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FALLAS DE VALENCIA

La corrida interminable

Los novilleros de ayer, los matadores de anteayer, los toreros de cada día en la neotauromaquia, recreada para general aburrimiento, no se cansan de pegar pases, ni ven el momento de concluir sus faenas. Pero no sólo son las faenas, son las propias corridas, que han convertido en interminables. La novillada de ayer duró dos horas y 20 minutos; la corrida de anteayer, casi dos horas, y media; el festejo matinal, las dos horas y media cumplidas.Cuando estaba en vigor la tauromaquia de siempre -algo ha llovido desde entonces-, las corridas no pasaban de hora y media -las buenas, aún menos- salvo que abundaran los incidentes, y solía ser por culpa de los toros marrajos, que algunas veces salían y aquello era la guerra. En las corridas actuales, no es que haya incidentes, no es que salgan toros marrajos, no es que ocurran más cosas, sino que se hace todo más despacito.

Arjona / Amador, Díaz, Perpiñán

Novillos de Sánchez Arjona, terciados, fuertes y encastados. Luis José Amador: estocada perdiendo la mualeta y rueda de peones (aplausos), estocada (oreja). Joaquín Díaz: tres pinichazos v estocada corta ladeada perdiendo la muleta (aplausos y salida al tercio), tres pinchazos aviso con retraso- pinchazo y dos descabellos (silencio). Francisco Perpiñán: estocada trasera, pinchazo aviso estocada trasera ladeada y dos descabellos (palmas saludos): estocada (silencio). Plaza de Valencia, 11 de marzo. Cuarta corrida fallera. Menos de media entrada.

Tercios de la lidia y suertes del toreo han quedado convertidos en compartimentos estancos, delimitados por largas pausas. Hay que esperar a que el matador toree de capa (o lo que sea eso que hace con un trapo), para que salgan los picadores; hay que esperar a que, en efecto, los picadores salgan; hay que esperar a que se vayan; hay que esperar a que se coloquen los banderilleros, quienes también se toman su tiempo para banderillear y luego resulta que ponen un palo allá donde caiga; hay que esperar a que el matador escuche consejos, coja trastos, beba agua, brinde toro... Y luego viene la faena de muleta, naturalmente, que dura tanto como todo lo anterior junto. A veces más.

Tampoco se trata de que la neotauromaquia haya incorporado suertes nuevas, y de ahí que las faenas duren tanto; antes bien, ha suprimido casi todas cuantas atesoraba la tauromaquia eterna, y su gracia consiste en estar repitiendo dos pases hasta la saciedad. Los banderilleros, portavoces de la neotauromaquia, van dictando a los espadas las normas de procedimiento, por si se les hubieran olvidado, y les gritan aquello de "¡pónsela, tócale!" y, sobre todo, "¡sipue!, ¡sigue!, ¡sigue!". Una regla de oro consecuente con la pura lógica del toreo, que se contenía en la tauromaquia eterna, es ligar los pases en tandas de tres y cerrarlos con el remate adecuado, y cuando algún diestro intenta practicarla, el banderillero pretende impedírselo -"¡sigue, sigue!", le grita-; y si no hiciera caso, ya están asomándose por la barrera el apoderado, el mozo de espadas, el ayuda, un cuñado del ayuda, para gritarle también "¡sigue, sigue, sigue!".

A Joaquín Díaz, que estaba toreando con pureza al segundo novillo, y la faena tenía importancia pues ese novillo sacó una casta brava excepcional, le hacían polvo con lo de "¡sigue, sigue!", y debió arrepentirse de no seguir-seguir (a lo mejor, hasta le pegaron la bronca.), pues en su otro novillo siguió-siguió, y ya estaban dando las tantas, lóbrega sombra el coso, frío de anochecida, murciélagos revoloteando por sobre el redondel, cuando entró a matar.

Luis José Amador hizo también largas y animosas faenas, estupendamente coronadas con el acero, mientras Francisco Perpiñán muleteó voluntarioso en las suyas. Y nada habría que objetar si no fuera porque, en realidad, estaban desperdiciando un ganado extraordinario; seis encastados novillos, idóneos para engrandecer el toreo medido, variado, emocionante y bello que atesoraba la tauromaquia eterna. Es decir, un lujo superfluo. Tal como está la fiesta de incoherente, adocenada y pelma, toros así son un lujo superfluo.

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