El primer objetivo
SI LA política fuera una matemática, o, dicho de otra manera, si los actores políticos se comportaran siempre deacuerdo con el exclusivo criterio de la elección racional, el PNV y el PSE-PSOE hubieran llegado rápidamente a un acuerdo para prolongar por otros cuatro años su pacto de gobierno en el País Vasco. Para ambos partidos era ésa la opción preferida en primer lugar, pese a lo cual los diversos factores, entre los que seguramente figura la torpeza negociadora de los interlocutores, han hecho imposible el acuerdo. Es dificil penetrar en las interioridades de las discusiones; pero, por lo que ha ido sabiéndose, parece ser que si el PNV erró al supeditar el acuerdo a aquello que por adelantado sabía que constituía una divergencia fundamental con su socio, los socialistas calcularon mal el golpe al limitarse a responder con un lo tomas o lo dejas. Es sabido que en el mus, juego vasco por antonomasia, el riesgo de lanzar un órdago consiste precisamente en que te tomen la palabra.El principal negociador nacionalista, Juan Ramón Guevara, consejero de Presidencia del Gobierno saliente, ha revelado que los socialistas insistieron desde el primer momento en que no había alternativa posible sin ellos (pues consideraban imposible un acuerdo del PNV con Garaikoetxea). Ello constituía ciertamente casi una provocación teniendo en cuenta que una parte considerable de las bases peneuvistas empujaban a favor de un Gobierno de concentración nacionalista. Así es que les tomaron la palabra. Pero no menos provocativas cabe considerar las exigencias por parte del PNV a sus socios de una dote especial -compromisos de inversiones estatales o de muy discutibles interpretaciones del estatuto- por el hecho de no formar parte de la familia nacionalista. Habíamos creído entender que la perestroika del PNV consistía justamente en renunciar a ese sectarismo según el cual existen unos vascos de primera y unos vascos de segunda, lo que obligaría a estos últimos a probar su hidalguía antes de aceptar el matrimonio.
El problema del PSE-PSOE ha sido que frente a ese sectarismo no ha sido capaz de plantear su propia alternativa autonómica; es decir, sus propias soluciones para mejorar la gestión de la Seguridad Social, o la de las empresas con participación estatal, el crédito oficial, el Inem y demás cuestiones suscitadas por los nacionalistas. Ello hubiera permitido un acercamiento fructífero sobre esos temas de discrepancia e incluso corregir ciertos abusos observados estos últimos años en terrenos como el del euskera, por ejemplo. Y si ciertamente la oferta de repesca -insinuada ahora por Arzalluz -tras cerrar el acuerdo con Euskadiko Ezkerra (EE)- resulta humillante para los socialistas, resulta ingenuo escandalizarse por el hecho de que el PNV guardase en la manga la posibilidad de ese pacto con la sexta fuerza electoral del País Vasco. Una vez que fueron evidentes las dificultades para cerrar el pacto entre los dos socios mayores, esa operación estaba en la lógica de la situación.
La fórmula de repesca -un acuerdo tripartito PNV-PSE-EE- era a priori la segunda mejor opción para los dos primeros (y seguramente también para el tercero). Por ello, y tal como están las cosas, no parece tener mucho sentido la pretensión de algunos dirigentes socialistas de regresar al punto inicial, excluyendo a EE. Precisamente porque la política no es -una matemática, una vez jugada la partida hay que atenerse a las consecuencias, tanto si se gana como si se pierde. El órdago de los socialistas fue aceptado, y ahora sus opciones reales son formar parte del tripartito o pasar a la oposición.
No es evidente que esta última posibilidad sea desastrosa para los intereses del PSE-PSOE como partido; pero, en cambio, es casi seguro que un Gobierno que recupere el pacto PNV-PSOE (reforzado con el partido de Aulestia) será beneficioso para la normal¡zación de la convivencia entre los vascos. Y ETA vino a recordar ayer mismo en San Sebastián que ése es el primer objetivo de cualquier Gobierno de Euskadi.
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