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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Walesa, en EE UU

EL VIAJE oficial del presidente de Polonia, Lech Walesa, a Washington el pasado miércoles no pudo empezar con mejores auspicios para el antiguo sindicalista de Solidaridad. En efecto, al darle la bienvenida, el presidente Bush anunció que Estados Unidos elevaba su condonación de la deuda polaca al 70%, es decir, a 20 puntos por encima de la decidida una semana antes por el Club de París; ello supone una gracia de 33.000 millones de dólares, aunque la condonación quede condicionada a la firma de un acuerdo de ajuste económico con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Bush fue más lejos: prometió establecer en Varsovia un centro americano de negocios e incrementar sustancialmente el nivel de la ayuda estadounidense a los países del este de Europa. Si a esto se añade el compromiso del FMI de aprobar una nueva línea de crédito destinada al apoyo del programa polaco de reforma económica de tres años se comprende que Walesa tenga motivos para estar satisfecho.Las razones para la inusitada generosidad internacional deben buscarse en el relativamente buen comportamiento de la economía polaca a lo largo del último ano y en la seriedad con que se ha empezado a aplicar las recetas estabilizadoras. Pero lo importante de todos estos gestos es que otorgan a Walesa un respiro para hacer frente a sus dificultades en el interior. Porque, ahora que recibe ayuda de fuera, no le queda más que poner orden en casa.

Desde poco después de su elección, en diciembre pasado, como presidente "de todos los polacos" -como le gusta llarnarse-, Walesa se encontró metido en una agria disputa con el sindicato Solidaridad, que había presidido hasta entonces, y con el sindicato ex comunista OPZZ: la razón era la propuesta del popiwek, un impuesto penalizador de todo incremento salarial. El enfrentamiento alcanzó su punto crítico en el Tercer Congreso de Solidaridad, celebrado en Gdansk hace dos meses. El efecto de estos enfrentamientos y de las contradicciones típicas del presidente ha sido su acelerada pérdida de popularidad: en enero de 1990, en el momento del nombramiento de Mazowiecki como primer ministro, los sondeos indicaban que el 74% de los polacos apoyaban a Walesa; hoy, este porcentaje es apenas del 40%.

Por otra parte, justo antes de emprender el viaje a EE UU, los comunistas del antiguo régimen (en los que Walesa se ha apoyado en más de una ocasión para hacer frente a la presión de los demócratas o de sus antiguos compañeros de Solidaridad para imponer nombramientos) le jugaron una mala pasada. Para completar el proceso democrático falta que se celebren elecciones parlamentarias libres. Walesa pretendía que se adelantaran al próximo 26 de mayo, lo que favorecería al ala derechista de Solidaridad (la prolongación del periodo preelectoral hasta el otoño no puede sino debilitarla) en perjuicio de la izquierda sindical y de los antiguos comunistas, que son los que más duramente se le oponen. Enfrentado con una mayoría parlamentaria ostentada por los ex comunistas y sus aliados, Walesa no consiguió que el Parlamento anticipara las elecciones.

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El presidente polaco que visita Washington tiene esperanzadoras perspectivas económicas, pero su autoridad moral está severamente mermada. Sus huéspedes le han mirado con desconfianza hasta que pidió públicamente perdón por los tintes antisemitas que tuvo su campaña electoral. Tiene así servida la confusión política con la que, como asegura, tanto le gusta actuar. Hará bien en recordar que no ocurre lo mismo con sus mentores en Occidente, que parecen preferir la claridad y la ausencia de sobresaltos.

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