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El Gorbachov de la Compañía

Juan Arias

Alguien lo ha apellidado el Gorbachov de la Compañía porque Pedro Arrupe fue quien llevó a cabo una verdadera revolución en la congregación religiosa más numerosa, más poderosa y de mayor prestigio del mundo, pero que antes de su llegada, que coincidió con la explosión del Concilio, estaba acusada de ser un baluarte conservador al servicio, sobre todo, de los poderosos.Decía que antes del Concilio los jesuitas eran como el Opus Dei, que hacían la corte sobre todo a los ricos y a los listos, y comentaba: "Para nosotros, el Opus Dei es como el espejo donde nos miramos para decir: así fuimos y así no debemos ya seguir siendo más".

Pero es que Arrupe, que había vivido 25 años en la comunidad de Japón, en contacto con jesuitas de todo el mundo, había sido siempre un religioso que no tenía miedo de la verdad. Un día nos enseno un diccionario japones en el que en la palabra jesuita se leía: "Es el prototipo de la hipocresía, el hombre que no se preocupa de los medios para alcanzar lo que pretende y que quiere a toda costa mantener el poder".

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Y explicaba que cuando un joven le pedía consejo para entrar en la Compañía primero le hacía leer tal definición, "para que se curase en salud", decía con su sonrisa bondadosa.

Entrevista

Cuando este corresponsal se presentó la primera vez en su despacho con un equipo de televisión para hacerle un reportaje de una hora de duración algunos de los compañeros de la RAI se frotaban las manos ante la posibilidad de poder entrar en el sancta sanctorum del Kremlim de los jesuitas. No eran en su mayoría creyentes y esperaban, como confesarían más tarde, "poder divertirse un poco" con esta entrevista.

Pero Arrupe, con su increíble sencillez y espontaneidad, acabó ganándoselos ya el primer día, tanto cuando contaba su experiencia de Hiroshima como cuando explicaba qué era para él la vida y la muerte.

Y aún a distancia de muchos años, aquellos técnicos de la RAI seguían interesándose por aquel jesuita menudito, de ojos vivísimos y sonrisa cautivadora, y hasta le pedían consejos personales sobre como orientar la educación de sus.hijos.

El padre Pedro Arrupe, que parecía que no iba a morirse nunca, ha querido marcharse del planeta que tanto amaba en el momento en que de nuevo los hombres han desempolvado, como una amenaza de exterminio, la atrocidad del peligro atómico, cuyos horrores había ya tocado él con su mano.

Y ahora este planeta, decía anoche un amigo suyo entranable, "sin él se queda aún más solo".

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