Luces y sombras
Acaba de comenzar la feria taurina -para la de farolillos faltan ocho días- y la Maestranza -narcisa porque puede- se erige en ágora de criterios éticos y estéticos sobre cómo debe discurrir el gran rito del sacrificio que todas las tardes allí se conmemora. Se puede estar de acuerdo o discutir sobre si a un espectáculo popular como es la fiesta de los toros se le pueden imponer normas de comportamiento. Mas si esas normas, más bien conductas, aparecen ancladas en vetustas tradiciones, parece conveniente arroparlas para que no se evanezcan.Puede resultar redundante el encomio un año tras otro del escenario del rito. La plaza de toros resulta tan armónica, tan aseada, tan bella, tan antigua, y sin embargo cada día le descubrimos un ángulo, una luz, un reflejo nuevo. No necesita amparo, pues su propietaria, la Real Maestranza de Caballería, se recrea en la suerte de su conservación ejemplarmente. ¿Para cuándo la concesión del premio Europa Nostra destinado a la conservación de monumentos?
¿La algarabía de las plazas de toros es consustancial con el rito? Está claro que no. Tampoco la desvirtúa. En Sevilla, sin embargo, aparte de sus ya tópicos silencios durante la actuación de los diestros, el comportamiento del público más parece el de una función religiosa que el de un circo. Naturalmente una función religiosa de gloria, no de penitencia. Se encarga de recordárnoslo la banda del maestro Tejera. ¿De dónde viene la melomanía del público sevillano? Seguramente tiene hondas raíces en los grandes maestros que aquí tuvieron su solar: Francisco Guerrero, Cristóbal de Morales, Joaquín Turina...
Estas son las luces, pero también hay sombras. El principal peligro que amenaza a la plaza es la falta de exigencia. El rigor, sin estridencias, aguza el estímulo de los lidiadores, excita a los ganaderos a presentar lo mejor de sus camadas, incita a todos los protagonistas a hacer las cosas bien.
Otro peligro es el de la rutinas. Hay que combatirlo. La fiesta de los toros tiene sus cánones y sus ritos, pero ello no significa que todo haya que hacerlo siempre igual. Es verdad que muchas de esas rutinas son comunes a todas las plazas, pero Sevilla, paradigma de la fiesta, debe luchar por desterrarlas: la interrupción de la lidia para esperar la llegada del piquero, el afán de que todos los toros se piquen en el mismo sitio de la plaza, la rueda de peones, las lecciones en voz alta del monosabio de turno al picador, el protagonismo que a veces parece arrogarse la banda de música...
También la plaza debe ser muy escrupulosa en ahuyentar el chauvinismo. La dimensíón universal de la cultura sevillana exige la absoluta apertura a la actuación de los toreros foráneos. Equilibno y justicia sin mirar la partida de nacimiento. El famoso dicho: "De Despenaperros para abajo se torea, de Depeñaperros para arriba se trabaja", no deja de ser un auténtico sofisma.
Babelia
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