Superar la etapa militar
LA RESOLUCIÓN 686, aprobada el domingo por el Consejo de Seguridad de la ONU, coincide básicamente con las condiciones puestas por Bush, en su discurso del 28 de febrero, para cesar la ofensiva. Y, asimismo, con las exigencias presentadas por el general Schwarzkopf en la reunión de Safwan, y aceptadas por los jefes militares iraquíes. Estamos aún en la etapa previa a la firma de un alto el fuego oficial; el Consejo de Seguridad contribuye, con su última resolución, a colocar contra las cuerdas a un Irak que, después de haber violado reiteradamente el Derecho internacional, está ahora obligado a someterse a lo que le piden sus vencedores. Por ello, la Resolución 686 exige, además de la aceptación de todas las resoluciones anteriores, la puesta en libertad de los prisioneros de guerra y de los civiles detenidos durante la ocupación de Kuwait, la localización de los campos de minas y la restitución de bienes kuwaitíes. Todo ello sin anular el embargo económico ni la vigencia de la Resolución 678, que permitiría recurrir de nuevo a la fuerza si Irak incumpliese estas condiciones.La dureza de la resolución no parece justificada por la situación sobre el terreno, en que la derrota iraquí es total. Responde más bien, con toda probabilidad, al deseo de estimular posibles movimientos contra Sadam, alimentando la idea de que si éste fuese desplazado, Irak sería tratado con mayor magnanimidad. Por otra parte, en una fase en que los factores militares son predominantes, la mayoría del Consejo de Seguridad -incluyendo Francia y la URSS- ha hecho suyas las demandas de EE UU.
No obstante, conviene que el Consejo de Seguridad supere cuanto antes esta etapa militar de su acción, centrada en el alto el fuego, y aborde los problemas de la paz con un talante de reconciliación, eliminando todo espíritu de venganza y con la vista puesta en el establecimiento de un sistema de seguridad que aleje los peligros de nuevos conflictos. Para ello sería adecuado que una fuerza de cascos azules asuma, en el momento apropiado, el control de la frontera iraquí-kuwaití, lo que facilitaría la evacuación de las tropas aliadas que acaban de ganar la guerra. En ese proyecto está trabajando la Secretaría de la ONU. Por otra parte, las Naciones Unidas tienen en la zona varios problemas pendientes -de modo singular, el palestino- sin cuya solución será imposible la estabilidad de la zona. Así lo ha subrayado Fernández Ordóñez al iniciar su viaje a EE UU.
En ese marco merece consideración la propuesta de Mitterrand de que el Consejo de Seguridad celebre una reunión con la participación -hecho sin precedente- de los jefes de Estado o de Gobierno de sus miembros. La excepcionalidad de tal encuentro tendría un valor indiscutible si sirve para manifestar una clara voluntad política de elevar el papel de las Naciones Unidas y de avanzar hacia un orden internacional basado de modo efectivo en los principios de la Carta de la ONU. Hasta ahora, la aplicación de esos principios ha sido frecuentemente instrumentalizada en función de los intereses de algunas potencias. Pero quizá nunca como ahora ha sido tan manifiesta la voluntad de adecuación de las actuaciones nacionales a la legalidad internacional representada por las resoluciones de la ONU. Paradójicamente, ese evidente progreso ha puesto de relieve lo intolerable de sus limitaciones. Es, Pues, un buen momento para reforzar el papel de la ONU como centro de solución pacífica de los problemas, empezando por los de Oriente Próximo. Y a ello podría contribuir la idea de Mitterrand.
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