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POSGUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

La cámara de los horrores de Sadam

El área de descanso de los oficiales de la policía secreta iraquí y de sus familias está situada en un agradable prado sombreado por coníferas. Un callejón conduce al restaurante y a un patio interior. Está convenientemente situado para acoger la pequeña cámara de los horrores de Sadam Husein.La mayor parte del complejo de recreo fue pasto de las llamas el pasado 11 de marzo cuando los guerrilleros kurdos y los habitantes de Arbil atacaron las instalaciones. Sin embargo, las celdas sin ventanas -de un metro y medio cuadrado que daban cabida a tres o cuatro prisioneros con los ojos vendados- permanecen todavía intactas, lo mismo que las habitaciones para practicar la tortura con sus nichos para guardar los látigos y los cables de acero para las descargas eléctricas.

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El techo de las celdas está provisto de fuertes ganchos de hierro. Según el guía, que pasó por ellas en una ocasión, los prisioneros eran colgados desnudos por los pies durante las sesiones de tortura, ahogados con agua y golpeados durante horas. Luego les eran aplicadas las descargas eléctricas. La rutina era siempre la misma, aunque se añadían ciertas sofisticaciones. Los torturadores solían colgar un saco de los genitales de la víctima y meter en él un gato rabioso. Si algún preso novato tenía la imprudencia de pedir agua, los guardias se orinaban en su boca.En una habitación de 13 metros de largo por 5 de ancho hay una barra de hierro de pared a pared, a la que los prisioneros, desnudos, eran esposados para ser apaleados. A poca distancia yace un cuerpo calcinado y otro a medio quemar, con la pierna izquierda separada del cadáver, su fémur claramente roto. Varios bloques más allá de estas celdas está el edificio del cuartel general del Estikhbarat, el servicio de espionaje de Irak, encargado de suprimir la oposición organizada contra Sadam Husein. También cuenta con celdas diminutas. En un rincón hay un cubo lleno de un raro limo con el inconfundible olor dulzón de la carne humana putrefacta. The Independent / EL PAÍS

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