Un sueño roto
EL DRAMÁTICO éxodo de los albaneses hacia lo que consideran la solución de parte de sus problemas se ha convertido ya en un ejemplo digno de estudio y reflexión. En él se dan cita todas las contradicciones posibles de los conceptos más manidos del siglo XX: capitalismo, socialismo, solidaridad, generosidad, represión y un largo etcétera.El pasado 20 de febrero, los estudiantes albaneses se manifestaron en Tirana y derribaron una gran estatua de Enver Hoxha, padre de la patria y representante del marxismo-estalinismo. El presidente Ramiz Alia llamó a la moderación, insinuó la posibilidad de una involución en el muy tímido proceso reformista hacia la homologación democrática, renovó parcialmente el Gobierno y aplazó -tal como pedía la débil oposición- la convocatoria electoral hasta el 31 de marzo.
Desde la perspectiva europea occidental, todo parecía indicar que Alia trataba de superar la difícil coyuntura -las manifestaciones se saldaron con varios muertos y centenares de detenidos- cediendo en lo posible y amenazando con el uso de la fuerza militar. Desde la perspectiva albanesa, la cuestión debía de estar mucho más clara, porque a partir de los primeros días de marzo, miles de ciudadanos se concentraron ante, varias embajadas occidentales para tratar de salir del país. El paso siguiente fue el primer éxodo masivo europeo por barco -los boat people, un estilo que encuentra en casos como los de Cuba y Vietnam una deprimente tradición- hacia la vecina Italia.
Es evidente que los 20.000 albaneses que, con riesgo de sus vidas y salud, han manifestado su deseo de abandonar el país no confían en las reformas anunciadas por su presidente, sospechan que la represión del ejército y la policía será feroz y saben que la economía nacional es insuficiente para garantizar la mínima dignidad exigible. Frente a ello, el paraíso capitalista, que en esta ocasión es Italia, ha dado claras muestras de la incapacidad más absoluta para solventar un problema relativamente imprevisto. Si las autoridades albanesas no dudaron en militarizar el puerto de Durres, las italianas tampoco dudaron en poner trabas legales al desembarco de los nuevos parias, desnutridos y enfermos por las condiciones infrahumanas del éxodo. Exiliado político y exiliado económico fue la frontera argüida para permitir sólo el acceso de los primeros. La Comunidad Europea -cima del paraíso capitalista- acaba de destinar 130 millones de pesetas de ayuda a los que aún permanecen en los barcos. Una miseria.
Ni la generosidad, ni el encanto del sistema de la economía de mercado, ni -que sepamos- el intemacionalismo proletario, ni tantas otras cosas que conformaron durante años las autosatisfechas conciencias de la derecha y la izquierda han sabido resolver un problema que se intuía con cierta claridad, que se presentó de improviso y que en ningún caso era insoluble, salvo por el egoísmo y la torpeza de todos.
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