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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ira popular

LA HUELGA indefinida que desde el principio de la semana atenaza a Bulgaria es la culminación de un movimiento de protesta, esporádico pero generalizado, cuyo inicio puede situarse en las elecciones generales celebradas el pasado junio. En ellas resultó vencedor (211 de los 400 escaños) el Partido Socialista Búlgaro (PSB), heredero del partido comunista que había controlado la vida del país desde el término de la II Guerra Mundial. La razón de su victoria, que es al mismo tiempo el motivo de las virulentas protestas que se han sucedido desde entonces, debe buscarse en el hecho de que la estructura política de control comunista no ha sido desmantelada tras la caída del régimen que se sustentaba en ella.La formación opositora de la Unión de Fuerzas Democráticas (UFD) quedó en segundo lugar, con 144 escaños, suficientes para bloquear la legislación en temas fundamentales. Para no prestarse al deseo del PSB de obtener una revalidación de su poder, los líderes de la oposición se negaron a participar en un Gobierno de coalición con dicho partido.

Pueden establecerse ciertas comparaciones entre los acontecimientos de Bulgaria y los de Rumania, dos países en los que, una vez desplomado el poder comunista, los antiguos aparatos han conseguido perpetuar su control sobre la sociedad. Es cierto que tanto en Bucarest como en Sofía -y por razones muy diferentes- la oposición democrática carece de raíces profundas. En todo caso, los sectores que se han esforzado durante más de cuarenta años por sacudirse el yugo de régimenes odiados se han sentido engañados cuando, una vez eliminados los representantes y signos más visibles de] poder comunista, comprobaron que el sistema, y sus funcionarios, lograba perpetuarse.

Ahora, el movimiento de protesta, "última tentativa de encauzar la ira popular", según sus organizadores, no se detendrá, aseguran, hasta que no haya caído Lukánov. La protesta, sin embargo, no es unánime. El sindicato de la oposición, Podkrepa, aparece decidido a mantener la huelga contra viento y marea, pero las uniones progubernamentales han conseguido disminuir los efectos de la contestación.

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En tales circunstancias, el presidente de la República, que ya en agosto advirtió del riesgo de una guerra civil, ha propuesto una reunión del Gobierno y la oposición que calme los ánimos y dé una salida negociada a la disputa. Tal solución no resulta fácil. Los pueblos que en la Europa de¡ Este consiguieron la libertad hace un año no han obtenido los beneficios inmediatos que, suponían, acompañarían a la democracia. La situación económica es catastrófica; la libertad recién adquirida no llena las estanterías de las tiendas. La tensión involucionista constituye un peligro real. Frente a ello, lo sensato es reconducir los enfrentamientos hacia una negociación entre el Gobierno y la oposición para tratar de alcanzar el Gabinete de coalición que la UFD rechazó en el último verano, y que podría aceptar ahora con unas condiciones y un programa de reformas más ajustados a las exigencias sociales de los búlgaros.

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