La moneda única de las dos Europas
La discordia amenaza con retrasar el proyecto comunitario hasta el próximo siglo
Europa se despidió de 1990 dormida en la euforia de la unión europea. Este año sufre las pesadillas de las diferencias nacionales. La cumbre extraordinaria de Luxemburgo, convocada a petición de Francia para el próximo 5 de abril, tendrá que redefinir el porvenir de la CE después de la crisis del Golfo. Los Doce tendrán que afrontar su protagonismo al otro lado del Mediterráneo y su papel en el Este, las negociaciones del GATT, la reforma agraria y, sobre todo, cuál es su ambición de cara a la unión política y monetaria. Los líderes de Europa tendrán que volver a redactar el guión que emborronan en sus discusiones los ministros. Pasa do el momento de la utopía, le ha llegado la vez al realismo.En la conferencia intergubernamental sobre la unión monetaria se acumulan las propuestas, ninguna coincidente. Al llamado plan Delors -en realidad hoy un borrador de unión monetaria asumido en su día por todos los socios comunitarios, salvo en una parte sustancial por el Reino Unido- se le han sumado las pro puestas de España, Francia, Ir landa, el Reino Unido y Alemania. Hace unos meses los ministros de Finanzas de los Doce coincidieron en dictaminar que la conferencia intergubernamental gozaba ya de "una preparación adecuada y completa", condición previa impuesta por la cumbre de Madrid, en junio de 1989, para ir adelante.
Hoy, son tantas las variables que se barajan y tan numerosas las condiciones previas y matices que se exigen que los menos pesimistas coinciden en afirmar que la moneda única tardará en llegar más de lo esperado, Numerosos expertos aseguran que, si los líderes políticos no lo remedian, la unión económica y monetaria nacerá con dos caras o dos velocidades: media Comunidad podrá asumirla enseguida y la otra nadie sabe cuándo.Arranque lento
El primer problema, pero no el más grave, es el del calendario. El pasado 28 de octubre, en la cumbre de Roma, los jefes de Estado y de Gobierno de la CE se dieron un plazo para llegar a la moneda única. La segunda fase o etapa decisiva de preparación comenzará el 1 de enero de 1994. Cuatro años después, en 1997, los Doce decidirían la fecha de entrada en vigor de la moneda única, que los más optimistas sitúan en torno al año 2000.
El pasado martes, el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, se quejó ante del "arranque demasiado lento" de la primera fase de la unión monetaria. Esta comenzó el pasado 1 de julio y su objetivo es la convergencia de las políticas económicas, la preparación del terreno para que la unión monetaria pueda comenzar a andar sin sobresaltos.
Los ministros de Economía y Finanzas realizaron el pasado 28 de enero su primer ejercicio de vigilancia multilateral sobre la marcha de las economías. El resultado no pudo ser más desalentador. Lejos de estrecharse, los diferenciales de inflación de han separado, han crecido los deficit públicos y empeoran las perspectivas sobre el índice de crecimiento y el paro. Un mes después los ministros no lograron ponerse de acuerdo ni sobre las medidas de disciplina ni sobre las sanciones para castigar los incumplimientos. Cada país quiere su corsé, lo cual equivale a defender un modelo propio.
Pero la bomba de relojería la puso el 26 de febrero Alemania. Su proyecto es que el banco central europeo, que los jefes de Estado y de Gobierno acordaron en Roma que naciera en enero de 1994, no debe ver la luz como mínimo hasta finales de 1997 y eso si entonces se produce una situación de igualdad (déficit, precios y tasas de interés) hoy por hoy imposible. Por eso la CE insiste en que no habrá moneda única sin voluntad política.
El proyecto de unión económica y monetaria nació como un negocio necesario, un complemento ideal para las grandes ventajas que generará el mercado único de 1993. Para empezar una moneda será el premio político para una Europa unida que podrá así oponerse a la dictadura financiera y comercial del dólar. El pasado 26 de octubre, los expertos de la Comisión Europea presentaron una larga lista de beneficios, pero también una advertencia sobre los ajustes imprescindibles para los países más retrasados.
Según el informe Un mercado, una moneda, la divisa única de la CE permitirá a los Doce ahorrarse más de 20 billones de pesetas al año. Sólo las comisiones y tasas de cambio entre las actuales monedas representan un gasto
La moneda única de las dos Europas
evitable de 2 billones de pesetas anuales y suponen una merma del 4% en el beneficio de las empresas. Las ventajas se extienden a todos, sociedades y particulares, y los efectos directos e inducidos representarían un incremerito del 8% en el PIB europeo durante los primeros años.El modelo de unión monetaria elegido es un espejo de la política alemana: rigidez monetaria, baja inflación (estabilidad de precios) y control del déficit. Para muchos países, entre ellos España, eso supone un límite a sus necesidades de crecimiento y una política de estabilización que impone la refrigeración económica en lugar de la expansión. Dicho de otra forma, significa dilatar en el tiempo la recuperación del retraso económico.
Dos velocidades
El poderoso presidente del Bundesbank, Karl Otto Poeffi, a pesar de que el canciller Helmut Kohl corrigió en la cumbre de Roma sus impulsos discriminadores, nunca ha ocultado que se irripondrá una Europa monetaria a dos velocidades. Los diferenciales de inflación, tasas de interés y déficit marcarán la frontera.
La Comisión Europea, por la coherencia que impone un proyecto común, siempre ha rechazado esa división de Europa en dos mitades. Ha admitido a cambio que los más retrasados, asurnido el compromiso político, necesitarán plazos especiales. Según, el diagnóstico del ejecutivo comunitario, siete países (Alemana, Francia, Belgica, Dinarriarca, Holanda, Luxemburgo e Irlanda) pueden integrarse sin apenas dificultades. España, al igual que Italia y el Reino Unido), necesita algunos ajustes que podrá hacer 'en pocos años'. Para Portugal y Grecia la realidad es más negra. Si no dos velocidades, la unión monetaria tendrá geometría variable.
La unión monetaria, segúri el estudio de la CE, "supondrá un gran beneficio para un país como España, que necesita importantes entradas de capital para impulsar la inversión y el crecimiento. Pero antes debe reducir sus grandes desequilibrios (inflacion y deficit exterior) y realizar un ajuste de la política fiscal orientado a reducir el exceso de demanda y a dotar la politica monetaria de mayor libertad y eficacia. Los altos tipos de interés, facilitados por la banda ancha de fluctuación (6% por arriba y abajo del cambio pivot), deben recortarse y estrecharse ese margen de maniobra monetario. El Gobierno ha elegido una peseta fuerte capaz de atraer la inversión y abaratar las importaciones, pero perniciosa para las exportaciones, el principal reto que nos reserva el mercado único.
España necesita la unión monetaria para no descolgarse de la integración europea que, desde el ingreso en la CE en 1986, tan buenos beneficios políticos y económicos ha reportado. Pero hace falta tiempo para digerirla y todos los esfuerzos del ministro Carlos Solchaga han ido dirigidos a ese objetivo.
El pasado 8 de septiembre, Solchaga se descolgó con la propuesta de retrasar la segunda fase de la unión monetaria de 1993 a 1994. Solchaga defiende una segunda fase larga porque preparar la moneda única es una labor de mayor envergadura que la creación del mercado único.
Por si fuera poco, los 12 ministros han comenzado los escarceos del largo debate que nos es pera sobre el carácter que habrá de tener el ECU durante esta fase intermedia y del grado de independencia o de control del futuro banco central europeo. Para el Reino Unido debe crearse una nueva moneda, el ECU fuerte a salvo de devaluaciones, como divisa común pero no única. Del mercado dependería su futuro.
España suscribió esta tesis como "puente de unión" con los británicos, para luego desmarcarse y proponer reforzar el actual ECU cesta para potenciar su papel como moneda de todos. Los inversores se verían atraídos por la ventaja de que jamás se devaluaría ante cualquier reajuste de las paridades dentro del Sistema Monetario Europeo. Sería un buen anticipo para luego convertir el ECU en única moneda.
Delors, siempre al quite, ha intervenido en la polémica para proponer el ECU congelado: un valor constante a salvo de devaluaciones y también de posibles revaluaciones. Ese matiz, explica, quitaría incertidumbres.
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