"El fracaso en la integracion de los inmigrantes será catastrófico para toda Europa"
SOS Racismo nació en Francia a comienzos de los años ochenta como un movimiento multirracial de lucha contra las agresiones a los trabajadores extranjeros y el ascenso del ultraderechista Frente Nacional. La guerra del Golfo ha significado la ruptura entre ese movimiento y el poder socialista. SOS Racismo tomó partido contra la guerra y ello provocó también que sus militantes y simpatizantes judíos lo abandonaran.
Pregunta. ¿Cuáles han sido las repercusiones de la guerra del Golfo en el proceso de integración de las comunidades magrebíes y africanas en Francia?
Respuesta. Los magrebíes y africanos han tenido la impresión de que en el plan Vigipirate [el dispositivo de seguridad interior establecido por el Gobierno francés durante el conflicto], los piratas eran ellos. La permanente sospecha de que los inmigrantes constituían la quinta columna de Sadam Husein les ha herido profundamente. Sin embargo, han probado que sabían expresar su punto de vista sin poner en cuestión las instituciones republicanas y la paz social. La mayoría de los tres millones de musulmanes de Francia eran contrarios a la guerra, pero en ningún momento amenazaron con acciones violentas. Se plegaron pacíficamente a la mayoría intervencionista.
Ministerio de la Ciudad
P. ¿Es definitiva la ruptura de SOS Racismo con François Mitterrand?R. Espero que no. Entre SOS Racismo y Mitterrand existe un desacuerdo sobre la política en relación al mundo árabe y musulmán. Como movimiento de jóvenes militantes de los derechos humanos, como partidarios del diálogo como método de solución de los problemas y de la convivencia entre razas, culturas y religiones, nosotros no podíamos aceptar la intervención militar occidental hasta haber agotado de veras la vía del embargo. Pero seguimos dispuestos a colaborar con los socialistas en el frente interno de la integración.
P. ¿Cuál es la situación en ese frente?
R. En los suburbios franceses no avanza el proceso de integración, sino la segregación y el gueto. Los jóvenes sienten los mordiscos de la violencia, el paro y el miedo al otro. No se están construyendo viviendas sociales; la rehabilitación de los suburbios está en punto muerto, la reinserción profesional de los jóvenes, también. No obstante, la reciente creación del Ministerio de la Ciudad es una señal de esperanza.
P. ¿A qué atribuye usted el continuo ascenso del Frente Nacional?
R. Hay factores políticos, sociales y económicos que lo explican, pero ahora desearía subrayar otro elemento decisivo, y es la crisis de los grandes instrumentos tradicionales de solidaridad. La familia está desapareciendo; la Iglesia no funciona; el movimiento obrero se extingue... Así que los más desfavorecidos se encuentran solos ante las dificultades. El Frente Nacional propone una solidaridad nueva: la del blanco frente al inmigrante, la del francés frente al extranjero. Y no puede combatírsele tan sólo con discursos, recordando las barbaridades históricas del fascismo y el nazismo. Se necesitan alternativas concretas en los barrios donde cohabitan sus votantes y los inmigrantes.
Las bandas 'zulús'
P. En los últimos tiempos cobra fuerza en París el fenómeno de las bandas zulús. Es como si se hubiera abierto una brecha entre la generación de SOS Racismo, que ya anda por los treinta años, y una nueva generación de hijos de inmigrantes que no creen en la integración.R. La aparición de bandas étnicas es inquietante. Algunos jóvenes no se identifican con nuestro proyecto de una Francia armoniosamente multirracial, sino que prefieren encastillarse en sus comunidades de origen. Dicho esto, quiero romper una lanza a favor de la música y la cultura rap. Los medios de comunicación suelen identificar abusivamente rap y bandas étnicas violentas. No es así. La gran mayoría de la gente del rap es bastante mixta y bastante pacífica. El rap puede ser un medio de comunicación y no de aislamiento.
P. Volvamos, si le parece, a la minoría violenta. Esa gente se le escapa a ustedes, ¿no?
R. Hasta ahora, los hijos de la inmigración tenían muchas ganas de ser considerados miembros a parte entera de la sociedad francesa. Pero es cierto que hay una avería del modelo de integración francés, que funcionó a la perfección con polacos, italianos o españoles. En relación a los magrebíes y africanos puede producirse una situación similar a la de los negros en Estados Unidos: una minoría de hijos de la inmigración se integra muy bien en las universidades, las empresas, la televisión o el mundo del espectáculo; la gran mayoría permanece excluida en los guetos.
P. ¿A qué atribuye esa "avería" del modelo francés?
R. Es evidente: ahora se trata de integrar a minorías visibles, físicamente visibles. Al cabo de una generación, los polacos, los italianos o los españoles no se distinguían de los franceses. Eran blancos como ellos, y, creyentes o no, pertenecían a una cultura cristiana. Ahora se trata de integrar a gente que al cabo de un siglo sigue siendo físicamente diferente. Y eso choca, pese a que el concepto francés de nación no esté basado en criterios de raza, sino en los valores universales de la democracia y los derechos humanos. Y también representa un problema nuevo el hecho de que estas últimas hornadas de inmigrantes sean en gran parte musulmanas. Esa gente ha llegado a Francia en un momento en que se predica de modo simplista la idea de un enfrentamiento entre Occidente y el islam.
Laboratorio europeo
P. ¿Qué puede hacerse para evitar que estalle la caldera?
R. Francia es el laboratorio de una situación que muy pronto va a afectar seriamente a países como Italia o España. Por eso es muy importante para toda Europa que aquí funcionen las cosas. No hay fórmulas mágicas. Para empezar, se trata de reforzar la represión del racismo. Pero eso no basta si no va acompañado de una educación antirracista. Hay que limpiar los manuales escolares de la exaltación del colonialismo; hay que incluir la historia de civilizaciones como el judaísmo y el islam. También hay que promocionar la construcción de viviendas sociales y la reinserción profesional de los jóvenes en paro. Europa no puede prescindir económica ni demográficamente de la inmigración. Por último, si no queremos tener boat people, hay que cooperar con el Magreb y África. No sólo ayudar a su desarrollo económico, sino también contribuir al establecimiento de verdaderas democracias.
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