"¡Hel-mut, Hel-mut!"
Kohl, claro favorito en las elecciones del domingo en la Alemania unificada
"Hel-mut, Hel-mut, Hel-mut", corean sus seguidores cuando aparece atravesando el auditorio y dejándose tocar por las masas "el canciller para Alemania", como indican los carteles de su partido en estas elecciones. Esta familiaridad, esta popularidad inédita en el país, basta para percibir que el líder democristiano alemán, Helmut Kohl, se ha impuesto con claridad meridiana en esta campaña electoral. Tras entrar en los libros de historia como el canciller de la unificación, Kohl será confirmado el próximo domingo, con casi toda probabilidad, al frente del Gobierno.
"Viene el canciller", anuncian los pasquines en el barrio obrero de Schórthausen, en Berlín Oriental. Las grandes furgonetas verdes de la policía eran el único toque de color de este siniestro barrio sembrado de grises edificios totalmente iguales los unos de los otros tamizados por una agónica luz amarillenta. En la puerta del Werner Seelenbinder Halle, un decrépito palacio de deportes donde tiene lugar el mitin, jóvenes bien vestidos y con aires claramente occidentales esperan la entrada del canciller.Un cierto aire de inseguridad denota que esta es la primera vez que estos yuppies berlineses se han aventurado por estos andurriales hasta ahora incógnitos de su propia ciudad. Dentro, una público heterogéneo que no acaba de llenar el aforo se agita nervioso ante la llegada de su ídolo. Finalmente un murmullo in crescendo hace que todas las cabezas se giren hacia un grupo compacto que hace su entrada en el lugar, por encima del cual destaca claramente una cabeza en forma de pera y de sonrisa radiante. "Es él", dice una señora que levanta a su hijo para que pueda verlo.
Los militantes de la Unión Cristiana Democrática (CDU) y de su aliado bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), saben que van a arrasar. Todas las encuestas conceden más de 10 puntos de diferencia entre los democristianos y la oposición socialdemócrata.
Pero el canciller no ha bajado la guardia. En las últimas semanas ha conseguido -literalmente- traerse a su casa al líder soviético, Mijaíl Gorbachov, y al presidente norteamericano, George Bush, para aderezar su campaña electoral. En Madrid hay testigos de la insistencia con que representantes del Gobierno de Bonn persiguieron a Gorbachov durante su visita a España para que se dejara caer por el Rin y otro tanto puede decirse de la breve estancia de Bush en el Palatinado de camino hacia París.
El año de la unidad alemana ha coincidido con un año electoral. Hace pocos meses, en verano, todavía se dudaba de que las previstas elecciones fueran a tener lugar en la Alemania unificada. Numerosas barreras, tanto internas como -especialmente- internacionales, se cruzaban en el camino de la unificación. Pero Kohl no lo dudó ni un momento y apretó el acelerador hasta que todos los impedimentos se desvanecieron. Fue entonces, a finales del verano, cuando se produjo el cambio total en la opinión pública, hasta entonces favorable al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).
El éxito oriental
Todo hay que decirlo, Kohl contó con la ayuda impagable de su rival, el candidato socialdemócrata, Oskar Lafontaine, que, en una increíble sucesión de errores, le dejó el campo libre. Pero antes ya había conseguido hacerse con el Gobierno de la moribunda República Democrática Alemana, arrasando inesperadamente en las elecciones del pasado mes de marzo. Y es ahí, tal vez, donde haya que buscar el origen de su triunfo.A Kohl no le falló su Instinto en la RDA. No hay que despreciar, por ejemplo, el enorme papel que ha jugado en el territorio de la antigua Alemania Oriental la impecable máquina política de la CDU, el desprestigiado partido democristiano que formaba parte del "bloque", junto a liberales, naciónaldemócratas y campesinos, que sirvió de marioneta a los comunistas. Mientras el SPD carecía de cuadros, los democristianos ganaron las elecciones gracias a ellos.
De resultas, la CDU se ha fortalecido aún más con la unidad y también se ha diversificado. No se puede todavía apreciar el impacto que tendrán los más de 100.000 nuevos militantes del Este. Mayoritariamente protestantes, compensarán el gran peso católico que actualmente se hace notar en el partido de Adenauer. Algo que podrá apreciarse mejor cuando en el futuro se debatan temas como la ley del aborto.
Pero esto también puede facilitar la labor del canciller, a quien nada inspiraba más temor que la posibilidad de que su partido se acercara a la mayoría absoluta y se viera obligado a gobernar el país en solitario prescindiendo de los liberales. Falto de contrapesos, se hubiera visto escorado hacia la derecha de una manera que a Kohl, un pragmático, no le gusta nada. ¿Cómo iba a seguir combatiendo a sus elementos más reaccionarios si no podía cargar las culpas a sus aliados liberales?
Esto sirve también para sus socios bávaros de la CSU, caracterizados por su propensión a inclinarse hacia la derecha. La cláusula del 5%, que en estas elecciones se aplica por separado en el territorio de los dos antiguos Estados alemanes, puede volverse contra el partido del ministro de Hacienda, Theo Waigel, cuando en 1994 se aplique a todo el país. Fracasado su intento de crear una bucursal en Sajonia y Turingia, los conservadores bávaros están en manos del canciller.
De lo que Kohl puede hacer y de su capacidad de jugar por encima de los partidos, el mejor ejemplo es la señal enviada al socialdemócrata Johannes Rau, antiguo contrincante suyo en las elecciones de 1986 y ministro presidente de Renania del Norte-Westfalia, en el sentido de que le agradaría que ocupara la presidencia alemana en 1994, cuando se acabe el término de Richard von Weizsaecker, un democristiano que no hace buenas migas con Kohl.
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