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La derrota

En 1980, Sadam Husein reafirmó una vez más lo que ha sido el credo oficial del mundo árabe -o la nación árabe, como gustan llamarla los ideólogos y oportunistas de ese origen-: que ningún Estado árabe puede esgrimir las armas en una disputa con otra nación árabe. Sólo son aceptables las soluciones consensuadas, negociadas. La realidad fue y es totalmente diferente: en forma oficial u oficiosa, con guerras públicas o privadas o clandestinas, nadie asesinó más árabes que los mismos árabes, nadie mató más palestinos que los mismos palestinos, nadie asesinó más palestinos que el rey Hussein de Jordania o el presidente Hafez el Assad, de Siria. La enumeración sería mucho más larga si uno quisiera recurrir a estadísticas aceptables, y también más macabra.Por cierto, que este dato de la personalidad de Sadam Husein no es una gran revelación. Su vida está llena de contradicciones aparentes, pero de una lógica secreta si uno admite que los objetivos han sido siempre mantener su hegemonía personal, apoyado hasta ahora en dos sólidas columnas: el partido Baaz, nacido por impulso de los nacionalistas iraquíes que trabajaban para Hitler en la región, y la organización criminal que ha formado con su familia directa y su familia política. Su permanente alusión a la solución árabe a los problemas árabes es suficientemente sospechosa como para que se le opongan en estos momentos los principales países árabes y recurran a las armas para detenerlo a pesar de que pueden seguir proclamando con la misma hipocresía que Sadam que ningún Estado árabe debe utilizar las armas contra otro Estado árabe.

En un reciente libro, Sadam Husein and the crisis in the Gulf, la periodista de The New York Times Judith Miller y la profesora de ciencias políticas de la Universidad de Harvard Laurie Mylroie, subrayan que, de haber sabido el líder iraquí las consecuencias de su invasión a Kuwait, no lo hubiera invadido. Consideran los autores que Sadam no es un hombre a quien moverían la pasión o la convicción, sino solamente un análisis frío de la situación.

Podría decirse que no es la pasión o la convicción lo que definen a un estadista. Pocos tenían la pasión y la convicción de De Gaulle y al mismo tiempo su capacidad de analizar fríamente las mayores crisis que afrontó su país, desde la II Guerra Mundial hasta la descolonización de Argelia. El problema de Sadam, frío y calculador según los autores, podría ser el mismo que afrontó Hitler, apasionado y lunático: la dificultad en entender al otro, en escuchar y dirigir la existencia del otro. Hitler no creyó posible que las decrépitas democracias lo enfrentarían cuando lanzó su ofensiva sobre Polonia, o que las democracias se aliaran con el Kremlin cuando lanzó dos años después su ataque a la Unión Soviética. Husein no creyó que los obsoletos Estados Unidos lo atacarían, que las Naciones Unidas funcionaran, que Japón y Alemania (dependientes de su petróleo) no lo defendieran, que países árabes más pobres que Irak (Siria y Egipto) se unieran a sus enemigos.

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Las incapacidades de Hitler y Husein desencadenaron tragedias de impensada magnitud, a una de las cuales estamos asistiendo ahora.

Aunque son prematuros los vaticinios, se me ocurre que los resultados que obtendrá Husein no son diferentes de los que cosechó Hitler. Será derrotado, posiblemente asesinado, Irak quedará destruido. De triunfar, quedarían en peligro Siria, los emiratos del Golfo, Arabia Saudí y Egipto. Israel se vería arrastrado a una guerra con Irak, en la cual por primera vez se emplearían artefactos nucleares (por parte de Israel) y por muchas décadas no habría un Estado palestino.

Pero si, como la lógica indica, es derrotado, el primer beneficiario sería el pueblo iraquí, como lo fue el pueblo de Alemania Occidental después de la derrota nazi. Irak se vería obligado a establecer un régimen con mayor o menor grado de democracia, pero democracia de todos modos. Prohibida la inversión en ejércitos, armas y geopolítica, y garantizada su seguridad frente a las aspiraciones hegemónicas de Siria, podría destinar su riqueza petrolífera a la reconstrucción y desarrollo de Irak. No le llevaría más de una década convertirse en el país árabe más desarrollado, el segundo en Oriente Próximo después de Israel.

Irak es el país realmente rico de la región. Como señala el más importante arabista del momento, Bernard Lewis, del Institute for Advanced Study de Princeton, Irak tiene petróleo y agua y las fértiles tierras de la histórica Mesopotamia entre los ríos Tigris y Eufrates, mientras que Arabia Saudí sólo tiene petróleo, pero no agua; Egipto tiene agua, pero no petróleo, y Jordania e Israel no tienen agua ni petróleo.

Sin la amenaza permanente de Irak pendiendo sobre el Oriente Próximo, demostrada en la forma criminal en que asfixió las demandas de su minoría kurda, la financiación del terrorismo más extremo, la guerra con Irán y la invasión de Kuwait, los otros problemas graves que quedan en el Oriente Próximo podrían tener otro marco y aparecer nuevas propuestas para su solución.

En primer lugar, suprimir el terrorismo de los extremistas palestinos contra la OLP, como el reciente asesinato, financiado por Sadam Husein y realizado por Abu Nidal, de los dos mejores y más brillantes colaboradores inmediatos de Yasir Arafat, ocurrido en Túnez. Sin una generación de líderes de la OLP que imaginen un diálogo y acomodamiento con la existencia de Israel y garantías reales -no sólo verbales- sobre su seguridad, será difícil lograr un Estado palestino que sea factor de paz y no instrumento de futuros, aunque creo que poco probables, de Sadam Husein. Después del apoyo de Arafat a la invasión a Kuwait y de los misiles caídos sobre Tel Aviv, los pacifistas israelíes difícilmente pueden convencer a sus conciudadanos sobre una negociación con Arafat. ¿Aparecerá una nueva generación de líderes palestinos después de esta guerra? ¿O Arafat asesinará a cualquiera que quiera introducir modificaciones en la OLP, y otros grupos asesinarán a Arafat si se propone una negociación seria con Israel?

La derrota de Irak suprimiría el principal peligro para la estabilidad de Siria, por lo cual el mundo, o las Naciones Unidas, o Israel, tienen derecho a exigir a Hafez el Assad que deje en libertad a Líbano, ocupado ahora por sus tropas. La guerra civil en este país podría ser evitada por otros medios, entre los cuales no hay que descartar la coalición formada en estos momentos contra Sadam.

Finalmente, el conjunto de estas circunstancias sería el mejor aliciente para que el pueblo de Israel pueda derrotar en las próximas elecciones a las facciones fundamentalistas judías y el extremismo representado por Isaac Shamir.

Todos estos problemas deberán ser encarados simultáneamente, aunque, por cierto, las soluciones no se desarrollaran con el mismo ritmo en todos los casos. Pero existiría un contexto adecuado.

El Oriente Próximo podría ir avanzando por etapas hacia la paz y el desarrollo, como ocurrió con Europa, desde Londres a Vladivostock, después de la derrota de Hitler. Esta historia europea ya lleva 55 años, y aún falta un camino para recorrer. Pero es un camino único con una sola mano y en una sola dirección.

Los nacionalistas y fundamentalistas árabes se refugiaron primero bajo la protección de Hitler; después, junto a la Unión Soviética, bajo el paraguas de la guerra fría, y finalmente confiaron en que las riquezas del petróleo destinadas a comprar misiles antes que a resolver la miseria de sus pueblos, los llevaría a la victoria final. El exponente principal de esta política está afrontando la derrota final, permitiendo quizá que la historia europea del último medio siglo tenga un comienzo en el Oriente Próximo. Que surja de las ruinas del Bagdad de 1991 como surgió de las ruinas del Berlín de 1945.

es periodista argentino.

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