Un ajuste febril
La riqueza puede ser empobrecedora, y ésta es una de las antiguas y amargas experiencias españolas. El oro y la plata llegados de América permitieron a la España del siglo XVI vivir como una gran potencia, financiando guerras y comprando mercancías extranjeras. España era un cauce por el que pasaban metales preciosos hacia Europa y mercancías europeas hacia América. Pasada la bonanza, el cauce quedó seco, y la industria y el progreso siguieron otros derroteros.Para algún historiador, el caso español es un precedente remoto de una enfermedad que, ya en nuestro tiempo, se detectó en Holanda cuando las exportaciones de gas natural permitieron a este país incrementar sus ingresos por exportaciones, mejorando así sus rentas y su balanza corriente, pero... inhibiendo las exportaciones de su potente industria manufacturera, por los incrementos de precios y costes, así como por la revalorización del tipo de cambio. Era la dutch disease: cuando un recurso genera rentas fáciles y rápidas puede tener efectos adversos sobre el resto del sistema -y particularmente sobre la parte más competitiva- por la absorción de recursos y por los incrementos de precios que provoca. Es un problema de desajuste entre tres grandes bloques de un sistema económico: el sector competitivo (exportador de manufacturas), el sector protegido (principalmente servicios) y un sector recalentado.
La España que camina gozosa hacia los fastos del 92 podría llevar arraigado el virus holandés. Pero ¿cómo puede ser esto posible en una economía sin recursos naturales importantes y que ha sufrido como pocas el encarecimiento de los productos energéticos? Una serie de síntomas nos llevarán a la peculiar forma de ajuste económico aplicado en España, un ajuste febril y endeble a largo plazo: la enfermedad holandesa.
Los síntomas
Síntoma número 1. La economía española exporta poco. La exportación es un resumen y un test de la competitividad de la industria de un país.
Las dificultades de la exportación española pueden entenderse dentro de la fenomenología de la enfermedad holandesa: como factor inmediato, el tipo de cambio sobrevalorado, que reduce los beneficios de las actividades exportadoras. Pero hay causas más profundas: los esquemas de incentivos perjudican la inversión en actividades orientadas a la exportación al beneficiar más a inversiones alternativas como los servicios o las inversiones financieras.
Síntoma número 2: la peseta está sobrevalorada. Su fortaleza no revela la de la economía (como en el caso del yen y del marco alemán, que responden a la fortaleza de los respectivos sistemas industriales). El tipo de cambio sobrevalorado es una de las manifestaciones más visibles de la enfermedad holandesa: el recurso natural exportado aporta medios de pago internacionales y encarece la propia moneda, dificultando otras exportaciones.
Hoy en España sólo se necesitan unas 100 pesetas para comprar un dólar, cuando en 1986 se precisaban 140 pesetas. España, con uno de los mayores déficit comerciales del mundo y con un importante déficit corriente, acumula unos 53.000 millones de reservas (cifra superior a las de Francia, Holanda o el Reino Unido). A este paradójico resultado se llega por unas vías que nos llevan precisamente al síntoma tercero de la enfermedad holandesa.
Síntoma número 3: un sector de crecimiento explosivo (o recalentado). La apreciación del tipo de cambio es el síntoma más inmediato de la enfermedad holandesa, pero en sí no es sino una forma de manifestar que la economía se está adaptando a una situación nueva en la que lo más revelante es la existencia de un sector de crecimiento explosivo (que tiene algo de donación graciosa).
¿Qué sector desempeña en la economía española el papel que en otras coordenadas realiza la exportación de un recurso natural, con resultados parecidos": el patrimonio nacional, esto es, la riqueza (industrial e inmobiliaria) acumulada por las generaciones anteriores. La demanda de activos españoles por extranjeros, así como su cambio de manos entre españoles, ha dado lugar a un efecto riqueza, al pasar ésta a manos con mayor propensión al gasto, estimulando así la demanda de consumo, las importaciones y el crédito al consumo. El ciclo económico se ha reactivado, permitiendo obviar los problemas de la balanza corriente, que no se consideran tales, ya que, se argumenta, las entradas de capital extranjero a largo plazo son estables y se puede seguir confiando que compensen los déficit corrientes.
El capital extranjero
Ahora bien, ¿qué hay detrás de las entradas de capital extranjero? ¿Su capacidad compensatoria permite seguir pasando por alto las deficiencias exportadoras de la industria española?
Señalemos antes que las entradas de capital extranjero han alcanzado en 1988 y 1989 cifras equivalentes al 5,5% y 6,5%, respectivamente, del producto interior bruto (PIB). Comparadas con la formación bruta de capital Fijo, el porcentaje de las entradas ha sido del 24,8% y 27,4%, respectivamente. En términos netos (descontando las desinversiones), las inversiones de capital extranjero han supuesto cifras equivalente al 12% y al 16,2% de la formación bruta de capital fijo durante los años 1988 y 1989, respectivamente.
¿Por qué llega ahora este capital a España? Prueba de confianza internacional en la economía española, se dice. Una afirmación suficientemente general para ser cierta. Pueden aducirse tres razones más concretas: a) estrategia de compañías extranjeras para situarse en el último mercado comunitario (también contribuye cierto mimetismo, algo no infrecuente en economía, como cuando la banca internacional competía por prestar a los países latinoamericanos); b) bajo precio de los activos reales en España; c) los tipos de interés, entre los más altos del mundo desarrollado, que estimulan la entrada de capitales (asegurados contra riesgos de cambio por la sorprendente -sorprendentemente rápida-entrada de España en el mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo).
Síntoma número 4: crecimiento del sector menos competitivo. El crecimiento de las actividades productivas en España en los últimos años se ha centrado fundamentalmente en los servicios, lo que significa sustentarse en la parte menos productiva de la economía, y ciertamente en la menos competitiva. Los servicios son actividades que suelen gozar de elevados niveles de protección frente a la competencia exterior, por lo que su capacidad de absorber rentas de otros sectores es mayor, principalmente por mayores precios relativos. Aunque no se haga observar con frecuencia, en los últimos 10 años son los servicios los causantes de la inflación en España, no sólo por su mayor ponderación en el PIB, sino porque sistemáticamente el deflactor de los servicios crece por encima del deflactor implícito del PIB.
Sector público
Pero hay que destacar sobre todo el Inmoderado crecimiento del sector público en España en los últimos años. Ha sido el accionista omnipresente que ha disfrutado de cotas cada vez mayores del dividendo colectivo de la sociedad española, en la bonanza y en la recesión. Mientras el consumo privado bajaba del 66,2% al 63,3% del PIB entre 1980 y 1989, el consumo público subía desde el 12,6% al 14,2%, a la vez que el gasto público pasaba del 33% del PIB en 1980 al 42% en 1989.
Recapitulación: no es la inflación o la revalorización del tipo de cambio lo que produce la enfermedad holandesa, sino una forma de ajuste del aparato productivo a una determinada situación que se traduce en inflación y revalorización del tipo de cambio, debilitando el aparato productivo.
Nuestra tesis es que la industria española se ha adaptado sólo parcialmente a las nuevas coordenadas internacionales, y el exponente más claro es la debilidad de la exportación industrial. Esta situación ha podido solaparse (y aquí llega el virus) apelando a la riqueza acumulada: la venta de activos preexistentes, fábricas o inmuebles, en parte a extranjeros. Pero este capital extranjero no otorga siempre capacidad productiva adicional (las fábricas cambian de mano). Por otro lado, su magnitud es tan importante que no parece sostenible, si fuera deseable su mantenimiento, a medio plazo.
Por lo que la euforia producida por una coyuntura febril no puede oscurecer el hecho de que la economía española tiene una transformación industrial inacabada, que ha sido desincentivada por el esquema de estímulos económicos, que han potenciado la búsqueda de rentas más rápidas y cómodas en el mercado protegido de los servicios o en la especulación con el patrimonio, antes que la producción para los arriesgados y competitivos mercados industriales del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.