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Reportaje:EL RELEVO

En el taxi

Cuando Ramón Castañeda finalizó, hace apenas unos meses, los trámites de venta de su taxi, decidió no volver a ponerse un volante entre las manos. Su primer taxi, negro rayado en rojo, fue un 1500. Era el año 1957; la flota, uniformada, no superaba las 6.000 licencias, 2,50 costaba la bajada de bandera y una peseta cada kilómetro recorrido. Hace 10 meses, Andrés Amago, ex mensajero, cogió el relevo y ya ha hecho 81.300 kilómetros. Era el año 1990, las licencias superaban las 15.500, 105 pesetas costaba la bajada de bandera y 55 cada kilómetro recorrido.

Ramón Castañeda ahora, como copiloto, se reconoce algo exigente y apoya el pie en un freno imaginario cada vez que ve maniobrar a su izquierda. "Era la época más bonita para la ciudad y para el taxi. Prácticamente nos conocíamos todos. Había compañerismo".Después de jubilarse está más tranquilo, duerme más, pero le ha costado cierto esfuerzo deshacer el nudo que se acomodaba en su estómago cada mañana, cuando oía sin querer el dichoso despertador que fue su gallo durante 33 años. Andrés Amago escucha atentamente al sabio veterano y, a pesar de su papel de pequeño saltamontes, interviene en las coincidencias. "Ni una licencia más". Su primer contacto laboral motorizado con el Código de la Circulación fue sobre dos ruedas.

Estreno con bronca

"Fui mensajero, pero viendo lo que había pensé que era mucho más cómodo el taxi y me metí". En 10 meses, 81.300 kilómetros y un balance positivo. "Para momentos duros, los atascos Madrid está intransitable con las obras. Precisamente me estrené con la bronca de una señora el primer día que salí con el taxi. Decidí una ruta, la más corta, que no resultó ser la más rápida. Unos días después, otra señora me para en la glorieta de Bilbao para ir a Chamartín y le pido por favor que me indique el camino. 'No hay problema', contesta. '¿Tú sabes ir a la Puerta del Sol'. 'Sí, claro', le digo. Pues fuimos desde allí hasta el final del trayecto siguiendo la ruta del autobús".A nuestro joven taxista, de 23 años, le tonifica un recorrido largo para empezar un día más al grito de "¡Taaxiii!". Asegura que el taxi es un servicio baratísimo, "aunque", bromea, "no sé por qué será, pero cuando voy de pasajero el taxímetro no corre, ¡vuela!". A Ramón le hubiera gustado sacarle al taxi un pluriempleo literario, "ser escritor. Podría llenar libros, contando anécdotas". Desde seguir a un cliente a menos distancia que su propia sombra para cobrar 50 duros hasta ejercer de fisonomista reconociendo al moroso, un año después. "Esta profesión es muy bonita", cuenta el veterano. "Es muy liberal... Es muy mala", especifica, dando una de cal y otra de arena. "Tienes que aguantar de todo. Desde el listillo de turno que arreglaría Madrid con la mirada hasta los particulares que te dicen taxista en tono despectivo".

Cuando les recordamos esa especie de desidia que les da el oficio a la hora de emplear los intermitentes, es Andrés, el alevín, quien responde: "Igual que el resto de los conductores, pero se nos nota más. Yo estoy contento con este trabajo, a excepción de lo que comentaba, los atascos y las muchas horas que hay que echarle. En 10 meses he tenido un fin de semana de vacaciones".

Consultorio sobre ruedas

No recuerdan o no quieren recordar momentos comprometidos, y coinciden en lo manido que resulta hablar de la seguridad, ante dos taxistas en absoluto miedosos. Uno por poco y otro por demasiado tiempo circulando han aprendido que en su trabajo se traslada al cliente y sus circunstancias, de las que serán sabedores, cómplices y hasta consejeros. "Esto parece un consultorio. Te enteras de todo. El reparto de la herencia, el embarazo de la cuñada, la boda de la hija, los problemas con la mujer. Un día me comentaba una señora", cuenta Ramón Castañeda, "ya sé que a usted no le interesa nada esto que le estoy contando, pero si callo, reviento. Total, no nos vamos a volver a encontrar nunca".El baqueteado chófer aconseja: "Procura llegar a casa siempre con el coche entero y conserva la calma", dice en tono empírico. Andrés echa cuentas mentalmente y mueve la cabeza sorprendiéndose a sí mismo una vez más. Mientras haya letras por medio, la jornada no baja de las 16 horas diarias, seis días a la semana. Y la libranza repartida entre un sueño reparador y prolongado o las visitas al taller para conservar a punto su arma de trabajo. Y entre la charla se toman ciertas libertades para reclamar: ¿qué pasa esas noches de fin de semana, cuando en las esquinas más céntricas de la ciudad podría estallar la tercera gran guerra por hacerse con un auto coronado de luz verde? "Taxis hay de sobra; gente... también".

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