El peso de las iglesias evangélicas
Es un nuevo fenómeno: un importante porcentaje de la población latinoamericana es ahora protestante. La Iglesia católica enfrenta el riesgo de perder su hegemonía y su ascendiente.En la reciente elección presidencial guatemalteca, un desconocido -Jorge Serrano Elías- se aseguró el derecho a disputar la segunda vuelta contra el favorito de las encuestas, Jorge Carpio Nicolle, de la Unión de Centro Nacional. Serrano, del Movimiento de Acción Solidaria, es miembro de una de las iglesias evangélicas que actúan en Guatemala y fue colaborador del general Efraín Ríos Montt, miembro de otro grupo evangélico.
Uno de los artífices del triunfo electoral de Fujimori en Perú -y prominente figura de Cambio 90, el movimiento que lo llevó al poder- es un distinguido evangélico. El 5% de la población peruana se declara firme adherente de alguna de las iglesias evangélicas que han proliferado en América Latina durante los últimos 20 años. En Brasil, sus fieles representan el 20% de la población, algo menos que en Puerto Rico y en Guatemala, pero el doble que en Honduras, Bolivia, Costa Rica y Panamá. En Argentina, donde en 1960 apenas eran el 1,63% de los habitantes, ahora se acercan al 8% del total.
La década de los ochenta, signada por el estancamiento económico, catastróficas marcas de inflación, agobio por la deuda externa, pauperización de las clases medias y crecimiento brutal de la pobreza, parece haber sido el contexto ideal para el desarrollo de la prédica evangélica.
Solidaridad activa, mensajes de esperanza y comprensión, austeridad ejemplar y un celo misionario infatigable, propio de los credos que saben que son minoría, explican el auge y desarrollo de las nuevas iglesias, asentadas en templos modestos sin solemnidad ni pompa. Dentro de la Iglesia católica, sólo las comunidades eclesiales de base y la prédica de la llamada teología de la liberación han intentado disputar el terreno, con un acercamiento a las necesidades y sentimientos de los fieles, especialmente de los sectores más desposeídos.
La trampa de la jerarquía
La jerarquía católica, atrapada entre su papel tradicional y el recelo a los movimientos reformistas internos, ha sido incapaz de detener o revertir la tendencia. El auge de los protestantes y evangélicos puede traer, se argumenta, serias transformaciones políticas y sociales en el continente. En EE UU es bien conocido e papel que jugaron estas organizaciones religiosas en el encumbramiento de Ronald Reagan y de la nueva derecha americana. Fue la primera vez que se demostró el poder electoral de estos grupos y el valor político que tiene para un candidato contar con sus simpatías.
Dos presunciones originadas a partir de la expansión evangélica en América Latina son: a) que aun en estrecho contacto con las grandes masas populares, los evangélicos siguen siendo conservadores en materia política y pueden inclinar el fiel de la balanza en esa dirección; y b) que naturalmente tienden a importar modelos de conducta de la cultura anglosajona de la que provienen. Ambas prevenciones parecen exageradas.
Dos libros recientes, inéditos aún en español, se ocupan extensamente del tema. David Stoll (Is Latin America Turning Protestant? editado por University of California Press, Berkeley) cree que esta actividad misionera ha sido fuertemente influida por instituciones y el Gobierno de EE UU, y no oculta su profunda antipatía por lo que considera pensamiento conservador de las organizaciones evangélicas, citando como prueba algunas singulares declaraciones de misioneros estadounidenses.
Transformación
Lo que no explica es de qué manera el auge evangélico podría transformar -y en qué dirección- a Latinoamérica. Si bien sostiene la tesis de que el movimiento evangélico es financiado desde EE UU y fuertemente impregnado de la cultura de ese país, admite que el crecimiento en el número de fieles no puede ser explicado únicamente por la acción de los misioneros extranjeros. A pesar de la ideología que les atribuye, Stoll reconoce la renuencia de los predicadores a incursionar en el terreno político, especialmente cuando actúan en América Latina. Sin embargo, pronostica que, inevitablemente, dada la naturaleza de las sociedades en las que actúan, se verán involucrados -y obligados a tomar posiciones- en la actividad política del lugar donde se cumple la misión.
El análisis de David Martin (Tongues of fire. The explosion of protestantism in Latin America, editado por Blackwell, Oxford) es un contraste entre la cultura hispana (autoritaria, según el autor) y la anglosajona. No hay -o no había hasta hace poco- en esos países experiencia de asociaciones libres que no necesitan reconocimiento especial de la ley o del Estado para funcionar.
Esa ausencia -cree el autor- explica la historia violenta de la política regional. (Lo cierto es que en los últimos años, especialmente en la lucha contra los gobiernos militares, crecieron muchas de esas asociaciones libres, no religiosas, sin personería jurídica ni reconocimiento oficial). Martin asigna especial importancia a los pentecostalistas, y si bien sostiene que los adherentes a las diferentes iglesias son, en general, apolíticos, los pastores no lo son y hablan -a veces autoritariamente- a nombre de la feligresía. De donde puede derivarse una singular influencia política.
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