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Tribuna:EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO
Tribuna
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Una dura lección

La Comunidad Europea ha hecho una penosa entrada en la gran diplomacia cuando ha querido ocuparse de la crisis del Golfo. Recibir dos negativas consecutivas a su invitación al ministro de Asuntos Exteriores de Irak; verse reducida a confiar al secretario general de las Naciones Unidas, durante su escala en Ginebra, la exposición de la postura Europea es simplemente lamentable. La humiIlación es tanto más grave cuanto que parece justificada. Tarek Aziz no tenía interés en encontrarse con Poos porque éste no tenía nada que decirle. Con la regla de la unanimidad obligándoles a alinearse con la posición de los británicos, daneses y holandeses -quienes, a su vez, se alineaban con la de Washington-, los Doce no habrían podido más que repetir los argumentos de Bush, cambiando únicamente el estilo. ¿Por qué perder tiempo en tales redundancias?Si los ministros hubieran adoptado el plan de siete puntos propuesto por Dumas al principio de su reunión, las cosas hubieran sido muy diferentes. Se habría escuchado entonces la voz de Europa, solidaria con Estados Unidos en la aplicación de las decisiones de la ONU, pero más rigurosa en la aplicación del Derecho. El empleo de la fuerza contra Sadam Husein si se niega a plegarse a la conminación de abandonar Kuwait, es la condición fundamental -¡por desgracia!- para el establecimiento de un nuevo orden internacional. Para que la balanza sea justa hay que usar la espada contra aquellos que se sirven de ella para desequilibrar los platillos.

Pero es necesario que todos los tramposos sean sancionados con el mismo rigor. Los palestinos y los libaneses tienen el mismo derecho que los kuwaitíes a una patria independiente. Sería inadmisible que Irak pretenda retrasar su retirada de Kuwait hasta el día en que los israelíes se retiren de los territorios ocupados, y los sirios, de Líbano. La última de las tres invasiones ha sido la más brutal y la más injusta. Sobre todo, se ha producido en un momento en el que las Naciones Unidas ya no estaban paralizadas por la rivalidad Este-Oeste, lo que explica su despertar tras un largo letargo.

Con un acuerdo interárabe que regule la evacuación de Líbano, la ONU puede contentarse con velar por el respeto de sus disposiciones y Europa puede aceptar que los soldados del general Assad combatan a su lado y al de los americanos a favor del respeto al derecho. Pero el desarrollo de la represión de los resistentes de Gaza y Cisjordania impone poner fin al no-respeto por parte de Israel de los mandatos internacionales. Es, evidentemente, inadmisible que Sadam Husein pretenda vincular su evacuación de Kuwait a la de los otros territorios ocupados. Pero también sería totalmente comprensible que ligue su respeto a las resoluciones de la ONU a un firme compromiso de convocar una conferencia internacional sobre Palestina antes de finales de 1991. La balanza del derecho no tolera dos pesos y dos medidas: uno para los árabes y otro para los judíos. Es ésta una forma de racismo tan detestable como las otras.

Respeto al derecho

Los británicos, los daneses, los holandeses lo saben bien, y, además, han dado tantos ejemplos de respeto al derecho que no se les puede reprochar ser en este caso menos estrictos que de costumbre. Su posición sobre Irak refleja una actitud general en el terreno de la política exterior y de la seguridad, ahí donde la Comunidad Europea ha decidido desarrollar su cohesión comprometiéndose en la preparación de una unión política. Esta última tropieza con dificultades del mismo tipo que las que entorpecen la unión económica y monetaria, aunque por motivos diferentes.

En una y otra, el Reino Unido está a la cabeza de los Estados menos dispuestos a reforzar las instituciones comunitarias. En política exterior y seguridad, la línea de partición está trazada por la OTAN. En lo que a economía y moneda se refiere, la traza el ecu. Londres no termina de dejar de dirigir su mirada al grand large, como decía De Gaulle, es decir, a Estados Unidos. Para los británicos, aquéllos deben seguir regentando la Alianza Atlántica, como lo hacen desde siempre, y se debe establecer una moneda común (es decir, superpuesta a las nacionales) en lugar de una moneda única (es decir, sustituta de las nacionales).

Francia se encuentra, más o menos, a la cabeza del clan opuesto. Desea que el ecu reemplace lo antes posible al franco, marco, libra, lira, peseta y todas las divisas de los Doce. El presidente Mitterrand cumple con la Alianza Atlántica sosteniendo militarmente a Estados Unidos en la crisis del Golfo, como lo hizo el general De Gaulle durante la crisis de los misiles de Cuba. Pero París concibe a la OTAN de una manera bipolar: con una Comunidad ejerciendo el mando en Europa, donde, sin embargo, para impedir cualquier desacoplamiento se estacionarían tropas norteamericanas. Los objetivos se precisarían de común acuerdo, pero se dejaría un margen de autonomía de maniobra diplomática que permitiera a Bruselas distinguirse de Washington.

Esto significa que los consejos europeos podrían definir su política por mayoría y no por unanimidad: esta última fuerza al conjunto de sus miembros a alinearse con la posición menos audaz y conduce finalmente al dominio de la minoría. La Comunidad no establecerá la unión monetaria -que manda sobre su futuro- más que haciendo del ecu la moneda única de los Estados que quieren y pueden, lo que excluirá al Reino Unido y algunos países pequeños: quienes poco después se reunirán con el pelotón de cabeza.

Irak la habría escuchado, en lugar de ridiculizado, si la mayoría del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores hubiera hecho del proyecto Dumas el proyecto europeo, lo que podría haber hecho numéricamente. La lección ha sido dura. Esperemos que no sea olvidada.

Maurice Duverger es profesor emérito de la Sorbona y diputado por Italia en el Parlamento Europeo.

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