Una gran sinfónica siberiana
Ciclo Orquestas del MundoNingún día sin sorpresa. Y la de anteayer fue la aparición de la Sínfónica de Novosibirsk, con su titular, Arnold Kats, en los ciclos de Ibermúsica. La verdad es que este conjunto, que desarrolla en la importante ciudad siberiana y fuera de ella una intensa labor, debe figurar entre los primeros de la Unión Soviética. Particularmente, es el que más me ha gustado de todos por el equilibrio de calidad entre todas las cuerdas, lo que no se da ni siquiera en la legendaria orquesta de Leningrado, cuyos arcos sobrepasan con mucho a los vientos. Por otra parte, Kats es un músico excelente, que aprendió de Gauk los conceptos de los viejos maestros, entre ellos esa maravillosa flexibilidad de los tiempos, que, sin dañar la continuidad, la vivifica para evidenciar que una cosa es el pulso, o sea, la vida, y otra, el metro, o sea, la máquina.En la primera parte tocó Bashkirov, el gran maestro de Tiflis (1931), y esta vez nos hizo admirar la versión para piano del concierto violinístico de Beethoven, dedicada a Julia van Breuning. Siempre sentimos ante esta versión la ausencia del violín, pues el material melódico y el tipo de escritura está sentido y pensado para ese instrumento, pero Beethoven supo dar interés a la transcripción y, además, añadió esas dos sorpresivas cadencias con la proa dirigida hacia la modernidad. Las versiones de Dimitri Bashkirov están signadas por un componente emocional fruto de una sensibilidad de muchos quilates. Obtuvo, en unión de Kats y los músicos siberianos, un triunfo absoluto.
Sinfónica de la Filarmónica de Novosibirsk
Director: A. Kats. Pianista: D. Bashkirov. Obras de Beethoven y Shostakóvich. Auditorio Nacional, Madrid, 17 de noviembre.
Escuchamos luego una preciosa versión de la Sinfonía número 10 de Shostakóvich, importante, corno todas las suyas, y que puede vivir muy bien como tal música, ajena a especulaciones políticas de cualquier género. Una música así tiene poco que ver con el socialismo o la economía de mercado y no es sino el fruto de la invención personal, de la sabiduría individual. Más aún si hay un maestro que, como Kats, sabe penetrar en el último sentido estético de la partitura para ofrecerla en su entera originalidad, en toda su arquitectura convertida en comunicación afectiva. La reacción del público fue tan entusiasta que se hicieron imprescindibles las propinas: el Adagietto de Mahler, que explotara Visconti, y el no menos célebre Adagio de Marcelo.
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