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La tragedia de un periodista razonable

En la madrugada del 9 de noviembre de 1940 dos periodistas eran fusilados en el cementerio del Este de Madrid. Se llamaban Julián Zugazagoitia Mendieta y Francisco Cruz Salido. El consejo de guerra sumarísimo que les condenó a muerte se había celebrado en el palacio de las Salesas el 21 de septiembre de aquel año. En el mismo proceso fueron juzgados Cipriano Rivas Cherif, Miguel Salvador y Carreras, Carlos Montilla Escudero y Teodomiro Menéndez Fernández. Todos ellos fueron acusados de haber cometido un delito de adhesión a la rebelión, lo que era absolutamente absurdo y cínico, ya que el consejo de guerra que los juzgaba estaba integrado por generales sublevados el 18 de julio de 1936 contra la República. Pero, en fin, ésa era la descarada ficción impuesta por el ejército victorioso de Franco. Hubo más cosas absurdas en aquel proceso. Por ejemplo, el defensor de oficio se adhirió a la calificación del fiscal aceptando que los procesados eran autores del delito de auxilio a la rebelión militar, y limitando su defensa a la petición de que el consejo admitiera la existencia de circunstancias atenuantes.Han transcurrido ya 50 años desde aquellos trágicos acontecimientos y nuestro país para nada se parece hoy, afortunadamente, a aquella sombría España de vencedores y vencidos recién salida entonces de la guerra civil y rodeada por la mundial. Pero aunque las circunstancias internas e internacionales de hoy nada tienen que ver con las de hace medio siglo, tal vez sea útil recordar estos hechos históricos para conocimiento de las nuevas generaciones y también para ilustración de las generaciones maduras, ya que, durante 40 años, hechos como estos fusilamientos fueron sistemáticamente silenciados y los nombres de los defensores de la República no eran pronunciados públicamente más que para denigrarlos.

¿Por qué de los cinco condenados a muerte en aquel proceso sumarísimo tan sólo fueron ejecutados los dos periodistas?

El testimonio recibido personalmente por el historiador Manuel Pérez Ledesma (expuesto en su conferencia en el ciclo Grandes periodistas olvidados, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos en mayo de 1985) de labios del veterano socialista Teodomiro Menéndez, también juzgado y absuelto en aquel proceso su mismísimo, permite asegurar que Ziugazagoitia y Cruz Salido fueron ejecutados por ser periodistas y por lo que habían escrito como periodistas. Zugazagoitia, refugiado en Francia al término de la guerra civil, había caído en manos de la Gestapo, junto con otras personalidades republicanas -el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, entre ellos- y entregado por la Gestapo a la policía franquista. Era entonces embajador en Francia José Félix de Lequerica y ministro de la Gobernación Serrano Suñer. Del celo de Le querica para hacer una redada de los españoles refugiados en Francia, de acuerdo con la Gestapo, puede encontrarse una cumplida versión en el libro La guerra civil y la victoria, de Guillermo Cabanellas, editado por Giner en 1978. De los detenidos, los únicos periodistas eran Cruz Salido y Zugazagoitia.

Cruz Salido había sido redactor jefe de El Socialista, y Zugazagoitia, su director desde 1932. Cruz Salido publicaba una columna, Glosa ingenua, de crítica política en la primera página, con la que consiguió un gran número de enemigos, incluso en el propio bando republicano. Había escrito, por ejemplo, el 30 de julio de 1932, un artículo bajo el título Psiquiatría, militar, de dudoso gusto, que soliviantó a los militares. Según el testimonio de Teodomiro Menéndez, aquellos escritos de Cruz Salido fueron la causa de la muerte de ambos. Cabanellas cree que también influyó en la decisión de Franco de negarles su gracia lo que Zugazagoitia había escrito sobre el mismo Franco en el epílogo de su libro Guerra y vicisitudes de los españoles, publicado a primeros de octubre de 1940 en Buenos Aires: "Las brujas burgalesas que acampan en los contrafuertes de la catedral han soplado recio en la ambición del caudillo. Franco quiere para su cabeza algo mejor que los baratos laureles militares distribuidos a brazadas. Está saciado de títulos menores y fatigado de adulaciones cortas. Desea el privilegio de acuñar moneda con su efigie y su nombre; aspira al trono. Si no ensaya a sentarse en él, cambiando la espada por el cetro, es por una última indecisión morbosa. Tiene miedo de quedar convertido en estatua de sal. Teme que al dictado de usurpador que le clavará don Alfonso siga un castigo trágico que le discierna la divinidad. Su osadía se detiene, conturbada, ante lo misterioso y arcano. Con el rey hace cuentas de mesa de figón. Para desenojarle le devuelve los bienes de que le desposeyó la República, sustrayéndole el principal: la corona. Ante Dios, en espera de una muestra de su clemencia que le decida, se humilla. Transcurren los meses y ninguna prueba de especial predilección retribuye sus ahincadas oraciones. Izado en su peana de caudillo, Castilla, que le hizo, lo deshace, mientras ruedan por la llanura ilimitada, con las descargas de los piquetes siniestros, los vítores de esperanza y resurrección de las víctimas".

Ni Cruz Salido ni Zugazagoitia tenían las manos manchadas de sangre. No habían cometido delito alguno. Sólo eran responsables de lo que habían escrito. Pero si Cruz Salido era de natural mordaz, Zugazagoitia se había caracterizado por practicar un periodismo "discreto, sesudo y razonable". Manuel Azaña, en sus Memorias políticas y de guerra, describe a Zugazagoitia como un "vasco taciturno, siempre se me ha mostrado muy deferente y respetuoso. En la dirección de El Socialista se ha señalado, desde que empezó la guerra, por la discreta reserva con que ha juzgado los acontecimientos, librándose, cuando empeoró la situación, de la insana estupidez de casi todos los periódicos, tan parecidos a los del 98".

Zugazagoitia había protestado ya en las primeras semanas de la guerra contra los paseos y las checas. Su reacción cuando fue asaltada la cárcel Modelo de Madrid fue una lección de civilidad. El domingo 23 de agosto de 1936 escribió en El Socialista, bajo el título 'Un imperativo legal': "De cara a nuestra responsabilidad, nunca tan despierta y vigilante como en los actuales momentos, nos declaramos enemigos de toda acción de violencia, en las personas y en las cosas, cualquiera que sea el designio con que se cometa. Para juzgar a cuantos hayan delinquido, disponemos de la ley. Mientras dispongamos de ella, necesitamos acatarla. Con ella, todo es lícito; sin ella, nada". Y más adelante: "La conducta de los rebeldes, cualquiera que sea la servicia en que se inspiren, no puede servirnos de ejemplo ni disculpa. ¿Acaso no estamos en el deber de probar que somos distintos?". Y cuando fue ministro de la Gobernación durante la guerra, con el Gobierno Negrín, intentó tener bajo control a la policía y disminuir la represión. De su puño y letra fueron firmados los salvoconductos para que Rafael Sánchez Mazas, Fernández Cuesta o Wenceslao Fernández Flores pudieran cruzar de la zona republicana a la zona rebelde.

El perfil anímico de Zugazagoitia y la elevación y nobleza de sus sentimientos quedó reflejado en sus escritos. Recién concluida la guerra escribió, en el prólogo de Guerra y vicisitudes de los españoles, hondas reflexiones de sabor unamuniano: "Asesinándonos hemos vivido los españoles todo este último periodo. Dispuestos a seguir matándonos nos acechamos. ¿Cuántos años guardaremos esta pasión cainita? No cabe adelantar ninguna respuesta tranquilizadora. Todas las conjeturas son pesimistas. ¿Vamos a continuar en el mismo escorzo violento más tiempo del que la propia vida nos acuerde, prolongando la desesperación a través de nuestros hijos? Entre los que contestan rotundamente no, me inscribo. Prefiero pagar a la maledicencia las alcábalas más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan este dicterio, renegado para los que por tal me tengan. Escéptico, traidor, egoísta... Todo me parecerá soportable antes de envenenar con un legado de odio la conciencia virgen de las nuevas generaciones españolas". No podría imaginar cuando redactaba estas estremecedoras frases que, algunos meses después de escribirlas, él mismo sería víctima de los males que denunciaba.

Zugazagoitia había practicado siempre un periodismo decente, con el que intentó poner moderación y racionalidad en circunstancias en que imperaban los desbordamientos pasionales. Como afirma el historiador Pérez Ledesma, fue víctima por haber sido el director de un periódico. No había cumplido los 40 años cuando caía fusilado junto a su redactor jefe, contra las tapias del cementerio de Madrid. Tras 50 años, en los que el calificativo de "maestro de periodistas" se ha prodigado de manera harto banal y, a veces, sonrojante, un periodista de trayectoria tan digna y ejemplar como la de Julián Zugazagoitia bien merece ese calificativo, y en todo caso merece el homenaje del recuerdo.

Félix Santos es periodista.

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