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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otra oportunidad para Colombia

EL MARTES pasado abrió sus puertas en Bogotá la Asamblea Nacional Constituyente, el órgano legislativo elegido en diciembre con un amplío mandato renovador. Un "instrumento de conciliación" nacional, en palabras del presidente colombiano César Gaviria, que debe sentar las bases de la vida en paz y libertad que los ciudadanos colombianos llevan décadas mereciendo. Todo proyecto de futuro en Colombia contiene iguales proporciones de optimismo y desesperanza, porque en la vida política, económica y social de aquel país cada movimiento hacia adelante es contrabalanceado por un paso atrás siempre sangriento y desestabilizador. Por esta razón, la inauguración de la Constituyente tuvo una connotación de escepticismo esperanzado que es muy típicamente colombiana.Hace poco menos de un año, en las elecciones municipales de marzo de 1990, se incluía una séptima papeleta, que era una especie de referéndum sobre si se había hecho preciso en Colombia un cambio de orientación constitucional que, al enfrentarse con los problemas político-económicos endémicos, propiciara un nuevo esfuerzo de pacificación de la sociedad. No podía retrasarse por más tiempo el tratamiento de las graves cuestiones del narcotráfico, el terrorismo y la guerrilla, el comportamiento del Ejército y la corrupción generalizada. La respuesta de la ciudadanía fue resueltamente afirmativa.

Si los comicios del 9 de diciembre arrojaron un índice extremadamente alto de abstención (70%) -que el hastío, la inconcreción de las propuestas de reforma, la desesperanza y el miedo justificaban-, tuvieron por primera vez una virtud pública de primer orden: los que depositaron su voto optaron claramente no sólo por el cambio, sino porque quienes lo llevaran a cabo fueran personajes alejados hasta entonces de la vida oficial corrompida, atemorizada y sin ideas. Los grandes vencedores de los comicios, aunque por poco no numéricamente, fueron los ex guerrilleros del M- 19. A tan resuelta apuesta por la paz se han sumado también liberales, conservadores, socialconservadores, independientes y hasta, lo nunca visto, dos representantes de los evangélicos y otros dos de los indígenas, parias tradicionales de la vida colombiana.

Desde la elección de los parlamentarios constituyentes, la vida política colombiana no ha sido precisamente un camino de rosas. La actividad guerrillera no se ha apaciguado todavía del todo, e igualmente desestabilizadora se ha manifestado la actitud de los narco traficantes, cuyas acciones (secuestros, asesinatos, solemnes rendiciones carentes de significado real) se encaminan sustancialmente a forzar al Gobierno a abandonar su política de conceder la extradición de los principales cabecillas a Estados Unidos.

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Colombia es un pais cuya estructura constitucional está obsoleta y cuyo liberalismo democrático ha sido reiteradamente desmentido por la historia reciente. La idea de que la conciliación de futuro pasa por la reforma de la Carta no es sólo buena; es la única viable. Reformar profundamente y potenciar el área de los derechos humanos es el requerimiento prioritario. A ello ha de seguir un giro sustancial en el capítulo de la administración de justicia, en la distribución de poderes y en la consolidación de la primacía del poder civil sobre el siempre peligroso mando militar. Dificil tarea la de esta Asamblea Constituyente. Lo admirable de los demócratas colombianos es que, sea cual sea el nivel de las dificultades que les ha de deparar el futuro inmediato, se repondrán de ellas y retomarán el trabajo allí donde la violencia lo interrumpió.

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