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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

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Manuel Vázquez Montalbán nos acusa, a quienes en el pasado militamos en el partido comunista y hoy estimamos necesaria y justificada la guerra contra Sadam Husein, de habernos manchado de sangre, de haber adquirido un compromiso con la muerte. Bastaría, por respuesta, con recordar que todo compromiso político lo es a la vez con la vida y con la muerte, se asuma como se asuma. Pero Vázquez Montalbán no acusa tan sólo para reparar nuestra moral, sino para poner de relieve lo que la diferencia de la suya, que no es otra que la del partido al que pertenece, Izquierda Unida, heredero del Partido Comunista de España y, para el caso, del Partido Socialista Unificado de Cataluña, y de su historia, vivida en el marco del movimiento comunista mundial.La historia del comunismo, como todas, tiene momentos de esplendor, pero posee igualmente un considerable bagaje de miserias y traiciones que todo aquel que se adhiera a su causa debe hacer suyas si es mínimamente consecuente. Antes de levantar el dedo culpabilizador para señalar al otro, o la mano para arrojar la primera piedra como quien está libre de pecado, Vázquez Montalbán debiera pensar en la historia de su propio partido, en los juicios de Moscú, en Beria, en las muertes de León Trotski o Andreu Nin, en las oscuras historias de Joan Comorera y Julián Grimau o en las penosas pero aplaudidas alianzas de la URSS en el Tercer Mundo. Algunos militamos en el partido comunista con plena conciencia de ese pasado, asumiéndolo como parte de la barbarie que todo progreso implica y requiere, y nos marchamos ante la evidencia de que ése no era un camino de progreso; nos marchamos por razones políticas, después de haber participado en la comisión de actos que nos mancharon las manos de sangre para siempre, y sabiendo que, hiciéramos lo que hiciéramos, eso se iba a repetir, porque no hay idea ni razón que se defienda ni prospere por medios mágicos ni existe tradición ideológica alguna que se haya mantenido al margen de la violencia. No reconocerlo así es propio de fariseos.-

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