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La izquierda, dividida por la guerra

La guerra del Golfo ha dividido a la izquierda: los laboristas británicos, los socialdemócratas alemanes, la izquierda unitaria animada por el PCI, los comunistas estalinistas y los verdes pidieron en el Parlamento Europeo el cese de las hostilidades y la vuelta al embargo. Pero el grupo socialista mayoritario se unió a ciertos ecologistas y a los democristianos para apoyar el recurso a la fuerza (no exento de límites y segundas intenciones que suscitaron la oposición de la derecha) autorizado por la ONU. En Francia, la dimisión del ministro de Defensa (tan próximo, por otro lado, al presidente de la República) ha revelado la profundidad del conflicto en el interior del partido resucitado por François Mitterrand hace 20 años. En Italia, el desacuerdo sobre Irak ha estado claro entre los socialistas y los ex comunistas, encontrándose estos últimos más próximos que la DC a la orientación definida por el Sumo Pontífice.Este estallido de la izquierda es menos grave de lo que parece: expresa el profundo desgarro de cada hombre y de cada mujer que, al oscilar entre polos de atracción opuestos, sólo pueden inclinarse por uno, sacrificando una parte de ellos mismos. Estas contradicciones interiores son reflejo de las que están incluidas en las resoluciones de las Naciones Unidas. Las decisiones del Consejo de Seguridad constituyen un progreso indiscutible hacia un derecho internacional auténtico, cuya violación sería sancionada por una fuerza pública que haría posible su aplicación. ¿Cómo no iban a apreciar las generaciones que vivieron los años treinta (época en que la Sociedad de Naciones, la ONU de entonces, se sentía impotente para detener las agresiones, lo que desembocó en la II Guerra Mundial) el advenimiento de una auténtica seguridad colectiva?

Pero los jóvenes se sienten más impulsados a rechazar que las naciones desarrolladas entablen una guerra con los pueblos del Tercer Mundo porque están más familiarizados con sus aspectos coloniales (a raíz, sobre todo, de las de Argelia y Vietnam). ¿Cómo no sentirse traumatizado por la terrible violencia de esta fuerza pública internacional, que es nacional en un 90% y que amenaza con reemplazar la rivalidad de los dos grandes por una hegemonía de Estados Unidos? ¿Cómo no va a producir indignación que el petróleo haya sido el centro del asunto o que los ejércitos de la coalición vayan a beneficiar ante todo a las monarquías del Golfo, cuyas fabulosas riquezas contrastan con la pobreza de las naciones vecinas? ¿Pero cómo habría podido tolerar Occidente que el dictador de Irak se apoderara de Kuwait, teniendo así a su merced a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes? ¿Acaso no se habría convertido a ello en amo de las dos terceras partes del petróleo necesario para la industria mundial?

No es la izquierda quien se ha sentido desgarrada por la guerra del Golfo, sino más bien cada militante (de izquierdas que sobrevalora ciertos elementos de un complejo asunto (donde no hay ninguna postura realmente) y por su entorno. Lo esencial es que todos aquellos que hasta ahora han estado divididos a raíz de la intervención militar se unan para preparar la paz.

Se pueden comprender todas las escisiones de la izquierda a partir de las condiciones de una paz que haga imposible una nueva agresión. Dichas condiciones podrían definir en común las reglas de una limitación regional de los armamentos (con la prohibición controlada del terrorismo y de artefactos nucleares o químicos), de una igualdad de todos los Estados (en el respeto de todas las decisiones internacionales) y de un reparto menos injusto de las riquezas naturales. Evidentemente, a partir de ahora se deberán respetar por igual la independencia y la seguridad de palestinos y libaneses, en la misma medida que las de kuwaitíes e israelíes (cuya necesidad de fronteras seguras y definidas ha sido reconocida por la ONU). ¿Y por qué no decidir también que las monarquías petroleras salvadas por la guerra no sólo deberán contribuir a los gastos provocados por ella, sino también redistribuir regularmente parte de sus fabulosos beneficios a los Estados vecinos menos favorecidos, con el fin de asegurar un desarrollo de la región más equilibrado?

Finalmente, no debemos olvidar que las divisiones de, la izquierda a raíz de la guerra del Golfo no constituyen el obstáculo principal para su desarrollo. Han quedado más bien al margen, y podemos lamentar que el problema de la guerra y de la paz haya perturbado los debates del Congreso que ha transformado el Partido Comunista Italiano en Partido Democrático de la Izquierda. Porque la renovación del mayor y más dinámico de los partidos progresistas de la Comunidad puede ayudarles a llevar a buen término lo que constituye su tarea esencial: elaborar un auténtico proyecto de sociedad que pueda sumar al realismo de una acción gubernamental de vencimiento próximo, ese liberalismo a largo plazo sin el que todavia estaríamos pintando en las paredes de las cavernas, como decía Anatole France. La derecha no tiene necesidad de un proyecto semejante, ya que sólo quiere gobernar. Pero la izquierda perdería sin él su razón de ser, porque ya no será capaz de innovar.

Maurice Duverger es diputado en el Parlamento Europeo por el PCI. Traducción: Daniel Sarasola.

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