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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

Carta blanca a los militares

A pesar de la conocida frase de Talleyrand, repetida por Arístides Briant a Lloyd George en la I Guerra Mundial, de que "la guerra es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los militares", George Bush, teniente piloto durante la II Guerra Mundial, ha dado a sus generales carta blanca para planificar a su antojo la guerra del Golfo y se ha reservado exclusivamente la dirección política del conflicto.Contrariamente a lo que hizo su antecesor Lyndon B. Johnson en el caso de Vietnam, el 41º presidente de Estados Unidos se limita a escuchar los datos que diariamente le ofrecen el secretario de Defensa, Dick Cheney, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Colin Powell, en el cuarto de operaciones de la Casa Blanca y, de cuando en cuando, asiste en el Pentágono a explicaciones más detalladas por parte de los responsables de los cuatro servicios de las Fuerzas Armadas norteamericanas.

La obsesión de Johnson por dirigir personalmente las operaciones militares en el sureste asiático era tan obsesiva que dormía rodeado de múltiples planos y ordenaba muchas veces bombardeos masivos contra instalaciones de Viet Cong o contra Camboya frente a la oposición de los jefes de la Fuerza Aérea, que ponían en duda su efectividad.

Para bien o para mal, toda la planificación de la guerra del Golfo ha corrido a cargo del comandante supremo de las fuerzas norteamericanas y aliadas, general Norman Schwarzkof, respaldado en todo momento por Cheney, Powell y todo el dispositivo militar del Pentágono. Bush se ha limitado a aprobar los planes y a tomar dos decisiones políticas, la primera, a principios de noviembre, para acceder a la petición de Schwarzkopf de doblar los efectivos norteamericanos en la zona de 200.000 a 400.000 -lo que supuso pasar de una estrategia defensiva a otra ofensiva-, y la segunda , el pasado 17 de enero, para ordenar el principio de la guerra.

Según se deduce de las declaraciones hechas por su portavoz, Marlin Fitzwater, el presidente, aunque será informado con antelación, ni siquiera tiene intención de fijar el momento del comienzo del ataque por tierra a las posiciones ocupadas por los iraquíes en Kuwait, que será sin duda la fase más sangrienta de la guerra. "El momento de la ofensiva de tierra forma parte de un plan militar global y serán los militares quienes adopten la decisión final sobre cuándo y dónde deben producirse los ataques", manifestó Fitzwater.

Bush tomó una tercera decisión, que hay que situar también dentro del marco político, aunque envolviera el movimiento de material militar. Fue ésta el envío a Israel de dos baterías de misiles tierra-aire Patriot tras una conversación personal con el primer ministro israelí, Isaac Shamir, y poco después de que Tel Aviv sufriera el segundo ataque de misiles Scud procedentes de Irak.

Dejar toda la iniciativa en manos del Pentágono tiene sus inconvenientes, como ha podido comprobar Bush, que se ha quejado de no haber recibido seis días después del comienzo de la guerra una evaluación fiable de los daños causados hasta el momento por los bombardeos sobre Irak y Kuwait. Los militares han respondido a la "frustración" expresada por el presidente alegando que el mal tiempo reinante en la zona durante tres días les ha impedido obtener las fotografías aéreas necesarias para hacer una evaluación fiable de los daños.

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Por el momento, Bush ha aceptado las explicaciones y ha reiterado su fe en el mando militar. Su grado de confianza dependerá principalmente de la marcha de las operaciones.

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