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Tribuna:GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO
Tribuna
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Un león entre los lobos y las gacelas

No sé si en esta que podría ser "la hora del destino", Sadam Husein rezará. El es un baazista laico, aunque no haya dejado de ir a La Meca, humillándose, como todo buen musulmán, ante la sagrada Piedra Negra encajonada en el ángulo suroriental de la Kaaba. Quizá reza sólo para la televisión, pero me atrevo a suponer que él, concentrándose mentalmente en la profundidad de un bunker (en uno de los 54 que tiene), como acostumbra a hacer en los momentos difíciles, dirigirá sus oraciones a sus "asistentes invisibles". Que son de todo respeto: de Nabucodonosor, el terrible soberano de Babilonia (605-562 antes de Jesucristo), aquel que destruyó Jerusalén; a Gazi I, el rey que en los años treinta se opuso a los ingleses (y fue eliminado); a Alí, el yerno del profeta. De este último, entre otras cosas, Husein de Irak sería incluso su descendiente gracias a una investigación heráldica ordenada no hace mucho por el rais y realizada por aterrorizados expertos con la finalidad de "sacralizar" a un advenedizo.Pero que rece o que trate de entrar en contacto mágico con esos personajes (entre las numerosas gigantografías que inundan Irak hay una que, con un salto simbólico de milenios, le representa dando la mano a Nabucodonosor), lo que sí es seguro e que el rais no tiene miedo. Sadam Husein no sabe ni siquiera dónde está alojado el miedo. Es un "león entre las gacelas". También ha sido un león entre los lobos. Antes de convertirse en la "espada de la Nación" (autodermición) o en el "Saladino moderno" (definición de régimen) ha tenido que recorrer un largo camino sin misericordia.

Cuando nació, en Tikrit, un pueblo campesino a 200 kilómetros de Bagdad, el 3 de abril de 1937, Irak era independiente desde hacía menos de cinco años. Independiente y desilusionado porque no se han cumplido todas las promesas de los ingleses al rey, Faisal. Por lo que Sadam el Tikriti (sólo más tarde se llamará Husein) mama leche y nacionalismo. La madre, viuda desde hacía poco tiempo, le mandó a la escuela, pero el niño no tenía ganas de estudiar, era un fanfarrón, vivía en el campo como un gato salvaje. A los ocho años no sabía leer ni escribir, pero había aprendido, quién sabe cómo, a disparar con la pistola.

A los 10 años huye de casa, le recoge un tío suyo, oficial degradado por haber conspirado contra la monarquía. El tío convence a Sadam para que estudie y el muchacho recupera los años perdidos tan rápidamente que consigue llegar con buenas notas al colegio Al-Khark de Bagdad, auténtica forja de activistas antimonárquicos. En 1955, Sadam entra en el Baaz: Al Baas al Arabi, el partido del resurgimiento árabe, nacionalsocialista.

El joven Sadam será pronto conocido por su valor y por su absoluta falta de "estados anímicos". Entra a formar parte del servicio de seguridad del partido, una elección que le llevará lejos. El 14 de julio de 1958, el coronel Kassem, con un, golpe de manual, toma el poder. Mientras la radio transmite la Marsellesa, permite que la muchedumbre asesine a la familia real hachemí. (Quien escribe estas notas llegó a Bagdad desde Beirut en un viejo DC-3 alquilado, justo a tiempo para que le ofrecieran, al módico precio de dos fils, un trozo de carne entumecida por el bochorno garantizado como parte de un brazo del príncipe reinante).

Un ojo como recuerdo

Kassem, un hombre cruel pero no antipático, un homosexual encubierto, desilusiona muy pronto al Baaz, que decide su eliminación. En el comando encargado de matar al tirano está, huelga decirlo, el joven Sadam. En el enfrentamiento con la escolta, Sadam es herido, pero logra escapar. Se refugia en la casa de un domparíero, devorado por la fiebre, y le pide un cuchillo y una vela. Desinfecta el cuchillo con la llama y se extrae la bala con él. Después, disfrazado de beduino, huye a El Cairo. Vuelto a Bagdad después del cruento final de Kassem, fomenta un golpe y termina en la cárcel. Le espera la horca, pero logra escapar estrangulando al guardián, al que, cuentan, sacará un ojo como recuerdo. En la clandestinidad trabaja para fundar nuevamente el partido, convirtiéndose de hecho en el líder operativo.

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Sadam desea el poder con todas sus fuerzas, pero necesita una máquina que le allane el camino: la encuentra en la persona del general Hasan al Bakr. Cuando, el 17 de julio de 1968, el Bauz alcanza el poder, Sadam el Tikriti, convertido en Sadam Husein, será el número dos del régimen. Cuando tuve la oportunidad de hablar con él, en Bagdad, en octubre de 1974, el número dos era un hombre alto y delgado, cubierto por un largo burnus negro, de rostro demacrado y ojos penetrantes, brillantes como dos trozos de obsidiana. Me sorprendió su forma de dar la mano, pastosa, arrolladora, si se puede decir así. Su voz profunda recitó las cortesías rituales, típicas de un encuentro no programado; aunque yo, que sabía que me encontraba frente al verdadero jefe, le pregunté si él creía todavía en el istiraki, el socialismo árabe inventado por Nasser. "El socialismo árabe es obra de Michel Aflak", respondió con educada irritación; "corno mucho, Nasser ha inventado el socialismo egipcio. El pensamiento político de Nasser" -continuó separando las palabras con el índice levantado como un maestro de escuela- "está marcado por la contradicción entre el principio de la participación popular y el principio de la guía consciente". Para Michel Aflak, por el contrario, el pueblo es todo, sujeto y objeto político, idea y praxis".

Críticas a Arafat

¿Esto signica, le pregunté, que el pueblo para ser tal necesita libertad de expresión absoluta, libertad de necesidad y de miedo? "Vea", respondió con una amplia sonrisa, "el pueblo no es igual en todas partes. La democracia no es igual en todas partes: la democracia es como ciertos vinos, que si se exportan se estropean. Es decir, en nuestro país el pueblo es un niño todavía a causa de la intoxicación lenta y constante del colonialismo. Necesita todavía ser llevado de la mano. Nosotros estamos a favor de una democracia guiada. Pero cuando el pueblo no sea ya esclavo de la necesidad, y yo trabajaré para conseguirlo, entonces automáticamente el pueblo será libre de usar lo que vosotros llamáis democracia. Pero hablaremos de esto la próxima vez".

La vez siguiente fue en el verano de 1979, un año antes de la guerra desencadenada por Sadam contra Irán, "instigado", como se comenta, por los norteamericanos, convencidos a su vez por los fieles del sha. Por aquel entonces, Sadam Husein acumulaba los cargos de presidente del Consejo del Mando Revolucionario, de jefe del Estado, de secretario general del Baaz, de primer ministro y de comandante supremo de las Fuerzas Armadas. Me recibió con la condición de que todo lo que habláramos permaneciera off the record. ¿Y por qué?, pregunté a su secretario. Porque él no concede entrevistas, hay una larguísima lista de espera, el rais le recibe solamente por cortesía, para cumplir una promesa. Aceptar o no aceptar. Me consolé pensando que un día, en el libro sobre mis encuentros con los numerosos líderes mundiales entrevistados por mí durante 45 años, podría escribir con más conocimiento de causa que él, que Sadam. En ese tiempo, entre Sadam y Arafat no existían buenas relaciones. Me habló con desprecio de Abu Arnmar, le calificó de "mediocre, de escasa inteligencia, envidioso y cobarde", dejándome completamente sorprendido.

Ahorro al lector lo que me dijo sobre su enemigo político Asad (son ambos baazistas, pero de diferente tendencia, como se sabe), pero referiré lo que contestó a mi pregunta "¿ahora considera que su pueblo está maduro?": "No del todo, el camino será largo, el welfare state nos costará largos años" (y hay que

Igor Man editorialista, enviado especial de La Stampa, es uno de los principales expertos en Oriente Próximo.

Un león entre los lobos y las gacelas

decir, en honor de la verdad, que Sadam, a pesar de la tremenda guerra con Irán, ha construido un welfare state seguramente no inferior al libio o al kuwaití. Se ha endeudado hasta el cuello, pero lo ha hecho). "Hábleme un poco de usted, continué, me dicen que...", y entonces le hablé sobre sus crueles hazañas juveniles como me las habían referido. Sonrió contento: "Es verdad casi todo", respondió. Y me pareció satisfecho. Lo que nos debe hacer reflexionar es que un dictador acredite con satisfacción los rumores de su crueldad. ¿Por qué?Porque Sadam es el producto de la cultura de la violencia. No es un loco, como se apresuran a definirle un poco todos. Es un hombre político, un terrorista profesional, un líder enamorado de sí mismo hasta la locura. Es un asiriobabilonés eterno, que ha plasmado a un pueblo mediante el terror. Y lo ha logrado programando la violencia, el terror, el culto a la personalidad. Ha provocado el síndrome del rais mediante una distribución capilar de gigantografías en todos los rincones del país. Convirtiendo la delación en una institución "loable" para practicarse incluso entre consanguíneos. Hay un retrato de Sadam en las habitaciones de cada familia: de uniforme, de paisano, fumando un puro, con la kefiah palestina, con la mirada perdida en la contemplación de una central nuclear, con gafas de conquistador de los años setenta y con el kalashnikov en bandolera; Sadam, como el Gran Hermano de Orwell, te observa desde todos los rincones. También con los ojos de su policía secreta diversificada en varios servicios que se controlan recíprocamente con las microcámaras escondidas en los jardines públicos. Ha paralizado la mente y el corazón de su pueblo celebrando un "pacto de sangre" con todos sus pobres súbditos y mediante lo que yo defino un "vampirismo psicológico".

Fascinación por el martirio

La sangre es un componente importante de la historia personal y de la personalidad misma de Sadam. Pero lo es también de la gente iraquí, que inconscientemente y culturalmente son víctimas de la fascinación del martirio y, por tanto, de la sangre, típico de los shiíes. En el colegio las niñas cantan con arrobo: "Sadam, Sadam, daremos la sangre por ti".

¿Y la tortura, la práctica de la tortura?, le pregunté. Respondió: "¿Eran quizá árabes el coronel Massu, la Gestapo?".

Una vez dijo sin el mínimo pudor: "He empezado mi carrera con la seguridad de estar llamado a realizar algo grande, irrepetible". Y a mí, en ese apasionado intercambio de opiniones, me confesó que "Nasser era un hombre que no sabía calcular el riesgo". ¿Ha calculado Sadam los riesgos que tendría que afrontar con la invasión de Kuwait? ¿Y sabrá evitar, asfixiado como está por el garrote de la guerra, el estrangulamiento del que es maestro, con un compromiso de última hora? ¿O, para no perder el honor, apretará el acelerador como un Sansón posmoderno, con Rayban y kalashriikov en bandolera? Allah'alam; sólo Dios lo sabe.

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