos, El Churra y El Suso compartían desde pequeños dinero, borracheras y amistades, y lo único que los enfrentaba eran las mujeres. Hace dos años se enamoraron de una vecina. Le quitaban dinero a sus padres para darle de comer y comprarle bragas, y ella los iba a ver cada vez que ingresaban en el Doce de Octubre por sus borracheras. "Es muy alta", dice El Churra, "y cuando se pone en la calle de la Montera, toda pintadita, está guapísima". "Yo no quería que se fuera contigo porque tú la emborrachabas para hacer el amor, y eso no es legal, amigo... que a las mujeres hay que llevárselas por derecho", le espeta El Suso.

El Suso es un nostálgico de las bandas. "La primera vez que fui a la cárcel fue por un navajazo ejue le pegué a un tío en un baile. Ibamos en grupo a los bailes, y yo siempre daba la cara por mis colegas. Antes nos poníamos bolingas [borrachos] y disfrutábamos, y ahora la gente sólo quiere chutarse". "Una vez un tío se me quedó mirando junto al andén del metro y se cayó. Cuando lo fui a coger me quiso pegar, le di un galletón, y cuatro mujeres que había allí se me vinieron a mí como si yo le fuera a pegar una sirla [atraco con navaja] al tío".

Paga por su pinta todos los días, cuando pide zumos de naranja en las discotecas y los camareros se le quedan mirando, incrédulos, o cuando le paga los billetes de autobús a los niños. Otra vez cogió una mariconera de la barra de un bar, se la llevó al tigre (cuarto de baño) y se encontró 1.000 pesetas, una pistola y un carné de policía secreta. Salió del tigre, avisó al camarero y le dijo: "Guarde esto, que se lo ha dejado alguien". Cuando volvió el dueño de la mariconera "un chico rubio, muy joven", estaba casi llorando y miraba de arriba abajo a, El Suso. "Le dije, 'el camarero la tiene', y me quiso dar todo el dinero. Hasta que no me dio cuatro mil pesetas no se quedó conforme".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Los escasos ahorros

Mientras hablan, El Churra se acerca a un oficina bancaria de la plaza de la Asociación para sacar lo que le queda de la pensión. La plaza, en el centro de Orcasitas, está tachonada de yonquis desde la mañana. Cuando vuelve trae dos monedas de 200 pesetas y le dice a El Suso que le ha dado mucha vergüenza entrar para sacar eso. "Pero es que, si no lo hago, no tengo para comprarme la litrona y comprarle un paquete de tabaco a éste". Un joven con mirada agresiva se le acerca a El Suso y le dice que el Psiquiatra le ha mandado medicina para anularlo durante un año:

- "Me lo voy a comer todo, Suso, pero voy a estar anulado un el sofá".

- "Tienes que hacerlo, hombre, para que se te vaya la gotera que tienes".

El joven se aleja, y El Churra le dice que no se ría del muchacho. El Suso explica que el chaval tiene una gotera muy grande, pero no es mal chico. "Cuando yo bebía, lo padres no querían que nadie se viniera conmigo, y ahora todos les dicen que se vengan para que yo los cuide".

A la hora del almuerzo, El Suso se recluye en su casa para leer, ver la tele o escuchar novelas, mientras que a El Churra aún le quedan por beber dos o tres litronas.

Trámites burocráficos

El Suso es el que le arregla a El Churra todos los trámites burocráticos. Sabe leer y, escribir y asegura que ha tenido muchas más mujeres que El Churra, aunque sólo se enamoró dos veces. La compañera sentimental del Psiquiátrico era de nacionalidad alemana, chapurreaba el español, estaba casada y tenía varios hijos.

"Una vez que estaba en el piso de ella, en Ventas, llamó su marido por el telefonillo diciendo que si el piojoso ése (por mí) no se había ido todavía. Cogí un cuhillo y le dije que subiera a ver al piojoso, pero no se atrevió". Todo lo malo que hizo El Suso fue bajo el efecto del alcohol, y para mostrar el buen corazón que tiene su amigo, El Churra siempre cuenta cuando fueron los dos a la calle de la Montera. "Había algunas con un tipazo", pero El Suso se paró delante de la prostituta más fea, "que era horrorosa, gorda y viejísima. Yo me reía, y el Suso me dijo que por lo menos aquel día la fea iba a comer y que las otras comían todos los días".

El Suso asegura que desde que no bebe disfruta cuando se ríen de él. Dice que desde que fue al entierro de su abuelo vestido de pijo mientras sus primos iban con vaqueros, el único criterio válido para ir a la moda es el suyo propio. "A mi psiquiatra lo tengo más loco que yo, porque la gente se ríe de uno y yo me río de muchos".

Para la primavera, afirma tener preparado un modelo que los vecinos se van a creer que se ha escapado de una reserva india. En realidad, escapar nunca lo hizo de ningún sitio, y, las pocas veces que ha viajado fue para ir andando a Valencia. "La última de ellas, hace mucho tiempo, llegué a Valencia, vi unos pinos preciosos, me masturbé y me volví". Llevaba el cabello a la altura de los codos y tuvo que volverse andando porque nadie quería montarlo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_