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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El mundo según Groucho

Hoy sería impagable la reposición de Un día en la ONU, una película de los hermanos Marx que Billy Wilder estuvo a punto de dirigir después de El apartamento (1960). Según Maurice Zolotow, biógrafo del director, una de las escenas culminantes del guión era el discurso de Harpo en la Asamblea General, traducido simultáneamente a varios idiomas. El proyecto no llegó a realizarse porque ninguno de los grandes estudios confiaba en la salud del trío estelar.Tal vez para demostrar a los zopencos de Hollywood que los genios son inmortales, Wilder decidió hacer una película de los hermanos Marx sin los Marx, donde para mayor ironía se enfrentan marxistas y antimarxistas. El resultado fue una sátira salvaje sobre el colonialismo norteamericano, la política de bloques y la guerra fría, que reparte equitativamente su carga de vitriolo a ambos lados del telón de acero en el Berlín dividido de 1961.

Uno, dos, tres (One, two, three)

Dirección: Billy Wilder. Guión: Billy Wilder e I. A. L. Diamond, basado en la obra teatral de Ferenc Molnar. Fotografía: Daniel L. Fapp. Música: André Previn. Director artístico: Alexandre Trauner. Montaje: Daniel Mandell. Productor: Billy Wilder, para Mirisch Company y Pyramid Productions. Estados Unidos, 1961. Intérpretes: James Cagney, Horst BuchhoIz, Pamela Tiffin, Arlene Francis, Howard St. John. Cine de estreno en Madrid: Renoir (versión original).

Homenaje

Uno, dos, tres -¿Groucho, Harpo y Chico in memoriam?- es el homenaje de Wilder a los grandes maestros de la comedia americana, desde Mack Sennett y los cómicos del cine mudo (recuérdese la persecución automovilística a través de Berlín Este, todo un tributo a los Keystone Cops) hasta Lubitsch y Hawks, con quienes Wilder colaboró como guionista en algunas de sus mejores películas. De hecho, Uno, dos, tres es algo así como la versión dura y actualizada de Ninotchka -coescrita por Wilder-, con algún que otro toque de Ser o no ser -el ex nazi Schlernmer-, y su maquiavélico protagonista -un alto ejecutivo de la Coca-Cola, interpretado de forma insustituible por James Cagney- iguala en cinismo, falta de escrúpulos y capacidad de recursos, al Cary Grant de Luna nueva, obra maestra de Howard Hawks con la que Uno, dos, tres compite en talento y velocidad.El humor subversivo de los Marx sobrevive en la ferocidad de unos diálogos que nada tienen que envidiar a los de Groucho, y en un clímax final desenfrenado que alcanza cotas de delirio equiparables a las de Una noche en la ópera y su legendaria escena del camarote.

La película de Wilder -da un poco de pudor decirlo a estas alturas- es un alarde casi insultante de lucidez, mala uva, ingenio y dominio del ritmo cinematográfico, que ha pasado a la historia como una de las comedias más vertiginosas del cine de Hollywood.. Nada de ello impidió su fracaso comercial.

Uno, dos, tres tuvo la mala pata de estrenarse poco después de la construcción del muro de Berlín -que sorprendió a los autores de la película a mitad del rodaje-, y, como en su día Ninotchka y Ser o no ser, levantó ampollas a diestro y siniestro.

Treinta años después vuelve esta película en versión original para demostrarnos que, con muro o sin muro, sigue conservando su aguijón en plena forma, y hasta puede disfrutarse como una parodia anticipada y cruel de la perestroika, consumada aquí a escala individual y en un tiempo récord por un mandamás de la Coca-Cola.

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