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DIARIO DE LA GUERRA

Los saudíes exhiben los despojos enemigos de la batalla de Jafyi

Eran despojos de la guerra y, como tales, contaban su propia historia. De los cinco carros de combate T-55 iraquíes, sólo dos habían sido alcanzados por el fuego artillero; los otros tres habían sido simplemente abandonados. Casi la mitad de los 40 vehículos acorazados de transporte de tropas había sido desocupada de forma similar por los iraquíes, antes de que su pintura pudiera ser arañada. El conductor saudí, que transportaba aquellos restos del naufragio a través de la arena, sonrió de oreja a oreja. "Los iraquíes huyen", gritó.En eso deben confiar con vehemencia los ejércitos aliados. Los restos de la batalla de Jafyi se exhibieron por la autopista del desierto para elevar la moral de los soldados que pronto habrán de ver si se confirman las predicciones optimistas de aquel conductor. Sobre las torretas de los T-55 -piezas de museo de hace 30 años que los iraquíes se podían permitir perder- los pesados cañones se desplazaban perezosamente, mientras los vehículos iban y venían por la carretera. La mayoría de los destinados al transporte de tropas fueron fabricados en China; no parecían engrasados y sus cadenas estaban sin ajustar.

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Esta muestra infinitamente pequeña del Ejército de Sadam Husein no se había preocupado del mantenimiento de sus equipos. El embalaje de las granadas de mortero llevaba la marca del Ejército jordano, una sorpresa amarga para los saudíes, aunque quizá fueran entregadas a Bagdad durante la pasada guerra del Golfo, aquella entre Irak e Irán que muchos han olvidado ahora. Los camioneros saudíes alinearon sus vehículos, preparados para el último desfile de humillación a Irak. ¿Acaso no iba a ser ése el destino de todas las legiones de Sadam?

Esa era la esencia de las observaciones de Cheney el domingo. El secretario de Defensa de EE UU quiere convencernos de que todo marcha según lo previsto, lo que, de ser cierto, significa que el Ejército de Sadam, todavía está siendo sometido a una vitensa presión antes del ataque por tierra.

Los grandes convoyes recorren las rutas de aprovisionamiento y los conductores americanos saludan con aspavientos. "Entrega total", se lee sobre un vehículo. Una entrega de esa clase puede verse en cantidad en el desierto próxima a la frontera con Kuwait. En esos pueblos polvorientos se prepara un Ejército de nacionalidades y colores muy diversos para lo que los soldados británicos empiezan a llamar, con una dosis considerable de reflexión, la verdadera guerra.

Las tropas saudíes se sientan al borde de la acera, con sus pañuelos que cuelgan de los baratos sombreros marrones verdosos. Los soldados británicos hacen cola en las calles para telefonear, cubriéndose del frío con sus brazos. "Publicad que no nos dieron abrigos, adecuados", dice uno de ellos.

Sentaos en un restaurante, mientras se oye el ronroneo de los convoyes que pasan, y podréis ver a dos marinos británicos vestidos con trajes de carnuflaje los kuffiahs árabes envuelven su frente como dos Lawrence de nuestros días; una soldado femenina, elegantemente peinada, se sienta a su lado. Una cuadri lla de soldados del presidente Assad, con sus rifles Kalashnikov en la mano, y la bandera roja, blanca y negra de Sirla cosida sobre sus chaquetas de cuero, trata de comprar pan a un panadero saudí que quiere cerrar ya su tienda.

Al otro lado del café, podréis encontrar también, como me ocurrió a mí ayer, a dos soldados de la Fuerza Espe cial Kuwaití, tan amistosos como mal humorados, bebiendo y hablando sobre las desgracias de la guerra que todavía nos esperan. Sus nombres deben perma necer en el anonimato. Eran jóvenes vestían uniformes americanos y hablaban inglés con acento neoyorquino. El más alto no había estado en Kuwait en los últimos tres años, pero había salido de Nueva York hacia Arabla Saudí el día de la invasión iraquí, el pasado mes de agos."Quería luchar por mi país", decía, para luego preguntar: "¿Quieres venir a Kuwait conmigo?"

Su compañero era mas tranquilo. "Vamos a ir a Kuwait porque tenemos que liberar ese lugar. Han puesto misiles y armas antiaéreas en cada edificio de altura en nuestra ciudad. Lo han hecho los iraquíes, o sea que tendremos que borribardearles desde el aire. Han cavado sótanos, pozos y zanjas. Los palestinos están allí, también."

Hay miles de palestinos todavía en Kuwait. Algunos han colaborado con los ocupantes iraquíes, en modo alguno todos. "Nos han traicionado", decían los kuwaitíes. "Mis dos hermanos fueron traicionados y están muertos los dos. A uno de ellos lo cogieron los iraquíes y lo mataron delante de su familia". El soldado se llevó los dos primeros dedos de su mano derecha al cuello: "Seis balas por detrás de la cabeza".

Entonces, ¿qué pasará con los palestinos cuando se libere la ciudad de Kuwait?, preguntamos. Aquel hombre sonrió y, en un gesto repentino, casi inocente por su rapidez, señaló con un dedo su garganta. "No quiero entrar en eso, esperemos que no sea tan malo como Sabra y Shatila." Los dos jóvenes se levantaron con decisión. "Nos vemos en Kuwait", dijeron ambos.

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