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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

El miedo se lleva dentro

GEORGINA HIGUERAS ENVIADA ESPECIAL"Pegué un salto de la cama digno de las olimpiadas. Me moría de miedo. Antes de que lo anunciaran, ya tenía puesta la máscara antigás. Llevo días ensayándola", señala con una risa nerviosa Kenia Maneite al referirse a uno de los misiles caídos ayer a menos de un kilómetro del Ministerio de Defensa israelí. El Gobierno no quiere hacer comentarios al respecto, pero los habitantes de Tel Aviv aseguran que la explosión de ese cohete iraquí fue mucho mayor, o al menos mucho más ruidosa que la de los otros cinco misiles caídos hasta ahora en la capital israelí.

Kenia es una judía brasileña, de 18 años, llegada a Israel hace dos años "sin saber nada de la guerra, de los palestinos o de los territorios ocupados". Su amiga Guia Sosa, con la que toma un café en uno de los poquísimos establecimientos abiertos en Tel Aviv, señala que para ella fue peor la noche anterior, cuando el primer misil caído sobre la ciudad le hizo entender que la guerra que temía se le venía encima. "Me pasé todo el viernes en la cama tratando de dormir y de olvidar el horror que estaba a nuestras puertas. Cuando ayer por la mañana volví a escuchar las explosiones, me puse a llorar desesperadamente. Mi familia está en Brasil. No soy judía, pero vine hace cuatro años y aquí tengo un trabajo que en mi país es imposible conseguir".

La actitud de los nacidos en Tel Aviv es completamente distinta a la de los recién llegados. "Dos, cinco o siete bombas no van a cambiar la mentalidad de los israelíes. Nosotros somos fuertes. Ya hemos aguantado cinco guerras y podemos aguantar otras tantas", señala Sashi Kazas, de 34 años. Kazas despertó a sus hijos y les puso las máscaras antigás. "La explosión fue enorme pero no podíamos hacer nada, así es que nos pusimos a esperar las órdenes a través de la radio".

Una soldado sale a pie de una de las dependencias del Ministerio de Defensa que ocupa una manzana entera. "Pasé la noche en el ministerio pero no oímos nada porque estábamos en los refugios bajo tierra", indica mientras otro soldado le hace señas. "No me pregunte más. No puedo hablar porque no se nos permite".

Tel Aviv parece una ciudad abandonada. Un coche llega a una gasolinera cercana al lugar donde cayó un misil. Lo conduce una mujer, Alisa Hakikat, de 29 años: "Cada vez que sonaba la alarma despertaba lentamente a los niños, unos mellizos de seis años y el mayor de nueve. Les hablaba lentamente para que no se asustaran y poco a poco les ponía las máscaras. No había prisa. Nos habíamos acostado en la habitación preparada para que no entren los gases. Al oír la explosión el mayor se puso a llorar. El sabe de qué se trata y le da miedo. Mi hermana y yo no teníamos. El miedo no sirve para nada, aunque algo se lleva dentro y por ello yo le pedí a mi hermana que se viniera a dormir a mi casa ya que mi marido es militar y no está". Alisa afirma que a sólo 20 metros de su casa cayó un trozo del misil. "Hizo un pequeño agujero en la calle. La policía se lo llevó poco después para evitar a los curiosos". Ella dice que sabe dónde ha caído exactamente el misil pero que no lo dice porque "hay censura".

"Pase lo que pase, Israel debe responder a estos ataques de Irak", añade Alisa. Sin embargo, su hermana Adina, de 22 años, considera que sólo se debe de atacar si ni Siria ni Jordania se ponen del lado iraquí.

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