Las doce y cinco en el Golfo / y 2
Ayer describí el escenario de la paz como consecuencia de la negociación diplomática. Hoy lo hago como consecuencia de la derrota militar.El otro escenario de la paz sería consecuencia de la derrota militar. En este caso, la libertad de Estados Unidos para diseñar un sistema regional sería mucho mayor. Ahora bien, el presidente Bush debe ser consciente de que, en una región cualquiera, una paz duradera es el fruto de una de estas dos fórmulas: un poder hegemónico -ejemplo en los últimos 40 años: la pax soviética en Europa oriental- o un equilibrio de poderes.
La primera solución exigiría una presencia militar norteamericana permanente, bien a través de la constitución de bases militares, bien creando un sistema regional de seguridad colectivo, corno podría ser, por ejemplo, la ampliación del ámbito territorial de la OTAN. Cualquiera de las dos soluciones supondría estos dos efectos: la exacerbación de las opiniones públicas de los pueblos árabes, azuzadas por los fundamentalistas, contra los Gobiernos traidores que hubiesen aceptado esa colaboración cómplice con el imperialismo y un aumento de la tensión con la Unión Soviética, de efectos, de momento, imprevisibles.
Algunos optimistas, dije al principio, creyeron ver en la rapidez con la que en el mes de agosto las Naciones Unidas pusieron en movimiento un mecanismo de seguridad, una esperanza de que, a partir de ahora, la organización constituiría un nuevo orden internacional basado en el reino del derecho y en el que los conflictos se resolverían de acuerdo con los procedimientos pacíficos establecidos en la Carta. Me imagino que los que creyeron alegremente que, con el hundimiento del comunismo como ideología inspiradora de los regímenes del Este, se había llegado, como preguntaba Fukuyama, al fin de la historia, habrán moderado, ante la inflexión de la perestroika, su optimismo prematuro. La Unión Soviética ya no propugnará probablemente el triunfo de la revolución mundial, pero, seguramente, seguirá defendiendo, incluso militarmente -véase el ejemplo de los países bálticos- sus intereses de gran potencia.
Equilibrio
Una paz duradera en Oriente Próximo tiene que ser construida sobre un equilibrio. Este equilibrio tiene que ser político, militar, económico y cultural.
El equilibrio político exige el mantenimiento de la integridad territorial de Irak. Nuevos repartos territoriales en la zona crearían nuevos focos de tensión. Esa integridad no supone que no se haga cuanto sea posible por tratar de encontrar una solución al problema kurdo. Ese mismo equilibrio impone el atacar con valor el problema palestino. Ahora bien, mientras la solución negociada del conflicto y la permanencia de Sadam supondría la radicalización israelí, la derrota militar facilita su flexibilidad. También la favorece el que, solidarizado al ciento por ciento Yasir Arafat con Sadam, derrotado éste, la OLP tendrá que encontrar un nuevo líder más apto para el diálogo.
Para evitar nuevos focos de tensión que degeneren en nuevas agresiones, es imprescindible establecer un equilibrio militar. No es posible permitir que ningún Estado de la región vuelva a con centrar un poderío militar del calibre del acumulado por Sadam Husein. Para llegar, y mantener, ese equilibrio, no basta con acuerdos de desarme, ni con la proscripción de las armas no convencionales -nucleares, químicas y bacteriológicas-, sino que es necesario establecer un riguroso control que impida el rearme excesivo y la fabricación de armas de destrucción masiva.
A nadie le cabe la menor duda de que los desequilibrios económicos de la zona y, en general, los que afectan a ciertos países árabes producen malestar, agravios comparativos, y son el caldo de cultivo óptimo para todo género de convulsiones políticas y sociales. La conferencia económica propuesta por el canciller Kohl podría contribuir podero samente a que los países occidentales tomen conciencia del problema y a que, entre todos, se arbitren las soluciones adecuadas. Digo que entre todos porque la situación actual no es responsabilidad exclusiva de Occidente. No debe ser posible en el futuro que países como Irak (una de las falacias de esta guerra es presentarla como el enfrentamiento del pobre Irak contra el rico Kuwait), que tiene uno de los máximos ingresos por petróleo del mundo, los dedique a una política de rearme.
Cooperación árabe
También es imprescindible la cooperación de los países árabes moderados, cuya evolución no puede imponerse desde el concepto de la democracia occidental tal como nosotros la entendemos.
Se ha querido ver en la guerra del Golfo el primer anuncio de un enfrentamiento entre diferentes religiones -cristianos y judíos a un lado, musulmanes al otro- y diferentes civilizaciones -occidentales contra árabes-; se ha hablado en tal sentido de guerra santa y se han recordado las cruzadas, a Nabucodonosor y a Saladino. No hay duda de que el integrismo islámico se extiende vertiginosamente -la guerra actual es tanto causa de ello como efecto- y que los pueblos musulmanes, defraudados de las promesas del laicismo, del nacionalismo y del socialismo, buscan refugio en su fe religiosa. Pero no debe adulterarse la auténtica raíz del pensamiento islámico y olvidar su tradición de tolerancia. Al igual que se debe recalcar que, hoy día, cristianos y judíos buscan, sobre todo, el legado que habla de ecumenismo y solidaridad. Es necesario, por ello, contribuir al equilibrio cultural de esas tres religiones, de tronco común, y de esas dos concepciones de la vida, igualmente válidas y fecundas.
Lo que no se puede es expresar supuestas superioridades, hablar de religiones fanatizadas y de pueblos que viven en la Edad Media; lo que no se puede es querer imponer a todos los pueblos regímenes a la imagen y semejanza de Occidente, sin tener en cuenta que muchas estructuras y mentalidades diferentes a las nuestras proceclen de situaciones económicas, que exigen tiempo para ser superadas. Es necesario, para modificarlas, permitir una evolución, y no la revolución en aquellos países de estructuras políticas y económicas muy consolidadas, a las que debemos dejar que saquen sus propias consecuencias de este conflicto, repito, sin imponerles normas políticas que, por ser indispensables para Occidente, no necesariamente han de ir vinculados a sus propias creencias e historia.
Esos desequilibrios -político, económico y cultural- de Oriente Próximo no son sólo semilleros de conflictos en la zona, sino que con gran celeridad y virulencia se transmiten a toda la cuenca mediterránea. Y si, en el área del conflicto, España ha estado hace siglos ausente -de esa ausencia histórica procede la conciencia de muchos españoles, de que "ésta no es nuestra guerra"-, no ocurre lo mismo con el Mediterráneo occidental.
Es, pues, en el Mediterráneo donde se debe manifestar, a la hora de la paz, a las doce y cinco, nuestro esfuerzo. Éste, que tiene que ser político, económico y cultural, puede encontrar su canal de expresión, junto con Francia e Italia, en la propuesta de Conferencia de Seguridad y Cooperación en el Mediterráneo. Pero si nuestra cooperación economica siempre tendrá los límitres de nuestras posibilidades, no ocurre lo mismo en el campo de la cooperación cultural. Estimo que religiones y civilizaciones, que parece que sólo quisieran ahondar sus diferencia para mejor descubrir sus identidades, deben volver a reencontrarse en el diálogo y en la tolerancia. hace unos días, el rabino francés Josy Eisenberg postulaba en el diario Le Monde, desde la hondura de su fe religiosa de judío, la necesidad de que las tres religiones recuperen su inicial sentido ecuménico y tolerante, y proponía que, para ello, se propiciase un encuentro entre destacados representantes del judaísmo, el cristianismo y el islam, y proponía que ese encuentro tuviese lugar en el Vaticano.
Ejemplo español
Yo me permito recordar que en ningún país esa convivencia pacífica fue tan fecunda como en España. Y, mientras el musulmán español seguía la enseñanza del Corán de que "no hay violencia en la religión", en las leyes de la Corona de Castilla se podía leer: "Porque la synagoga es casa do se loa el nome de Dios, defendemos que ningun christiano nonsea osado de la quebrantar". ¿Qué mejor lugar, pues, que, por ejemplo, Toledo, Córdoba o Sevilla para iniciar ese diálogo, a alto nivel, de las tres religiones, o, mejor, de las tres culturas modernas que de ellas proceden? ¿Y a quién mejor podría corresponderle el tomar la iniciativa? Me atrevo a pensar que a España y a todos sus hombres de buena voluntad. La ocasión podría ser el hecho de que en 1992 se cumple el V centenario, tanto de la conquista del último reino musulmán como de la expulsión de los judíos. El encuentro en la paz y en la tolerancia expresaría así el firme propósito, común entre los españoles, de cerrar un largo paréntesis de incomprensión en todo caso innecesaria, pero también peligrosa, porque convierte toda contraposición de intereses, aun los legítimos y negociables, en enfrentamientos violentos dignos de mejor causa.
Manuel de Prado y Colón de Carvajal es embajador de España.
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