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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vida en Moscú

LA VIDA política en Moscú ha estado pendiente en los últimos días de la reacción de la población ante la subida de precios, por una parte, y del desarrollo de la sesión especial del Congreso de Diputados de Rusia, por otra. Es demasiado pronto, pese a indicios como las huelgas mineras, para medir las repercusiones de las elevaciones de los precios, orientadas a preparar la introducción de criterios de mercado en su Fijación. Pero los resultados del pleno celebrado el pasado viernes en Moscú, por iniciativa del grupo del partido comunista, permiten afirmar que ha fracasado la maniobra dirigida a neutralizar al reformista radical Borís Yeltsin, eliminándolo de la presidencia del Sóviet Supremo de Rusia.Al margen de sus tendencias a la superficialidad o a la demagogia, Yeltsin encarna una actitud democrática radical que es respaldada por amplios sectores de la población. La prueba es que obtiene resultados triunfales cuando se presenta ante los electores. En estos momentos dificiles, por causas económicas y por las tendencias disgregadoras que se extienden más cada día, Yeltsin representa una fuerza real, y su papel puede ser importante.

El caso de Georgia demuestra hasta qué punto se refuerzan las tendencias a separarse de una Unión Soviética que, a pesar de las promesas de Gorbachov, aparece sobre todo como un barco a la deriva. El referéndum celebrado en Georgia el domingo 31 de marzo produjo un resultado aplastante a favor de la independencia. Fue una nueva victoria de los nacionalistas extremistas que, con el presidente Gamsajurdía, gobiernan en Tbilisi desde las últimas elecciones. La independencia de Georgia, aunque sólo fue efectiva durante un periodo breve -entre 1918 y 1921-, tiene raíces profundas. Con una lengua y una cultura propias, totalmente distintas de las rusas, con un clima y una agricultura privilegiadas, los georgianos disfrutan de condiciones bastante superiores a las de la gran mayoría de la población soviética. En la actual fase de gravísima crisis económica en la URSS, creen que, si se separan, escaparán a las consecuencias del caos soviético; y obtendrán condiciones mejores relacionándose directamente con el mercado mundial. Esperanza quizá ilusoria: los productos de Georgia gozan casi de monopolio en el mercado soviético, pero tendrán dificultades para competir en otros mercados. En todo caso, es obvio que, en Georgia, el odio acumulado por la dictadura impuesta desde Moscú se traduce en un nacionalismo en pleno auge.

Ello implica nuevas complicaciones para Gorbachov. Los nacionalistas georgianos, mientras piden independencia de Moscú, se niegan a reconocer la autonomía de las minorías que existen en su territorio, y especialmente la de Osetia del Sur, donde la situación es casi de guerra civil. Moscú ha intervenido en defensa de los osetianos, que se pronuncian lógicamente por permanecer en la URSS.

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No hay salida sin formas nuevas de conciliar intereses opuestos. La realidad es que, tanto para preparar una secesión dentro de las leyes de la URSS -que en principio la admiten- como para avanzar en la creación de una nueva unión descentralizada -como promete Gorbachov-, la condición prioritaria es frenar el auge de las fuerzas conservadoras, militares y civiles, que cada vez pesan más sobre la política del Kremlin. El fracaso del golpe contra Yeltsin es un dato positivo y significativo. Pero la situación es cada vez más caótica. Ello agrava los peligros de dictadura, como han advertido Shevardnadze y, últimamente, el propio Gorbachov. Frente a ello, aún debería ser posible un acuerdo entre las fuerzas que han hecho la perestroika, por serias que sean sus diferencias actuales.

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